Hace no mucho, solo doce
años, una gran cuenta regresiva –la entrada del año 2000- se vivió con una
combinación de euforia cronológica, combinada con ciertas dosis de paranoia
milenarista. Sobre nuestras cabezas sobrevoló el fantasma de un peligro
desconocido hasta ese entonces llamado efecto 2000. Las trompetas del
Juicio Final no iban a sonar por nuestros pecados en el año 2000, ni se trataba
de ningún meteorito que arrasaría la vida en la tierra sin remisión, como
anunció oportunamente Hollywood en sus películas Armageddon o Deep
Impact. La amenaza provenía de las computadoras, esos dóciles instrumentos
creados por el hombre para ayudar en las tareas diarias. Un error de cálculo,
la falta de previsión de los informáticos de años pasados, amenazaba con cortar
el suministro eléctrico, paralizar hospitales, asesores, transformar
computadoras y hasta provocar un holocausto nuclear. Afortunadamente todo quedó
en la nada. Y nunca sabremos con certeza si se trató de un alarmismo exagerado
o si realmente las cosas se hicieron tan bien, que se erradicó por completo la
fuente de los posibles errores. Si se trató de “la madre de todas las
paranoias”, o del mejor esfuerzo conjunto emprendido por el planeta en toda su
historia (conocida). A los medios de comunicación no les fue mal haciendo
titulares apocalípticos para aumentar las ventas. Las condiciones eran óptimas
para la credulidad, el problema era muy concreto, una cuestión de ceros. Y si
bien los antiguos romanos pudieron crear una civilización sin el cero, parecían
inminentes que, por el contrario, la sociedad actual, se derrumbaría sin él.
Por suerte no sucedió. De cualquier manera, por esa época y desde distintos
campos de la cultura contemporánea se venía anunciando un grand finale.
Estos últimos años del
milenio vinieron a coincidir el fin de la modernidad proclamado por Gianni
Vattimo, el fin de la historia según Francis Fukuyama o el fin del arte que
argumentaron Arthur C. Danto y Hans Belting. Todo lo anterior en un mundo que
ya había vivido el fin de las ideologías y el crepúsculo de los dioses. Se
había abusado de ese afán apocalíptico y como ironizaba David Brooks[1]: “La
dificultad de escribir un libro que hable del fin de algo consiste en encontrar
cosas que aún no hayan finalizado. La historia, la igualdad, el racismo, la
tragedia y la política ya no están disponibles y La muerte de…acapara
casi todo lo demás”.
El 31 de diciembre de 1999
pasó y no notamos mucho la diferencia con el milenio pasado. Todo pareció
seguir en el mismo sitio donde quedó el siglo XX, incluidas nuestras propias
debilidades y nuestras grandes contradicciones.
Pero como si lo anterior
no nos hubiera bastado, inmediatamente empezado el nuevo milenio, surgieron en
el horizonte apocalíptico “Las Profecías Maya”. Y cuyos exégetas (la mayoría
improvisados, sin conocimientos de lingüística, antropología, arqueología y un
largo etc) comenzaron a decir que el 21 de diciembre se acababa el mundo o –en
el mejor de los casos- empezaba una nueva era. Que nos teníamos que deshacer de
todo lo anterior para entrar en una nueva época en la que habíamos encontrado
una nueva fecha fija. Si usted está leyendo esto el viernes 21 de diciembre del
2012 sabe que eso no ha pasado. No han ocurrido catástrofes, no se han abierto
los cielos, no se ha estrellado ningún meteorito, no ha llegado ningún “rayo
sincronizador” del centro de la galaxia. Sabe que no vivimos en el rutilante
comienzo de un nuevo milenio, sino en el turbulento epílogo un milenio que
todavía agoniza. Uno de los más contradictorios y crueles de la historia humana
(conocida).
Epilogo:
Quiero cerrar con una
reflexión de un gran periodista argentino, un gran desmitificador, Alejandro
Agostinelli:
A las 00:01 del 22 de
diciembre de 2012 todo lo que se dijo sobre el fin del mundo será inútil. Si la
"profecía maya" coincide con una catástrofe real, a nadie le
importará la teoría: los sobrevivientes estarán demasiado ocupados en salvar el
pellejo. Si las "profecías" son, como cualquier persona informada
sabe, puras habladurías, tampoco importará: sólo se confirmará la gran
habladuría universal y la inaudita exageración de los medios que
promovieron la idea para hacer rating haciendo temblar a los más creyentes y
entreteniendo a los escépticos, pues tanto unos como otros cambiarán
rápidamente de tema. Al final de "la cuenta larga" los más
entusiastas del "apocalípsis" o el "cambio de era" serán
los menos interesados en mantener viva la cuestión...
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