Estamos rodeados de ídolos globales, de películas que todo el mundo ve, de best sellers que todo el mundo lee, de canciones que todo el mundo escucha y tararea. De caras, de nombres, de marcas, de modas y modelos que todos conocemos. Estamos acostumbrados a encontrar productos de atractivo planetario, campañas de marketing de refrescos de cola en 30 idiomas, héroes y villanos universales, estrellas para todo tipo de público, clase social y poder adquisitivo.
Algo debemos tener en común los seres humanos para experimentar esto que ni siquiera las religiones de la humanidad han podido lograr durante milenios: la comunión global que nos une ante las películas de Spilberg, ante un Ferrari Testa Rossa, ante el último hit de Madonna, o el último libro de Bucay.
Da la impresión que a todos nos gusta lo mismo, que a todos nos emociona lo mismo y esto explicaría el éxito de las franquicias, esos negocios replicantes que se extienden por todo el mundo como copias idénticas de si mismos. De todos ellos hay uno emblemático, perteneciente al sector de las comidas rápidas, con ingentes repercusiones no solo en la economía, si no en la cultura urbana global.
Primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, los establecimientos de comida rápida se multiplicaron y multiplican a una velocidad vertiginosa.
Eric Schlosser en su libro “Fast Food Nation”[1] nos dice que los norteamericanos gastan más en este tipo de dieta que en cine, educación universitaria, computadoras, coches nuevos, libros (por supuesto), revistas, videos y CD, todo junto. Todo esto ha convertido a la Mc Dolnald's no solo en el líder indiscutido del sector, sino la marca más reconocida del planeta: se abren unas 2000 al año en distintos puntos del mundo. “Los valores, los gustos, las prácticas industriales de la comida rápida americana se están exportando a todos los rincones del globo, ayudando a crear una cultura internacional homogeneizada que el sociólogo Benjamín R. Barber ha denominado McMundo” [2]. Es que detrás de un gesto tan frívolo como el de comerse unas papas fritas con ketchup, o una hamburguesa puede esconderse la poderosa seducción que ejerce sobre nosotros el poder de la uniformidad.
Nos da confianza conocer el producto de antemano, que los establecimientos repitan la misma decoración, la presentación y el embalaje estemos donde estemos. Quizá por eso hasta exista una diploma-turra en “hamburguesología”.... La Universidad de La Hamburguesa se encuentra en Oak Brook ( Illinois y cuna de la Mc Dolnald's) allí se preparan para alimentar al mundo cada año unos cuantos miles de encargados, franquiciados, y ejecutivos de todo el mundo ansiosos de saberlo todo sobre el misterio de la carne molida. Solo que para recibirse en esta especialidad no hace falta estudiar mucho: dos semanas son màs que suficientes para desasnarse sobre el “universo hamburguesa”. Cuanto màs simple y màs indiscutible, mejor para el negocio.
El funcionamiento de estos negocios hereda su mecánica de trabajo de la cadena de montaje fordista y de la organización científica del trabajo de Taylor. En efecto, las cocinas no parecen tales sino circuitos de montaje en cadena donde se unen el pan, la carne, la lechuga, el tomate y las semillas de sésamo. Todo bajo las manos de obreros que realizan una única función repetitiva y sin pensar demasiado. Nadie excepto la marca es responsable del sabor de una Big Mac. Esta filosofía comercial solo es comparable a otra concepción del mundo igualmente universal y soberana: La magia de Disney. Los paralelismos entre ambas visiones de negocios son recurrentes y exceden las posibilidades del presente artículo analizarlas. El mundo Disney encarna el ideal del cielo en la tierra, un espacio purificado donde solo tiene cabida los sentimientos positivos. Al igual que el Edén se trata de un reducto cerrado y paradisíaco donde con tan solo cumplir con un par de preceptos básicos ( no morder la manzana y pagar la entrada de admisión) se alcanza el derecho a la felicidad infinita. Los autores antes citados hablan de customización, teatralización, McDonalización de la realidad. Nunca el mercado mundial se pareció tanto, pero nunca –también- hubo tantos productos como ahora. La variedad de modelos, talles, colores, acabados y opciones son casi infinitas. El mercado lo permite todo, solo es cuestión de saber buscar. Bueno, eso si lo que queremos es solo sentirnos diferentes. Porque muchas veces buscamos lo contrario, la fusión masiva de la cultura McDonald's, el espectáculo compartido con ciento de millones de terrícolas, la disolución en la multitud, ya que tenemos internalizado que si algo es aprobado por la inmensa mayoría, no puede ser tan malo. Ya sabe, el famoso dicho: “coma....... millones de moscas no pueden estar equivocadas”.
[1] Eric Schlosser, Fast Food Nation. The Dark Side of the All American Meal, Houghton Mifflin Company, Nueva York, 2001, pag 3 y 299.
