jueves, 6 de septiembre de 2007

ELOGIO DEL PESIMISMO

Me acuerdo como si fuera ayer. En 1983 con el regreso de la democracia pareció volver la alegría a la Argentina. El silencio y la muerte habían gobernado al país durante casi una década. Miles de desaparecidos y otros tantos en el exilio eran el silente y macabro balance, que empezaba a emerger como desde el fondo de una ciénaga oscura y viscosa. Se podía empezar a hablar-escribir sin sentir miedo a que te “chuparan”. La hecatombe económica de Martínez de Hoz había quedado atrás....o eso creíamos. Y aunque todavía no conocíamos cuál había sido la verdadera herencia de Malvinas, la gente quería un país más soberano, justo y solidario. La universidad era un hervidero. Resurgían los Centros de Estudiantes y el debate ideológico-político volvía a estar instaladísimo en los foros estudiantiles. Renacía una voluntad de querer cambiar las cosas que los militares habían tratado de abatir sistemática y físicamente en la generación anterior. En las librerías se podían volver a encontrar libros y compendios que te hubieran costado la vida o la desaparición temprana seis meses antes. Todo lo relativo a Perón (mala palabra en todas las dictaduras), Arturo Jauretche, Rodolfo Walsh y Jorge Abelardo Ramos. Las prohibidísimas obras completas del “Che” y todo el pensamiento de la izquierda: Marx, Engels, Lenin, Trosky, volvían a lucir impávidos en los anaqueles. Recuerdo una beatífica visión de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo ” de Max Weber, en el rincón de un estante de libros usados, con los signos visibles de haber estado sepultado durante años y literalmente exhumado para terminar entre los libros de ocasión. Una o dos veces a la semana la gente del barrio comenzaba a reunirse en la Unidad Básica, en el Comité, en la Unión Vecinal o en la parroquia para tratar de solucionar los problemas de la zona: falta de semáforos, falta de cloacas, falta de iluminación, falta de pavimentación etc. Había vuelto la alegría, pero se acabaría pronto. Los juicios celebrados contra “La junta” terminaron con la ley de Obediencia Debida y Punto final (ya se sabe.. “la casa está en orden, felices pascuas” y todo eso) Hacia fines de los ochenta hubo un estallido hiperinflacionario con vida propia que llevaría al ex Presidente Alfonsín a declinar su mandato antes de lo previsto.
En ese punto tengo una suerte de amnesia, de paréntesis en mi vida respecto de la Argentina. Como mucha gente de mi generación tenía doble ciudadanía, y usufruì del “privilegio” de ser italo-argentino para emigrar a Europa, estudiar y dejar atrás lo que –solo dos generaciones atrás- había sido la “tierra prometida” para mis abuelos italianos y españoles. Volví de paseo, cinco años más tarde. La cosa había cambiado. Mucho. La política ya no la realizaban los “compañeros” o los “correligionarios” del barrio, sino los yuppies ( y luego los “sushis”): había que vestirse con Yves Saint Laurent, usar perfume importado y celulares de última generación . Buenos Aires había dejado de ser la “ciudad del psicoanálisis” para ingresar al mundo del pensamiento mágico...imagínense! un peso equivalía a un dólar , lo que era igual que afirmar en términos económicos, que la estructura económica de la Argentina y Estados Unidos eran iguales, o al menos equivalentes...... un viejo espejismo. (ver J.R. Hicks, “A Suggestion for Simplifying the Theory of Money”, Económica, Febrero 1935)
Por primera vez sentí hablar de la “cultura de la merca”, y en San Juan la psicóloga María Rosa Pacheco de Balmaceda, que trabajaba como consultora del Prise (Programa de Reformas e Inversiones del Sector Educativo), desaparecía sin dejar rastro alguno como en las mejores épocas de la dictadura militar. Volví a los anaqueles de la vieja librería de libros usados de la General Acha. Allí, el polvoriento anaquel que otrora sostuviera “La ética protestante ...”, sostenía ahora -impoluto- una copia de a Tus zonas erroneas de Wayne Dyer. En el mismo stand me encontré con: Metafísica de Cony Mendez, El Metodo Silva de Control