sábado, 22 de diciembre de 2012

RAZONES PARA NO CREER EN EL APOCALIPSIS


Visto el rotundo fracaso de las profecías Maya que anunciaban el fin del mundo para el viernes pasado, quiero empezar este escrito diciendo que  la historia de las profecías fallidas del fin del mundo es  tan larga casi como la historia del Cristianismo. Podemos afirmar que las especulaciones numerológicas  sobre la fecha del fin del mundo y la segunda venida de Cristo comenzaron  en  los primeros siglos de la cristiandad. De poco sirvió la advertencia de Jesús a sus discípulos sobre no pretender conocer el día y la hora de su segunda venida, como así también la fecha del fin. A los interesados en esta ardua (y aburrida materia para el que no está motivado), los remitiría a las  casi cuatro mil páginas, de los cuatro tomos, de la  monumental obra del historiador adventista  LeRoy Edwin Froom, The prophetic Faith of our Fathers, [1] es estas páginas Froom recoge una extraordinaria documentación sobre cientos, o mejor dicho miles de personajes más o menos famosos, que con cálculos más o menos disparatados trataron de fijar  un gran número de fechas, como la fecha del fin del mundo, Armagedón, apocalipsis etc. Sobre todo en los siglos XVIII y XIX, donde se verificó un verdadero auge de este fenómeno. Se puede decir que en este período, no ha habido año que no haya sido indicado como “el año del fin”. Todas  (absolutamente todas) las profecías fallaron, Cristo jamás se presentó a la cita de su segunda venida; y el mundo –obviamente- continuó impertérrito. La reacción de los “calculadores” y “profetas” también ha sido estándar. Han reaccionado de tres formas a saber:
a) Se admite francamente que la fecha era equivocada y se concluye que no es oportuno en general calcular fechas (siendo esta la reacción  más rara);
b) Se declara que el cálculo era justo en cuanto al número de los años, pero errado en cuanto la fecha de partida indicándose un nuevo termino de iniciación, lo que permite desplazar hacia adelante algunos años la fecha del evento previsto;
c) Se declara que se ha esperado la cosa equivocada en la fecha justa. No ha existido ningún error de cálculo: en la fecha prevista ha tenido lugar un evento importantísimo, el error ha consistido en esperar dicho evento en el mundo físico, porque este se ha verificado en el mundo sobrenatural (comienzo de una especial presencia invisible de Cristo sobre la tierra ect.) Siendo esta la explicación que en este momento se da sobre la fallida profecía Maya.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial -el episodio más violento de la historia de la humanidad, ya que se cobró entre 50 y 70 millones de víctimas-, las creencias milenaristas ingresaron en otra fase. Tras aquella sucesión de matanzas masivas, el Holocausto Judío y las bombas arrojadas por los EE.UU. sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, el pronóstico de inminentes escenarios apocalípticos se multiplicó por todo el mundo.
El hombre ya poseía el poder para autodestruirse. El fin del mundo anunciado para el pasado viernes da pie para pasar revista a varias de las profecías apocalípticas dadas en la primera mitad del siglo XX en arreglo a los cambiantes contextos históricos:
1948. Un grupo de campesinos italianos aún esperaba la vuelta de Davide Lazzaretti, un profeta del siglo XIX asesinado por el gobierno. Él previó que su muerte inauguraría el Reino de Dios.
1954. La presunta contactada con seres de otro mundo Dorothy Martin anuncia una catástrofe y el rescate de su grupo en una nave. El caso da lugar a un estudio psicosocial pionero, “Cuando las profecías fallan”
 1962. La vidente y astróloga Jeanne Dixon  predice una "alineación planetaria" que destruirá el mundo.
1967. George Van Tassel "canalizador" de un E.T. llamado Ashtar, anuncia que el sureste de los EE.UU. podría ser destruido por un ataque nuclear soviético.
1969. El año del alunizaje del Apolo 11, Charles Manson  predice una "guerra apocalíptica interracial". Fue condenado a prisión perpetua por la matanza de Sharon Tate y varios de sus amigos.
