martes, 4 de septiembre de 2012

MI MAESTRA

Tengo una tía (“La Vanna”) a la que le debo haberme inculcado desde niño el placer de la lectura, el mundo, el universo de los libros. Con sus ochenta y cinco años no deja de leer: En la mañana, en las largas siestas sanjuaninas, en la noche antes de dormir. Desde que tengo uso de razón Juana lee todos los días. Es una Penélope que lee y deslee textos. Es más, no podría concebirla sin uno entre sus manos. Juana Azeglio es una lectora sibarita, en mi vida es sinónimo de literatura, de autores clásicos, de “altas cumbres” en materia de letras. Amén del amor que me prodigó desde niño-adolescente-adulto, en nuestro vínculo siempre estuvieron presentes los libros. A ella le debo haber leído “El Canon”: Kafka, García Márquez (del que profetizó- en el 71- que algún día sería Nobel), Juan Rulfo, Guy des Cars, Pirandello, Mario Vargas Llosa (idéntica profecía que para Márquez con solo haber leído un libro: “Los cachorros”) Stefan Zweig, Verne, Salgari, Joyce, Borges, Somerset Maugham; Tolstoi, Dostoievski, Gogol, Chejov…. “La Vanna” tenía una debilidad por los autores rusos, era capaz de describirte San Petersburgo (que para ella jamás fue Leningrado) como si hubiera estado realmente allí.
Sé que a esta altura alguno habrá pensado que era profesora de literatura: No. Toda su vida fue maestra. Empezó siendo muy joven. En el “Quinto Cuartel” de Pocitos. En los cuarenta. Viajando todos y cada uno de sus días convencidísima de la máxima sarmientina: “hay que educar al soberano”. Tenía anécdotas e historias de esa época, que harían quedar a “Cien Años de soledad” como un experimento literario típico del “realismo socialista”…
A pesar de su magro estipendio nunca dejó de comprar libros, siempre hubo una nutrida biblioteca en su casa: de oferta, tapas blandas, duras, viejos, nuevos, seminuevos, prestados y….”los incunables”: Esto es, ediciones en papel biblia de los clásicos rusos a los que solo unos pocos elegidos teníamos acceso. “La Vanna” había tardado literalmente años en pagarlos. Eran su tesoro más preciado. No, miento, su tesoro éramos nosotros: sus sobrinos, a los que no solo nos conocía como a la palma de su mano, sino que nos dio hasta lo que no tenía. Siempre incondicional, generosísima, honesta, pudorosa, juiciosa, didáctica, tozuda.
A pesar de los libros leídos habría llegado a un tipo de sabiduría toda suya y particular. Una sabiduría que se encuentra –quizá- en las antípodas de la erudición. He aquí el gran contrasentido: mi tía Juana conocía la naturaleza humana por experiencia directa. Quiero decir, nunca escribió un ensayo de psicología. No frecuentó las aulas de ninguna facultad de antropología o de sociología, pero conocía perfectamente el lenguaje de las miradas, de los gestos, de los ropajes, de los códigos y modos de la fauna humana. En la mirada de las personas, en las muecas, en la humanidad de sus numerosísimos alumnos había aprendido a leer “el gran libro de la vida”. Hacía pocas o ninguna citación de libros o de autores, al contrario, daba la impresión de despreciar —paradójicamente— las palabras. Porque quizá sabría que entre las palabras y el mundo real hay un divorcio, una disgregación abismal. “¡Ya has estado leyendo al viejo-gorila!” me gritaba (por Borges); o “Que retorcido para escribir el rusito-tísico ¿No?” (por Kafka). “Ese pendejo es un pesado, se cree que se las sabe todas y no sabe nada: muy de tu generación” (la primera vez que le di a leer Rodrigo Fresan). “Este leguleyo escribe para los esnobs, no se le entiende ni jota” (por Cesar Aira) Mi tía, mi Vanna jamás dejó de enseñar, también con sus silencios transmitía cosas cuando fumaba sentada en un escalón del patio de su casa porque –como es sabido- las palabras deforman el sentido secreto de las cosas. Siempre que expresamos algo, nos parece deformado, inconcluso, imperfecto.
Hoy nos miramos casi sin hablarnos, porque ya nos hemos dicho todo. Aun así me sigue enseñando como se trasmite el amor: en silencio. Al fin y al cabo es maestra.

1 comentario:

Alberto Pez dijo...

Pues esto que escribiste está bien formado, concluido y perfecto...cuando el corazón es el que dicta,nunca sobran las palabras.