Se pueden identificar en este momento pocos intelectuales en la Argentina al servicio de la verdad, o al servicio de la comunidad en la que vive. Hay mucha gente criticando con grandilocuencia, remasticado viejas fórmulas, dándole una apariencia de seriedad científica a sus poquezas intelectuales y a su falta de coraje: hablan en inglés de Chicago o Harvard, en “europeo” (cuando no - todavía - en chino en ruso) nadie habla en argentino. Hay miedo en los círculos académicos de agitar ideas e ideologías realmente nuevas. Hay miedo al ridículo, a quedarse “fuera” del pequeño círculo de los preclaros. Se siguen repitiendo los ticks de una cultura moribunda. Por tic entiendo eslogan repetido, expresión antigua, alógica y emotiva, hecha solo para emocionar e impresionar, no para razonar y discutir constructivamente. No para aportar ese oxigeno intelectual que nuestro pueblo está necesitando. Las modas se esquematizan en fórmulas y se emotivizan en slogans: no es un mal per se que estén de moda la alienación y la cultura de masa, es un mal que estas modas adulteren y empobrezcan nuestra cultura y nuestra instrucción. Es un mal que la cultura (y con ella la educación) quede reducida a aquello que Umberto Eco llamó en un ensayo los conceptos-fetihce. O sea esquemas, etiquetas, conceptos no conocidos realmente, expresiones de significado ambiguo con fuerte carga emotiva, y poco rigor racional.
Así muchos de nuestros intelectuales se dejan llevar por este uso y abuso de estos fetiches, hablan para despreciar o exaltar pero no para conocer, faltando de esta forma a su verdadera función de intelectuales: la de - repito - comprender, conocer en profundidad y de esta manera “aportar” a su pueblo.
Pero esto, el hecho de producir ideas nuevas e inclusive incómodas, ha sido siempre el deber y la ventaja de pequeñas, de corajudas (y también presuntuosas) minorías intelectuales.
Y ahì están nuestras universidades y sus “claustros académicos” que son cada ves más eso: “Claustros”, es decir lugares cerrados, donde catedráticos, magísteres, doctores y graduados ejercen su oficio perdiendo el contacto con el mundo real. Se trafica cada vez más con conocimiento, se tiende cada vez más a la erudición y poco hacia la cultura. El erudito no hace otra cosa que repetir al dedillo teorías y teoremas, demostraciones renombradas y rimbombantes. Cita libros. Libros consagrados de autores canonizados por el establishment cultural. El erudito no solo repite sino que estimula a repetir. Al contrario de esto, la cultura “crea”, llena un vacío allí donde hay una profunda necesidad insatisfecha.
El sistema de calificación imperante en nuestro sistema educativo, en términos generales premia al que mejor repite, al que asegura la perpetuación del sistema. Un sistema que en el caso Argentino, dicho sea de paso, no hace mucho por los argentinos ni la Argentina.
Así muchos de nuestros intelectuales se dejan llevar por este uso y abuso de estos fetiches, hablan para despreciar o exaltar pero no para conocer, faltando de esta forma a su verdadera función de intelectuales: la de - repito - comprender, conocer en profundidad y de esta manera “aportar” a su pueblo.
Pero esto, el hecho de producir ideas nuevas e inclusive incómodas, ha sido siempre el deber y la ventaja de pequeñas, de corajudas (y también presuntuosas) minorías intelectuales.
Y ahì están nuestras universidades y sus “claustros académicos” que son cada ves más eso: “Claustros”, es decir lugares cerrados, donde catedráticos, magísteres, doctores y graduados ejercen su oficio perdiendo el contacto con el mundo real. Se trafica cada vez más con conocimiento, se tiende cada vez más a la erudición y poco hacia la cultura. El erudito no hace otra cosa que repetir al dedillo teorías y teoremas, demostraciones renombradas y rimbombantes. Cita libros. Libros consagrados de autores canonizados por el establishment cultural. El erudito no solo repite sino que estimula a repetir. Al contrario de esto, la cultura “crea”, llena un vacío allí donde hay una profunda necesidad insatisfecha.
El sistema de calificación imperante en nuestro sistema educativo, en términos generales premia al que mejor repite, al que asegura la perpetuación del sistema. Un sistema que en el caso Argentino, dicho sea de paso, no hace mucho por los argentinos ni la Argentina.
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