1975. EE.UU. es derrotado en Vietnam. El pastor Herbert Armstrong , quien había vaticinado el fin del mundo para 1936, 1943 y 1972, fracasa por cuarta vez. Los Testigos de Jehová también habían predicho el reinado de mil años de Cristo para ese año. Y también habían predicho el fin para el 1914, 1925
1973. David Berg, líder de los Niños de Dios, predice que el cometa Kohoutek arrasará con todo. Luego, apenas si se ve.
1980. El predicador evangélico Hal Lindsey  dice que comienza el fin de la historia. Profetiza que EE.UU va a recibir un "ataque nuclear sorpresa" de la URSS.
1982. El físico John Gribbin afirma en su libro El efecto Jupiter un alineamiento planetario que desatará el caos. El pastor Pat Robertson vio lo mismo en 1976. Ese año Benjamin Creme anunció que Maitreya, un Cristo, interferiría en los televisores de todo el mundo.
1987. Leland Jensen, del culto Baha´i, predijo que el 29-4 el cometa Halley iba a destruir la Tierra. El 17-7 el místico José Arguelles organizó Convergencia Armónica Internacional, un movimiento que debía reunir 144.000 personas en una meditación colectiva.
1990. Elizabeth Clare Prophet  predice una guerra nuclear para el 23-4. Se pertrechan con armas y víveres a la espera del fin de los tiempos, que iba a ocurrir en 2002.
1991. Louis Farrakhan líder del grupo Nación del Islam, declaró el comienzo del Armagedón. Sus visiones están ligadas con el antisemitismo y la ufología religiosa..
1993. El 19-4, tras 51 días de asedio, el FBI incendia el rancho de la Rama Davidiana, cerca de Waco, Texas. El fuego mata 86 hombres, mujeres y niños, incluyendo a David Koresh, quien anunciaba un inminente final de los tiempos.
1994. Neal Chase, del grupo Baha´i, predijo que Nueva York iba a ser destruida por un ataque nuclear el 2-05. El Armagedón tendría lugar 40 días después.
1996. Otro contactado, Sheldon Nidle, predijo que el 17-12, la Tierra iba a atravesar un "cinturón de fotones" y llegaría a su fin.
1998. Hon-Ming Chen, líder del grupo Chen Tao, dijo que Dios llegaría en un platillo volador el 31-03 a las 10:00 A.M. Dios sería como él y aparecería en el canal 18 de los EE.UU.
1999 Berlitz1999. El escritor Charles Berlitz predijo que sería el año del fin de la Tierra. No precisó cómo sucedería. Para Paco Rabanne el satélite Mir se estrellaría en París el 11-8. Todos hablaron del diseñador profeta. El Y2K, o "el error del 2000", iba a paralizar la Tierra. La "profecía informática" tuvo otros aliados: series de TV, entrevistas y notas sobre "el milenio".
2000. Sun Myung Moon predice la llegada del Reino de los Cielos. Hal Lindsey aconseja a los cristianos evitar hacer planes para este año. Dato excéntrico: Isaac Newton también creía que el Milenio de Cristo comenzaría este año, al igual que los médiums Helena Blavatsky y Edgar Cayce.
2003. La contactada Nancy Lieder, fundadora de la web ZetaTalk, predice la colisión del llamado "planeta Nibiru" para mayo. El gurú nipón Soko Asahara anticipa una guerra nuclear para fin de ese año.
2007. Pat Robertson insiste en que ese año llega el fin del mundo.
2011. Harold Camping predice que el 21-5 regresará Cristo y rescatará a los elegidos. El 21-10 el planeta iba a "estallar bajo la ira divina". El grupo "La verdad eterna", desprendido de la Iglesia Adventista, predijo el fin del mundo para el 15 de octubre.
2012. Varios autores, el más famoso de los cuales es José Arguelles, coinciden en que los mayas anunciaron el catastrófico paso del "planeta Nibiru" o el inicio de una gran transformación el 21-12.
2012. Teóricos y cultores de diversas pseudociencias, como el escritor belga Patrick Geryl, han pronosticado un diluvio causado por una disparatada "inversión de los polos".
Tanta acumulación de fracasos debería  enseñar  algo ¿No será que estos anuncios tienen "fines  muy distintos" que el mero altruismo cristiano por salvar almas? Les dejo la respuesta a ustedes.  