[2] Benjamín R. Barber, Jihad vs. Mc World, Atlantic Monthly, marzo de 1992
Algo debemos tener en común los seres humanos para experimentar esto que ni siquiera las religiones de la humanidad han podido lograr durante milenios: la comunión global que nos une ante las películas de Spilberg, ante un Ferrari Testa Rossa, ante el último hit de Madonna, o el último libro de Bucay.
Da la impresión que a todos nos gusta lo mismo, que a todos nos emociona lo mismo y esto explicaría el éxito de las franquicias, esos negocios replicantes que se extienden por todo el mundo como copias idénticas de si mismos. De todos ellos hay uno emblemático, perteneciente al sector de las comidas rápidas, con ingentes repercusiones no solo en la economía, si no en la cultura urbana global.
Primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, los establecimientos de comida rápida se multiplicaron y multiplican a una velocidad vertiginosa.
Eric Schlosser en su libro “Fast Food Nation”[1] nos dice que los norteamericanos gastan más en este tipo de dieta que en cine, educación universitaria, computadoras, coches nuevos, libros (por supuesto), revistas, videos y CD, todo junto. Todo esto ha convertido a la Mc Dolnald's no solo en el líder indiscutido del sector, sino la marca más reconocida del planeta: se abren unas 2000 al año en distintos puntos del mundo. “Los valores, los gustos, las prácticas industriales de la comida rápida americana se están exportando a todos los rincones del globo, ayudando a crear una cultura internacional homogeneizada que el sociólogo Benjamín R. Barber ha denominado McMundo” [2]. Es que detrás de un gesto tan frívolo como el de comerse unas papas fritas con ketchup, o una hamburguesa puede esconderse la poderosa seducción que ejerce sobre nosotros el poder de la uniformidad.
Nos da confianza conocer el producto de antemano, que los establecimientos repitan la misma decoración, la presentación y el embalaje estemos donde estemos. Quizá por eso hasta exista una diploma-turra en “hamburguesología”.... La Universidad de La Hamburguesa se encuentra en Oak Brook ( Illinois y cuna de la Mc Dolnald's) allí se preparan para alimentar al mundo cada año unos cuantos miles de encargados, franquiciados, y ejecutivos de todo el mundo ansiosos de saberlo todo sobre el misterio de la carne molida. Solo que para recibirse en esta especialidad no hace falta estudiar mucho: dos semanas son màs que suficientes para desasnarse sobre el “universo hamburguesa”. Cuanto màs simple y màs indiscutible, mejor para el negocio.
El funcionamiento de estos negocios hereda su mecánica de trabajo de la cadena de montaje fordista y de la organización científica del trabajo de Taylor. En efecto, las cocinas no parecen tales sino circuitos de montaje en cadena donde se unen el pan, la carne, la lechuga, el tomate y las semillas de sésamo. Todo bajo las manos de obreros que realizan una única función repetitiva y sin pensar demasiado. Nadie excepto la marca es responsable del sabor de una Big Mac. Esta filosofía comercial solo es comparable a otra concepción del mundo igualmente universal y soberana: La magia de Disney. Los paralelismos entre ambas visiones de negocios son recurrentes y exceden las posibilidades del presente artículo analizarlas. El mundo Disney encarna el ideal del cielo en la tierra, un espacio purificado donde solo tiene cabida los sentimientos positivos. Al igual que el Edén se trata de un reducto cerrado y paradisíaco donde con tan solo cumplir con un par de preceptos básicos ( no morder la manzana y pagar la entrada de admisión) se alcanza el derecho a la felicidad infinita. Los autores antes citados hablan de customización, teatralización, McDonalización de la realidad. Nunca el mercado mundial se pareció tanto, pero nunca –también- hubo tantos productos como ahora. La variedad de modelos, talles, colores, acabados y opciones son casi infinitas. El mercado lo permite todo, solo es cuestión de saber buscar. Bueno, eso si lo que queremos es solo sentirnos diferentes. Porque muchas veces buscamos lo contrario, la fusión masiva de la cultura McDonald's, el espectáculo compartido con ciento de millones de terrícolas, la disolución en la multitud, ya que tenemos internalizado que si algo es aprobado por la inmensa mayoría, no puede ser tan malo. Ya sabe, el famoso dicho: “coma....... millones de moscas no pueden estar equivocadas”.
[1] Eric Schlosser, Fast Food Nation. The Dark Side of the All American Meal, Houghton Mifflin Company, Nueva York, 2001, pag 3 y 299.
[2] Benjamín R. Barber, Jihad vs. Mc World, Atlantic Monthly, marzo de 1992
1 comentario:
Muy buen artículo. Particularmente creo que lo que más atrae es, como dices, "saber exactamente qué voy a encontrar", esa reproducción exacta del sabor, olor, color, sensación, etc. Ahora bien, si es asi.... no sería una especie de adicción? Alguien acostumbrado a McD podría realmente decidir no comer nunca más allí?
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