jueves, 22 de octubre de 2009

GAY


Somos una sociedad homofóbica, producto de una cultura homofóbica de profunda raigambre en la matriz judeo-cristiana de pensamiento (o símil monoteísta). Las primeras referencias de condena a la homosexualidad se remontan al libro bíblico de Levítico, que describe las relaciones entre hombres del mismo sexo (para el machista de Jehova las lesbianas no existían) como una "abominación" y que ameritaría la pena capital como castigo.
La atracción sexual hacia la gente de un mismo género es considerada de inspiración diabólica en todas las comunidades cristianas de orientación fundamentalista evangélica. Mientras que la Iglesia católica (hoy en día mucho más “polite” que en el medioevo) admite que no es pecado ser gay, sino practicar la homosexualidad (sic)…
Muslmán y Gay son términos excluyentes. La homosexualidad es considerada un delito y está prohibida en la mayoría de países mahometanos, que pueden terminar en la lapidación del implicado, ante una caída de pluma o el menor quiebre de muñeca.
En nuestra cotidianeidad pueblerina los gays – en el mejor de los casos- son mirados con un dejo de sorna. Al pasar delante de las mesas de café, dejan una estela de risitas y/o comentarios socarrones por parte de los monolíticos y jocosos heterosexuales.
Unos datos reveladores sobre las consecuencias profundas, que la aceptación de la homosexualidad tiene en nuestra sociedad, son las cifras del informe sobre la incidencia de la orientación sexual en los intentos de suicidio entre adolescentes. Según un informe publicado en el “American Journal of Public Health” (por supuesto en Argentina no hacemos ese tipo de investigaciones) EL 28,1 % de los adolescentes varones homosexuales habían intentado suicidarse, frente a un 4,2 %, entre los adolescentes varones heterosexuales. Siempre según este artículo, treinta de cada cien suicidios entre jóvenes son cometidos por gays y lesbianas, a pesar que este sector de la población no supere el 10% de la misma, lo cual supone un índice de suicidio tres veces mayor. Tal y como señala el sociólogo español Juan Perez Jiménez, “si estos números no nos conmueven hasta el estremecimiento, es que debemos estar muy seguros de que personalmente hacemos todo lo posible para que eso no sea así”. Pero si este no es el caso, deberíamos reflexionar sobre qué es lo que lleva a un tercio de ese sector joven de la población a desear su propia muerte. Qué mensajes implícitos les hace llegar una sociedad que se vende como abierta, libre, tolerante y justa. Esto pone en evidencia lo mucho que queda por hacer en materia de tolerancia, a pesar del camino recorrido. El aumento de la visibilidad de gays y lesbianas es un ingrediente más en el nuevo rompecabezas de relaciones y roles emocionales de la posmodernidad. La mera aceptación de su existencia y el reconocimiento de todos sus derechos enriquecen un escenario social donde los roles clásicos y excluyentes empiezan a desmoronarse. A pesar de esto, me parece increíblemente segado y limitado que sea la preferencia sexual, la característica que defina a un grupo social en su complejidad. La propia expresión “comunidad gay” tiene ya una connotación cerrada y excluyente que, si bien refuerza a un sector de la población más vulnerable a la hora de hacer frente a la marginación, lleva implícita una diferenciación que no debiera ser permanente. No en el siglo XXI.
Creo que por eso admiraba a Fernando Peña. No tanto por sus dotes histriónicas y sus alocuciones de lúcido urbanita, sino por su condición de tábano socrático (tábano gay se entiende) Peña, en medio de su evidente trastorno de personalidad múltiple, de su caleidoscópica mirada de insecto, usaba los medios de comunicación en general y sus personajes en particular a modo de espejo. Exhibiendo y haciendo gala de la propia homosexualidad, del hecho de ser HIV positivo, ponía brutalmente a la sociedad de frente a sus propias contradicciones y tabúes. Frente a su propia su propia hipocresía. Cerraría este artículo parafraseándolo. Diciendo que si decimos “yo no soy homofóbico me banco a los putos” es lo mismo que decir “yo no soy antisemita si hasta tengo un amigo judío”…

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