[1] L.E. Froom, The propheticFaith of Our Fathers ( Washinton D.C., Review and Herald Publishing Co, 1948 ), vol. II, p. 124.

viernes, 21 de diciembre de 2012

VIERNES 21 DE DICIEMBRE: EL FIN DEL MUNDO SEGÚN LA PROFECÌA MAYA


Hace no mucho, solo doce años, una gran cuenta regresiva –la entrada del año 2000- se vivió con una combinación de euforia cronológica, combinada con ciertas dosis de paranoia milenarista. Sobre nuestras cabezas sobrevoló el fantasma de un peligro desconocido hasta ese entonces llamado efecto 2000. Las trompetas del Juicio Final no iban a sonar por nuestros pecados en el año 2000, ni se trataba de ningún meteorito que arrasaría la vida en la tierra sin remisión, como anunció oportunamente Hollywood en sus películas Armageddon o Deep Impact. La amenaza provenía de las computadoras, esos dóciles instrumentos creados por el hombre para ayudar en las tareas diarias. Un error de cálculo, la falta de previsión de los informáticos de años pasados, amenazaba con cortar el suministro eléctrico, paralizar hospitales, asesores, transformar computadoras y hasta provocar un holocausto nuclear. Afortunadamente todo quedó en la nada. Y nunca sabremos con certeza si se trató de un alarmismo exagerado o si realmente las cosas se hicieron tan bien, que se erradicó por completo la fuente de los posibles errores. Si se trató de “la madre de todas las paranoias”, o del mejor esfuerzo conjunto emprendido por el planeta en toda su historia (conocida). A los medios de comunicación no les fue mal haciendo titulares apocalípticos para aumentar las ventas. Las condiciones eran óptimas para la credulidad, el problema era muy concreto, una cuestión de ceros. Y si bien los antiguos romanos pudieron crear una civilización sin el cero, parecían inminentes que, por el contrario, la sociedad actual, se derrumbaría sin él. Por suerte no sucedió. De cualquier manera, por esa época y desde distintos campos de la cultura contemporánea se venía anunciando un grand finale.

 

Estos últimos años del milenio vinieron a coincidir el fin de la modernidad proclamado por Gianni Vattimo, el fin de la historia según Francis Fukuyama o el fin del arte que argumentaron Arthur C. Danto y Hans Belting. Todo lo anterior en un mundo que ya había vivido el fin de las ideologías y el crepúsculo de los dioses. Se había abusado de ese afán apocalíptico y como ironizaba David Brooks[1]: “La dificultad de escribir un libro que hable del fin de algo consiste en encontrar cosas que aún no hayan finalizado. La historia, la igualdad, el racismo, la tragedia y la política ya no están disponibles y La muerte de…acapara casi todo lo demás”.

 

El 31 de diciembre de 1999 pasó y no notamos mucho la diferencia con el milenio pasado. Todo pareció seguir en el mismo sitio donde quedó el siglo XX, incluidas nuestras propias debilidades y nuestras grandes contradicciones.

 

Pero como si lo anterior no nos hubiera bastado, inmediatamente empezado el nuevo milenio, surgieron en el horizonte apocalíptico “Las Profecías Maya”. Y cuyos exégetas (la mayoría improvisados, sin conocimientos de lingüística, antropología, arqueología y un largo etc) comenzaron a decir que el 21 de diciembre se acababa el mundo o –en el mejor de los casos- empezaba una nueva era. Que nos teníamos que deshacer de todo lo anterior para entrar en una nueva época en la que habíamos encontrado una nueva fecha fija. Si usted está leyendo esto el viernes 21 de diciembre del 2012 sabe que eso no ha pasado. No han ocurrido catástrofes, no se han abierto los cielos, no se ha estrellado ningún meteorito, no ha llegado ningún “rayo sincronizador” del centro de la galaxia. Sabe que no vivimos en el rutilante comienzo de un nuevo milenio, sino en el turbulento epílogo un milenio que todavía agoniza. Uno de los más contradictorios y crueles de la historia humana (conocida).

