lunes, 18 de agosto de 2008

FIESTAS


Yo sé que la gente constantemente necesita estar festejando cosas. También sé que con el paso del tiempo -y los años- me he vuelto más intolerante y taciturno. Frecuentemente y por razones que tienen que ver con la diplomacia conyugal o la paz familiar, me he sorprendido a mi mismo sentado en el living de una casa totalmente ajena , rodeado por absolutos desconocidos, o apenas conocidos, con los que no solo no tengo nada en común, sino nada de que hablar..(¡Que cosa el tiempo!¿No?..y Boquita? etc.etc. ) . Generalmente estoy frente a una serie de cuadraditos y rodajitas comestibles (a veces semicomestibles) preguntándome porqué he reincidido en una fiesta, cuando la última vez me había jurado justamente eso: que era la última. En mis épocas de soltería, o cuando estaba recién separado eran una buen ocasión para establecer un primer contacto con el sexo opuesto...hoy son lo opuesto del sexo. Cuando viví en Italia llegué a pensar que fiestas y juntadas estaban justificadas en el plano moral, solo por las habilidades culinarias de los dueños de casa. Pero con lo años he llegado a una verdad universal e inmutable: nada en el mundo supera las milanesas al escabeche de mi tía Aída. No importa en la parte del mundo en que me encuentre, ni del chef del que estemos hablando.
Para no aburrirme en las últimas fiestas a las que asistí empecé a mirar la gente con ojos entomológicos y a descubrir que en las mismas , las personas cumplen con roles predecibles: el chistoso, el alegre-optimista, el recién separado /a, el hipocondríaco /a , el callado /a, el discutidor /a, el conciliador. El tipo de peluquín obvio que se comporta como si fuera su melena natural de toda la vida. Yo respondo al perfil “callado-contrera-en-fiesta”, y generalmente abro la boca para evidenciar alguna contradicción ante la sorpresa o el espanto de algunos. Por ejemplo, si el ambiente es muy radicheta (o gorila) hablo de las innegables virtudes-habilidades del General. En este caso generalmente agrego que fue el primer presidente en sentar a la clase obrera argentina en la mesa de negociaciones con la patronal. Si pasa lo contrario, digo que como “La Tortuga” no hubo presidente bueno y honesto, lástima que durara tan poco.... y así...hasta el pingüinaje y la interminablería.
En la última fiesta a la que asistí, la gente presa de un raptus económico-consumista se había levantado a las siete de la mañana para cocinar cantidades de comidas que hubieran alimentado a media África agonizante. Uno de los comensales había traído un cerdo entero especialmente asado en el horno de una ignota panadería: con cabeza, dentadura blanca en total exhibición y gesto crujiente de no haber tenido una muerte feliz.
Antes de medianoche, varios beodos evidentes dirigían palabras pobremente dotadas de coherencia a sus hijos, consortes y nietos. Algunos con el tiempo, se retiraron repetidamente al baño a cumplir con el antiguo ritual romano del “vomitorium”. Al las doce el cielo pareció derrumbarse sobre nosotros y varias madres tuvieron que llamar a la prudencia de sus cachorros ya que –afirmaban- no querían terminar con ellos en el hospital curándoles quemaduras de gravedad.
Al otro día -la ciudad enmudecida- nadaba en basura y moscas. Supe por el noticiero que a un niño o niña de tres años lo había matado una bala perdida en Bernal, y que habíamos osado llamar a todo esto “Navidad”. Jamás (juro) en toda la noche, escuché una reflexión sobre aquel que le daba motivo o nombre a la fiesta. Jesús, “El Nazareno”, había sido el “gran ausente” de la misma, como Godot en la tragicomedia en dos actos de Samuel Becket. Los rigurosos “feliz navidad” de la noche anterior, me retumbaron en la cabeza como frases desprovistas de sentido ¿Cuál es el sentido de nuestras fiestas posmodernas? ¿Por qué no llamamos las cosas por su nombre? ¿El “Potlach” de fin de año por ejemplo? A veces creo que los antiguos eran más brutales pero mucho menos caretas que nosotros. Los romanos sin ir mas lejos, se juntaban explícitamente a emborracharse, a comer manjares, a tirarse sobre vestales al igual que sobre prostitutas. Se lee en algunas crónicas de la època: “el cumpleaños de Cayo, en el que ofrecerá diez prostitutas vírgenes y caviar recién extraído del mar Caspio, junto a la posibilidad de someter a la esposa de Domiciano, como parte de un castigo que su propio esposo le ha impuesto”... No digo que yo participaría en una de esas fiestas, pero debemos reconocer a) que eso es llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos lechuguinos. b) esas sí que eran fiestas.
Ya es suficientemente difícil encontrar interlocutores válidos en la vida cotidiana que decodifiquen lo que queremos decir, ¿Por qué pretender que nos divirtamos al encontrarnos con perfectos desconocidos, semiconocidos o detestables conocidos en una “fiesta”?...Ah, se me olvidaba: ¡Felicidades!

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