jueves, 26 de febrero de 2009

ACONCAGUA ASENCIÒN Y MUERTE


La saturación del bienestar es un sentimiento nuevo para un cuarto de la humanidad como nunca antes: situación que lleva a los más pudientes a buscar evasiones controladas en sus vidas. La fórmula más “in” para no aburrirse en el primer mundo, es la de darse emocionantes malos ratos en forma de aventura y así salir del letargo. En esto, es sabido que los turistas de los países ricos no escatiman en gastos a la hora de llegar hasta lugares desabastecidos e inhóspitos en busca de lo que califican como “la vida en estado puro”. Cualquier cosa es bienvenida para enmascarar una vida signada por el tedio: lanzarse de un puente con un resorte, tirarse desde un avión, hacer buceo en zonas inhóspitas, hacer andinismo diletante etc etc. La vuelta a la naturaleza durante quince días y el contacto con culturas menos tecnificadas, se les antoja un lujo por el que están dispuestos a pagar y caro. En tales circunstancias les llama la atención cuántas cosas resultan superficiales a la hora de atender a cosas realmente importantes. La experiencia les abre los ojos y regresan reflexivos y contentos a sus vidas de embotellamientos, superconsumo y estrés hipertecnificado. El problema es cuando las cosas no salen bien y en el saldo se deben contar varios muertos.
Quiero escribir sobre Federico Campanini el andinista muerto en el Aconcagua y me cuesta. No soy un experto en rescates. Seguro que yerro en mi opinión. En el video de la propia muerte (que lo debo haber visto unas 20 veces) hay un doloroso particular que llama mucho la atención y duele. Es el momento que uno de los "rescatistas" dice que por radio que Federico no da más y pide autorización para dejarlo. En ese momento si se observa bien Federico saca fuerzas de dónde no se sabe, y trata de levantarse, como negándose a que lo abandonen. La pregunta del millón es: ¿Hubiera sobrevivido?
A principios de enero cuando (no había aparecido el video) y leí la noticia algo no me cuadraba. Los turistas italianos no hacían otra cosa que alabar el profesionalismo y la entrega de Federico. Quedaba claro que si habían soportado dos días en condiciones de tormenta de montaña, fue porque Campanini supo hacerlos resistir, como se ha publicado, haciéndoles beber la propia orina para no deshidratarse, alentándolos a no claudicar jamás, de hecho tres de los italianos ni siquiera fueron amputados, sobrevivieron y fueron dados de alta inmediatamente. Emocionaba el relato de los gestos heroicos del andinista argentino ¿Porqué entonces el más profesional de todos había muerto? ¿No era una gran paradoja? Dicen que cometió el error de hacer cumbre demasiado tarde, que edematizò y eso hizo que siguiera cometiendo errores fatales. La primera en pagarlo con su vida fue Elena Senin cuyos padres en estos días fueron al Aconcagua y tal vez decidan dejarla allí durmiendo eternamente. El segundo Federico que luego de dos (o más) días de agonía no sobreviviría para contarlo. Después: el video, la polémica, los foros en Internet y la citada pregunta del millón.
La diatriba está y seguirá abierta. He leído y sentido de todo: desde la perplejidad de quienes expresan que existe algo que se llama humanidad; que hace que pensemos en el que está sufriendo y hagamos todo por él, aunque más no sea cobijarlo mientras muere. Hasta el supuesto “negocio” entorno al rescate de los cuerpos, haciendo distingos entre nacionales y extranjeros (vivos o muertos) asegurados y no asegurados. Japoneses (los preferidos) y demás. No tengo respuestas solo algunas preguntas que me rondan en la cabeza:
¿Cómo es morir rodeado por gente de pié que sentencia que estás muerto mientras – exangüe- tratàs de demostrarles que no? Que vale la pena cargarte un poco más. ¿Qué habrá pasado en ese momento por la mente de Federico? ¿La imagen de su mujer? ¿La del hijito que no volvería a ver? ¿La de sus padres en Mendoza?

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