La moda o “modo” es ante todo – y etimológicamente- un concepto estadístico. Es el valor de la variable bajo estudio que se repite más veces en el tiempo o –como dicen en estadística- que tiene mayor “frecuencia absoluta”. Si por ejemplo, consideramos el caso de la difusión de los pantalones entre las mujeres, en términos estadísticos solo podría hablarse de moda a partir del momento en que el fenómeno se hace cuantitativamente relevante (durante la segunda guerra mundial) y llega a confrontarse al peso de la tradición, totalmente contraria al uso de esa prenda. Pero para que haya “moda” se necesitan otros dos componentes: 1) La novedad respecto de la situación preexistente 2) La conciencia que se trata de algo totalmente pasajero y efímero. Alrededor de estos dos conceptos gira todo el universo de la moda actual.
En la primera sociedad de la primera revolución industrial, la aristocracia es la que establece los modelos de elegancia y distinción, al cual las clases burguesas (recién llegadas al mercado de los símbolos y la representación social) aspiran. El vestido recién traído de Paris, manifestaba tanto la disponibilidad económica de la familia, como la magnificación de la situación alcanzada. La moda deviene símbolo social de pertenencia ( o de su simulación) a las clases más acomodadas, las que están interesadas en que su apariencia hable a favor de una esencia aún frágil. De esta forma esta moderna cultura de naturaleza industrial, irá creando y difundiendo modelos de comportamiento, donde los caminos paralelos recorridos por la moda y el consumo convergen espontáneamente, dando lugar a este nuevo fenómeno de expresión humana que aún no tiene un siglo de vida. La explosión chispeante de la moda y su ocaso sistemático parecen haber llegado a una perfecta simbiosis con el mundo de la producción en masas, creando una especie de primitiva y poderosa religión. Devoción que necesita de sus dioses y diosas, de mitos y celebraciones que se extienden en ámbitos territoriales cada vez mayores, a escala global y nivel planetario.
La “ceremonia” de la moda –afirma la antropología- es ritual y exorcizadora. Es celebración mítica de la atemporalidad. Exorcisadora del proceso de envejecimiento natural del ser humano, al que se opone con una serie de productos (ropas, cosméticos, alhajas etc.) que nacen y mueren luego de una existencia más o menos perdurable. Y es ritual, porque en sus celebraciones periódicas ( desfiles, presentaciones, eventos etc) asistimos al milagro de la renovación del individuo, de la sociedad y las estaciones, donde la moda es al mismo tiempo sacrificio ritual y medio de salvación. Consiste en una anulación momentánea del sentido del tiempo lineal ( el dios griego Cronos, la flecha del tiempo) y la utilización alternativa de un tiempo sensorial ( Kairós, el dios del instante eterno, de los encantamientos temporales). Una ceremonia está dirigida a todos, pero donde el cuerpo que se usa para representarla, es el cuerpo joven. En efecto el periodo te tiempo biológico mas solicitado por la moda (y la publicidad) para operar este “espectáculo de lozanía” que monta es el de la juventud. El cuerpo de moda es un cuerpo casi ausente (el de la modelo filiforme, filo anoréxica) o narcisísticamente cultivado ( el del atleta, el culturista) pero ante y por sobre todo es un cuerpo joven, dispuesto a afirmar su derecho de pertenencia al mundo de los mitos: el de la eterna juventud.
Pero amén de esto, y aún entendiendo que la industria de la moda genera un efecto multiplicador en la economía, induciendo la demanda de una multitud de factores de la producción (materiales, mano de obra, servicios). Aún entendiendo que en las balanzas de pago de países como Francia o Italia, la moda genera millones, a mí - como muchas otras personas que conozco- me es definitiva y absolutamente ajeno el mundo de la moda. Hay un sector de la humanidad que no entendemos nada sobre modistos, creadores, peluqueros, estilistas y sus cortesanos, profetas, vendedores, apologistas, panegiristas, vestales y adoradores oficiales. Y lo que es peor aún: podemos seguir viviendo perfectamente en nuestra amniótica ignorancia.
Debo decir que a título personal, estoy harto de la visión engreída de ciertos modistos que ( entrevistados obsecuentemente y cual si fueran divas) hablan como si hubieran descubierto ayer la piedra filosofal, el genoma humano, o la esencia misma de la vida. No soporto la opinión de algunos “líderes de opinión”, que levantan la voz con la crasa y burda intención que les tapen la boca con dinero, publicidad o algún tipo de canje. Estoy harto de los “últimos” destinos vacacionales que hay que visitar para estar en “sintonía” con los que “saben”, que –a su vez- inundarán el sitio en los próximos diez años, hasta convertirlo en un cuchitril para luego abandonarlo puntualmente . Estoy harto de cosas “in” y cosas “out”, de listas y puntuaciones clasificando en estrellas las películas, los CD mas vendidos, los libros y restaurantes étnicos “imprescindibles”.No doy más de las portadas insustanciales con titulares inexistentes, cuya axiomática intención no es otra que la de exhibir los glúteos de la descerebrada de turno. No soporto una foto más retocada con Fotoshop, las poses “neodandy” de los galanes plastificados y las biografías ejemplares (con sonrisas de 32 dientes) en las revistas de nuestra farándula de cabotaje. No soporto los grupos de música de imberbes carilindos, resultantes de una estudiada estrategia de màrketing y destinados a los gritos de histeria de niñuelas en plena tempestad hormonal (cualquiera sea el nombre, la forma, el estilo o la nacionalidad que asuman).
Pero sobre todo, lo que me genera perplejidad es “lo que vendrá”. Es el joven-adolescente que emerge de este sistema: un individuo distinto, mimético, inseguro, pendiente de las prescripciones que recibe del exterior, doblegado directa o indirectamente a los dictados del entorno y solo atento a la pelusa de su ombligo. Un individuo cuya máxima aspiración es la de ser aceptado y por lo tanto normalizado, que se realiza en el acto mismo de consumir, o sea proclamando esta neo-religión de productos con fecha de obsolescencia planificada.
Fuentes: Volli, Ugo “Contro la moda”, Feltrinelli, Milano 1989, J.M Pèrez Tornero “La seducción de la Opulencia”, Piados Barcelona 1992.
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Hace 11 años
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