Mental, Vida después de la Vida de Raymond Moody ,El Tao del Sexo, Aproveche su Depresión ,El dinero es mi amigo, Esta noche no querida, En busca del Ser.etc etc. Habíamos pasado del “Luche y se van” a la New Age ;del Che a las flores de Bach; de Perón y “el viejo” Allende a Osho Rajneesh. Toda una literatura tratando de vendernos o ayudarnos a alcanzar ese “imposible necesario” llamado felicidad. Se podía decir que no era de extrañar la proliferación de estos libros en una cultura donde la autosuficiencia se la promocionaba como la cualidad más deseada. No necesitar a nadie, no entregarse emocionalmente a nada que no se pueda controlar, parecía ser una buena receta en un mundo plagado de intereses materiales y traiciones por conveniencia. Además, la mayoría de estos libros trataban de decirnos que la clave para la felicidad parece estar en tener la cantidad adecuada de “ilusiones positivas” en torno a la vida. Es decir, el quid de la cuestión estaría en la predisposición de cada uno de nosotros a erigirse y creerse sus propias ilusiones. En otras palabras, de crearse la propia y confortable “nube de pedo”. En esa época ya habían estudios donde se había comprobado que los distímicos tienen una forma mucho más realista de ver la vida que las personas funcionales. Esto es, mientras que los depresivos tienen un punto de vista muy crítico y realista de las circunstancias, se puede decir que la gente feliz tiene un adecuado nivel de engaño o auto-engaño sobre la existencia. El depresivo se pregunta y le preocupa para qué sirve todo esto, cuál es el sentido y el fin último de las cosas. Pero la cultura (como en el mejor de los tangos) siempre castiga la honestidad y premia la mentira.
Quizás los New Agers tengan razón. Quizá todo esto sea la reacción de la gente a una acción anterior. Tal vez esto no sea ni casual ni condenable .Me explico: una de las características de la vida moderna es lo que los sociólogos llaman “la militarización de la cotidianeidad”. Vivimos en un mundo que promociona la competitividad, en el que para que haya un ganador siempre tiene que haber un derrotado. Un panorama repleto de enemigos, estrategias, ataques y defensas, de vencedores y vencidos se despliega ante nuestros ojos. La vida se concibe en muchos frentes como un campo de batalla, el desarrollo como una lucha, el éxito como una conquista. La rivalidad se estimula desde los primeros años de la escuela primaria, y en todos los órdenes se establecen jerarquías de triunfadores y perdedores. Y aunque todo esto se nos presenta solo como una simple analogía, se trata de una realidad que no solo duele, sino que deja víctimas. El número de bajas ente los derrotados, entre los “loosers” del sistema es inconmensurable e invisible. Y aunque no todos somos víctimas mortales, muchos heridos de guerra nos manejamos con las secuelas permanentes que deja este permanente estado de beligerancia. Los valores e ideales por los que la gente daba la vida una generación atrás ya no existen. Se anunció sin más el fin de las ideologías, de la guerra fría, la muerte del socialismo y también de la razón. El filosofo León Rozitchner dijo que "el desencanto ante la política, la economía del libre mercado y la religión oficial produce un abismo, un vacío que debe ser llenado de algún modo". Y mientras la revolución política, ideológica, religiosa, pierde posibilidades y significado en la posmodernidad de este mundo globalizado, el espacio interior pareciera ser el único – y último- espacio que nos queda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sólo que los distímicos no creo que tengan una visión más realista de la vida. Las personas con depresión suelen sentirse culpables de todo e incapaces de dar respuesta a lo que les acontece.
Para ser "felices" (para cada uno ésto significa algo distinto), pueden contribuir un cúmulo decircunstancias, pero como más importantes ser congruentes (conducta/pensamiento) y actuar de forma adaptativa con el mundo que nos ha tocado vivir. Esto sería lo más inteligente (aunque también ¿qué inteligencia?)