En mundo del marketing, la vida del
consumidor se plantea como una espiral vertiginosa en la que los productos cada
vez tienen una esperanza de vida menor; en la que el consumo se sigue
acelerando cada vez más. En otro artículo planteamos que de seguir así, si
continuamos al ritmo que vamos, solo nos va a quedar consumir rápidamente y
desechar en forma inmediata lo que adquirimos para dar lugar a nuevos productos
y nuevos deseos. Pero es posible que
esta sensación de vacío que propicia esta espiral de lugar a un cambio de
actitud. Que surjan nuevas posibilidades menos materialistas, esto es,
conformarnos con menos, valorar lo que tenemos y hasta renunciar expresamente a
beneficios materiales en aras de una mayor calidad de vida emocional, lo que
los norteamericanos llaman downshifting.
En torno a esta idea del downshifting,
o lo que es lo mismo simplicidad voluntaria como antídoto contra el exceso de
consumo, se ha creado la filosofía de
una nueva frugalidad. Ya en el lejano 1995, el 28% de los norteamericanos había
elegido rebajar su nivel de consimo de alguna forma, con un grado de satisfacción
asociado del 86%. Pero muy mal se tienen que poner las cosas para que lleguemos
a esto. Generalmente el psicólogo da un ultimantum o hay un infarto que
amenaza como para que realmente estemos
dispuestos a dejar aquello hacia lo que nos hemos encarrilado toda la vida:
nuestro poder de consumo.
Me parece que todavía no estamos preparados
para el downshifting o al menos, aunque
se trate de una tendencia en alza, hay que reconocer que todavía afecta a una
parte pequeña de la población. Por ahora dudo que seamos capaces de mentalizarnos
para renunciar a un nivel d ingresos mayor para seguir otras prioridades:
tiempo con los amigos o con la familia, cultivar aficiones, leer, hacer
deportes o simplemente vaguear. Desde luego, la sociedad no lo promueve: ni los
medios de comunicación, ni la maquinaria publicitaria, ni las empresas quieren
ciudadanos con un menor nivel de ingresos. Quizà alguna producción de Hollywood
oportunista se inspire en esos valores, pero no para propagar un cambio de
mentalidad (no seamos ingenuos) sino para vender entradas de cine y cobrar royalties.
Hay que tener mucha convicción y estar
dispuesto a perder prestigio social, brillo profesional y hasta el respeto de algún
familiar para tranformarse en un downshifter.
De hecho todas las personas (la mayoría europeas o norteamericanas) a las que
he sentido hablar bien del downshifting lo hacen con sordinas, admirándolo
en el prójimo, pero sin desearlo para sí. Y es totalmente comprensible. Desde
chicos hemos sido entrenados para desear la colección completa de los 250
absurdos Pokèmon. Las infinitas
variaciones de Barbie con todo su universo de complementos etc. Y el que menos tiene, menos vale.
Solo existe una escalada de deseo, de consumo
y facturas que cuanto más ascendente sea, mas subraya el triunfo de una vida.
Lo que se deja detrás, ni se ve ni se valora. A la larga lo que importa no es el
tiempo que hayas dedicado al mundo interno de quienes te rodean y al tuyo
propio. Lo que cuenta son los metros cuadrados de tu casa, la cilindrada de tu
coche, las marcas que te visten y los quilómetros recorridos para llegar al destino
de las próximas vacaciones. En el mundo de hoy, la famosa frase cartesiana “pienso
luego existo”, ha sido transformada por otra “consumo, luego soy”.
Fuente : Juan Carlos Pérez Jiménez “Síndromes Modernos” Edit: Espasa Hoy. Madrid 2002
1 comentario:
Impecablemente Azegliano! Feliz fin del mundo ¿vamos a festejar?
Publicar un comentario