jueves, 21 de marzo de 2013

DEL TANGO COMO ESTEREOTIPO TURÍSTICO

Tendría que empezar este artículo diciendo que los Spots publicitarios tienden a utilizar personajes y situaciones simples, fácilmente clasificables (esto es estereotipos) para lograr en el receptor, mecanismos de identificación, de proyección y por lo tanto suscitar el deseo y a posteriori la venta. Pero no. Quiero escribir otra cosa. Escribir que cuando el 1 de octubre de 2009 se declaró al tango “patrimonio cultural de la humanidad”; los primeros sorprendidos (de estar vivos) hubieran sido la gente que, a fines del siglo XIX, se vio obligada a bailarlo en lugares ocultos; ya que se lo prohibió argumentando que el baile “incitaba a la lujuria”. Con esta negativa, lo que hicieron en realidad, fue iniciar un largo proceso de mitificación del dos por cuatro. El tango se refugió –entonces- en los “piringundines” o casas de baile frecuentadas por marineros, “milicos” licenciados, trabajadores, guapos y gente de la calle confirmando su origen marginal.

Los patios de los conventillos también sirvieron de escenario para aquella música donde se apiñaban los inmigrantes recién llegados de Europa, de los que el tango se nutrió hasta llegar un segundo idioma: “un pensamiento triste que se puede bailar” ... no en balde dicen que la mejor forma de escucharlo es a menos de cuatro metros, o a más de diez mil kilómetros de distancia. De hecho cuando estuve siete años viviendo a 11.124 kilómetros de la Argentina, yo -rockero consumado- en Italia (l´italia de mis abuelos) no hacía otra cosa que escucharlo.

Allí viví todas las peripecias de un inmigrante posmoderno que se precie de tal, y con ellas: el aislamiento, la soledad, la postergación permanente, el carácter tortuoso de los amores, la sensación de pérdida y la muerte cotidianas vividas entre esta nueva generación de italianos opulentos, que todos los días me preguntaban si yo era un extracomunitario haciendo oídos sordos a la fonética de mi nombre y apellido. ¿No escuchaban que era italiano? No.

¿Qué otra cosa podía hacer en Europa excepto convertirme a la melancolía de los tangos, que con sus letras parecían la columna sonora que describían mi día a día?

En Italia -ya no la de mis abuelos sino la que pisaban mis pies- aprendí a ser feliz con lo que hace doler, tal y como ellos hicieron en Argentina. Allí descubrí que la melancolía y el erotismo son maneras de tener lo no tenido. Con un par de auriculares clavados en la sien y viajando hacia trabajos más o menos provisorios, más o menos olvidables, más o menos desechables ( y extrañando a la vieja) aprendí que en el tango no existe la esperanza mística, no hay Dios ni dioses, solo fragmentos de memoria que te atormentan sin dar respiro. Aprendí que la historia de un hombre siempre se escribe con pasiones, nunca con razones. El tango habla de esas pasiones, donde los valores están en carne viva y con riesgo de hacerte perder el sentido de la existencia… si te descuidàs, (¡Chan, chan!)



PD: ¡Viva Adriana Varela (La Gata) y su voz ronca y quebrada!







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