 

Epilogo:

 

Quiero cerrar con una reflexión de un gran periodista argentino, un gran desmitificador, Alejandro Agostinelli:

 

A las 00:01 del 22 de diciembre de 2012 todo lo que se dijo sobre el fin del mundo será inútil. Si la "profecía maya" coincide con una catástrofe real, a nadie le importará la teoría: los sobrevivientes estarán demasiado ocupados en salvar el pellejo. Si las "profecías" son, como cualquier persona informada sabe, puras habladurías, tampoco importará: sólo se confirmará la gran habladuría universal y la inaudita exageración de los medios que promovieron la idea para hacer rating haciendo temblar a los más creyentes y entreteniendo a los escépticos, pues tanto unos como otros cambiarán rápidamente de tema. Al final de "la cuenta larga" los más entusiastas del "apocalípsis" o el "cambio de era" serán los menos interesados en mantener viva la cuestión...

 

 

jueves, 13 de diciembre de 2012

DOWNSHIFTING


En mundo del marketing, la vida del consumidor se plantea como una espiral vertiginosa en la que los productos cada vez tienen una esperanza de vida menor; en la que el consumo se sigue acelerando cada vez más. En otro artículo planteamos que de seguir así, si continuamos al ritmo que vamos, solo nos va a quedar consumir rápidamente y desechar en forma inmediata lo que adquirimos para dar lugar a nuevos productos y nuevos deseos.  Pero es posible que esta sensación de vacío que propicia esta espiral de lugar a un cambio de actitud. Que surjan nuevas posibilidades menos materialistas, esto es, conformarnos con menos, valorar lo que tenemos y hasta renunciar expresamente a beneficios materiales en aras de una mayor calidad de vida emocional, lo que los norteamericanos llaman downshifting.

En torno a esta idea del  downshifting, o lo que es lo mismo simplicidad voluntaria como antídoto contra el exceso de consumo, se ha creado la filosofía  de una nueva frugalidad. Ya en el lejano 1995, el 28% de los norteamericanos había elegido rebajar su nivel de consimo de alguna forma, con un grado de satisfacción asociado del 86%. Pero muy mal se tienen que poner las cosas para que lleguemos a esto. Generalmente el psicólogo da un ultimantum o hay un infarto que amenaza  como para que realmente estemos dispuestos a dejar aquello hacia lo que nos hemos encarrilado toda la vida: nuestro poder de consumo.

Me parece que todavía no estamos preparados para el downshifting o al menos, aunque se trate de una tendencia en alza, hay que reconocer que todavía afecta a una parte pequeña de la población. Por ahora dudo que seamos capaces de mentalizarnos para renunciar a un nivel d ingresos mayor para seguir otras prioridades: tiempo con los amigos o con la familia, cultivar aficiones, leer, hacer deportes o simplemente vaguear. Desde luego, la sociedad no lo promueve: ni los medios de comunicación, ni la maquinaria publicitaria, ni las empresas quieren ciudadanos con un menor nivel de ingresos. Quizà alguna producción de Hollywood oportunista se inspire en esos valores, pero no para propagar un cambio de mentalidad (no seamos ingenuos) sino para vender entradas de cine y cobrar royalties.

Hay que tener mucha convicción y estar dispuesto a perder prestigio social, brillo profesional y hasta el respeto de algún familiar para tranformarse en un downshifter. De hecho todas las personas (la mayoría europeas o norteamericanas) a las que he sentido hablar bien del  downshifting lo hacen con sordinas, admirándolo en el prójimo, pero sin desearlo para sí. Y es totalmente comprensible. Desde chicos hemos sido entrenados para desear la colección completa de los 250 absurdos Pokèmon. Las infinitas variaciones de Barbie con todo su universo de complementos etc.  Y el que menos tiene, menos vale.

Solo existe una escalada de deseo, de consumo y facturas que cuanto más ascendente sea, mas subraya el triunfo de una vida. Lo que se deja detrás, ni se ve ni se valora. A la larga lo que importa no es el tiempo que hayas dedicado al mundo interno de quienes te rodean y al tuyo propio. Lo que cuenta son los metros cuadrados de tu casa, la cilindrada de tu coche, las marcas que te visten y los quilómetros recorridos para llegar al destino de las próximas vacaciones. En el mundo de hoy, la famosa frase cartesiana “pienso luego existo”, ha sido transformada por otra “consumo, luego soy”.

