jueves, 7 de febrero de 2013

CONSUMIENDO APOCALIPSIS NACIONAL: EL PASTOR GIMENEZ

El pastor Aníbal Héctor Giménez, tiene una historia de vida con la que todo evangélico podría regodearse al momento de contar su conversión. Su vida ha sido narrada por él mismo miles de veces, con ese modelo de historia (salvación premium la llamaría yo) que se repite entre los que buscan en él la vida eterna y el perdón de los pecados. Giménez hasta los 18 años ejercía el choreo violento y jalaba cocaína sin control. Así fue que en un tiroteo una bala casi le llega al corazón. La enfermera que sus compinches consiguieron llevar al aguantadero donde él se desangraba le mostró “la palabra”: Corintios 5:17. En resumen, el mensaje bíblico le proponía una nueva vida. Entonces se produjo “el primer milagro en su vida”: sanó por completo. La bala todavía está incrustada en su cuerpo. El joven vio la luz y salió a predicar. Después de la iluminación, o a raíz de ella, Giménez supo que lo suyo ya no era trabajar en una fábrica de medias femeninas sino lanzarse a los escenarios para salvar vidas. Así comenzó la Iglesia del Millón de Almas. Corría el 1982. Y, como debe ser, su etapa evangelista comenzó con una esposa que lo sostenía. Ella (la “Pastora Irma”) nunca fue una figura en las sombras de su prédica. Más bien se convirtió con el tiempo, en la que completaba el ideal cristiano que ofrecía Giménez en su templo. Y así la producción en sus ropas y la vehemencia discursiva con que inflaban los ánimos de la feligresía, comenzó a ser patrimonio de ambos. Su iglesia llegó a tener 107 sedes en la Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia y Miami, donde desde una cabaña de Key Biscaine, transmitía para el mundo hispanoparlante. Solo el Pastor Cho de Corea le ganaba en hacinamiento de fieles por metro cuadrado. ¡Un éxito! En ese entonces Giménez viajaba solo a Miami para grabar sus transmisiones televisivas. Después su esposa empezó a acompañarlo. El se ponía unas camisas bailanteras de terror. Y ella se fue inflando el jopo y aminorando el peso hasta quedar hecha una especie de Barbie evangélica. Pero, como dijo Napoleón, “el peor momento llega con la victoria”. Cuando Giménez estaba en el ápice de su carrera tuvo una “prueba”, parece ser que Satanás le puso una chica-hot en su auto y, mientras conducía acaramelado con la niña en cuestión rumbo a la costanera, la Pastora Irma empezó a perseguirlo con la furia digna de un poseso. El -para escapar- le tiró su auto encima, la chocó a propósito y después la llamó a su celular para maldecirla y advertirle que si no la cortaba la iba a matar. Esos hechos nunca fueron probados. Después vinieron la persecución, las amenazas mutuas y ya no pudieron parar. La guerra de los pastores se había desatado. Según él mismo, no le había conocido la cara al demonio hasta que su ahora ex mujer, la nuevamente rolliza -pero siempre blonda- pastora Irma, comenzó a perseguirlo y acorralarlo con denuncias judiciales. Giménez desde 1994 sufre aún las consecuencias de lo que califica como “el espíritu del diablo”. En su aspecto meramente material, el mal que azota la vida del evangelista, son una serie de causas judiciales en su contra en el Tribunal Oral Nº 15, donde se habían acumulado varias denuncias, entre las cuales su supuesta participación en una estafa a una fiel ofendida: María Morales. La mujer lo fustigó judicialmente por haberle vendido una casa en un plan de viviendas que nunca existió. En rigor, los directamente acusados por el negocio inmobiliario trucho fueron el hermano de Giménez, Eduardo (también pastor). Y un seguidor, José Oriolo. Ambos aparecían como socios en el emprendimiento de la inmobiliaria Jeremías, al que se había suscrito (con el pago de cuatro cuotas de 277 y un adelanto de 1000 pesos-dólares) la cándida Morales. El complejo habitacional de casas prefabricadas en el que había creído la mujer se promocionaba en las misas sui generis del pastor como un lugar ideal para el creyente. El prototipo de tal paraíso se exhibía en lo que habían bautizado como “El Patio de Jesús”. El tribunal Oral Nº 15 decidió en 1999 concederle la “probation”, o sea la posibilidad de realizar un trabajo comunitario para suspender el juicio oral que le esperaba por dos acusaciones: la estafa a María Morales y las lesiones leves que según su ex mujer, le habría provocado a una hija del matrimonio. Por ese entonces, se vio al hombre que durante diez años no había tenido otra ocupación que agitar las palmas, elevarlas al cielo, imponerlas sobre miles de fieles (y contar luego suculentos diezmos) lavar durante ocho horas diarias los baños, los pasillos y los vestuarios del centro comunitario “Los humildes primero”. Muchos gritaron ¡Aleluya! (supongo que la pastora Irma primero que nadie). Pero Giménez no se rindió. Actualmente insiste desde un nuevo templo, esta vez enclavado en un shopping en pleno Once (donde también se puede comprar “todo el merchandising que el cristiano evangélico necesita”) en el cual se sigue cayendo la gente de espaldas cuando el mal se ve derrotado por él. En la puerta hay una gigantografía del pastor (junto a una nueva compañera) con su impertérrito corte cubano de cabellos, sus incombustibles camisas y un gesto de “yo no fui” instalado en el rostro.



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