Fuente : Juan Carlos Pérez  Jiménez “Síndromes Modernos” Edit: Espasa Hoy. Madrid 2002

viernes, 7 de diciembre de 2012

¿CONSUMADOS, CONSUMIDOS O DIGERIDOS?


A lo largo de sus numerosos y excelentes libros, el profesor  Jeremy Rifkin nos recuerda –no sin un dejo de nostalgia- cómo antaño los productos solían durar décadas en el mercado. En cambio los productos de hoy tienen un lapso de vida de entre tres y cinco años (cuando no menor) antes de ser substituidos por versiones o modelos más recientes. Es más, se puede hablar de una obsolescencia planificada de los productos. Los bienes no nacen para perdurar, sino para morir rápidamente.

Lo anterior se lo debemos a “la sabiduría infinita” de las empresas y los estudios de marketing  que se ponen de manifiesto a la hora de proponernos satisfacciones de las que ni siquiera éramos consientes. “El mercado” no solo atiende las peticiones de los consumidores sino que, en un alarde de perfeccionamiento continuo, inventa nuevas propuestas que al cabo de un tiempo nos parecen imprescindibles (¿Cómo era la vida antes del teléfono celular? ¿Alguien se acuerda de cómo se vivía sin una computadora, sin internet etc? ). Diseñadores, ingenieros, trendsetters, coolhunters, fabricantes y empresarios de todo tipo se dedican a eso y –en un entorno tan saturado- cualquier aportación debería parecernos superflua.

A su vez, los consumidores dedican cada vez menos tiempo de atención a los productos. El intervalo entre la satisfacción del consumo y la aparición del nuevo deseo es cada vez más corto. Todos alguna vez hemos experimentado esa “aceleración de la impaciencia del consumidor” paralela a esa reducción del nivel de atención producida “millares de nuevos productos· entrando y saliendo velozmente del mercado con un ritmo cada vez más acelerado.

Mucha salud mental y un nivel de ansiedad muy bajo hay que tener para no caer en la tentación de este ciclo compulsivo. A esto hay que sumar que los objetos que consumimos se devalúan en el mismo momento en que los adquirimos. Su mera posesión les hace perder el valor de mercado.

Si continuamos al ritmo que vamos solo nos queda consumir cada vez más rápidamente y desechar en forma inmediata lo que adquirimos para dejar espacio a los nuevos productos que estén por salir o hayan apenas salido…y a los nuevo deseos por supuesto. Esta es la situación actual de las cosas, se corre más rápido para permanecer en el mismo lugar.   

Siempre en sus libros Rifkin parece haber detectado incluso una forma para que la fiesta del consumo no decaiga jamás. Recoge la idea de que el futuro del consumo no es la propiedad, sino el “acceso al disfrute” de cuantos bienes y servicios podamos desear en manera temporal. Y que paguemos el precio de alquiler de coches, casas, productos de moda y bienes de todo tipo para poder permitirnos cambian de modelo tras poco tiempo sin arruinarnos. El “acceso pagado” (tiene cierta sonoridad prostibularia la afirmación de Rifkin ¿No?) parece ser la solución para que los mercados se mantengan activos.  Pero la aparición de esta nueva actitud ante la economía, aunque se convierta en otra tendencia, no creo que desplace ni a la posesión y a los posesivos del planeta. Además Rifkin elucubrado de sus teorías hace caso omiso de un pequeño detalle: tres cuartas partes de la humanidad es pobre. Ergo, “el paraíso” –usando una metáfora bíblica- del  “acceso pagado” tiene un “ángel guardián” y una “espada llameante” que vetan la entrada, ellos son: El querubín de la opulencia y la espada del dólar. Sin el beneplácito de estas dos entidades, quedaremos inexorablemente fuera… más allá de cualquier teoría económica elaborada por cualquier aspirante a Nobel de economìa .