He podido conversar en Europa
con ex combatientes de la segunda guerra mundial. Daba la impresión de estar
hojeado libros viejos, encuadernados en cuero pesado, con quejumbrosas bisagras de metal , iluminados por la tenue
luz de una bujía. Ya nadie “lee” incunables en estos pagos. Algunos de estos
ancianos no se acordaban que habían
comido a las doce, pero guardaban de los tiempos de guerra una memoria
milimétrica. Me acuerdo en particular de Giovanni Martino, de sus anécdotas en
las trincheras italianas del África contra ingleses ( ¡Esos bárbaros! según
Giovanni ). Eran casi las mismas que me habían contado - a solo doce meses de
ocurridas - treinta años después, en los patios de la Facultad de Ciencias
Sociales, ex combatientes de Malvinas. Es que muchas de las realidades que
parecen desaparecidas, tragadas por la historia, cíclicamente vuelven a reproponerse en los días de los
hombres, porque en realidad jamás se han ido de su esencia. En el caso de la
guerra, su horror pareciera
autogenerarse perpetuándose a través de los siglos, usando como excusas
hombres, banderas, uniformes, tecnologías,
slogans, paises...pero el horror sigue siendo el mismo. Y a veces - como
dijo Oscar Wilde - “la realidad imita al arte”.
- ¡Nada nuevo m´hijo!
(diría esta vez “mi tía Juana” a la que le debo la lectura de la interminable “La
Guerra y La Paz” ¡Tolstoi -diría mi “Vanna”- ya
escribió “de eso” hace casi dos siglos, lo que pasa con ustedes
“pendejos” es que ya no leen los
clásicos !....Recordando el volumen me pregunto cómo hice para terminarlo, y si
alguna vez en lo que me reste de vida
volveré a leerlo.
El conde Lev Nikolaievik
Tolstoj nació en 1828 y la novela fue publicada en el 1864, cien años exactos
antes que yo naciera. Cubre el arco
temporal de las campañas napoleónicas en Rusia, que va desde el 1805 al 1812,
acontecimientos estos acaecidos antes
que el autor naciese.
La novela parte de los
esplendorosos salones de la Rusia imperial. Describe las circunvoluciones de
aristocracia alrededor del zar Alejandro I. Los siempre concomitantes sexo-
títulos nobiliarios-dinero y poder. Parte -repito- de las artificiosas intrigas cortesanas para llegar
al campo de batalla. Donde todo
lo anteriormente enunciado no sirve para
nada cuando se está enmedio a la nieve, cuando se tiene el estómago aguijoneado
por el hambre y uno se piropea a diario
con la muerte.
Los temas se
mezclan, se yuxtaponen. Los personajes
históricos se confunden con los de la “fiction”, los diálogos con los despachos
militares. El viejo León era un posmoderno hace casi dos siglos, quizá porque
la vida misma es desde siempre incongruente.
Entre mis personajes favoritos emerge el de Pierre Bezuchov,al que encuentro
extraordinariamente actual. Pierre es rico, es conde, ha sido educado en el
extranjero y no tiene particulares
ambiciones de hacer carrera. Hoy sería un yuppie hijo de yuppies (probablemente
inhalaría sustancias ilegales) con maestrías en Harvard y un matrimonio equivocado con la bella
-y vacía- femme fatale Hélèn.
Elena le es inexplicablemente infiel y aquí surge
aquello que estaba en estado latente en el personaje, Pierre se empieza a
interrogar sobre la vida misma, con la
esperanza de encontrarle algún significado existencial. Prueba con la
masonería, (en los años 60 se hubiera probablemente se hubiera hecho Hare
Krishna o se hubiera refugiado en una
comunidad hippie del “flower power”) prueba haciendo obras de caridad
entre los campesinos esclavos, pero la
insatisfacción sigue siendo grande.
Para Pierre, la guerra
debida al tentativo de Francia por invadir Rusia termina siendo una salvación. Es prisionero de los fraceses
primero, pero después, luego de varias peripecias - lacerado y hambriento - descubre junto a sus compañeros de
desventuras que la felicidad en la vida, son las ganas mismas de vivir.
Tolstoi en su novela metió en discusión el hecho de atribuirle la causa de los eventos
catastróficos de la historia a un solo individuo: Un Napoleón, un Hitler...un
Bin Laden, un Saddam Hussein. El curso de los eventos mundiales dependen, según
el ruso, de la coincidencia de las voluntades de todos los interesados en el
juego. El mundo, en 1812, era como lo habían hecho sus pueblos, no Napoleón ni Alejandro I. Así, nuestro mundo es lo que
hacemos y haremos de él.
La inutilidad de las
victorias obtenidas con la violencia es evidente cuando Napoleón se retira de
Moscú, y son los mismos campesinos rusos
los que llegan desde las afueras
a saquear supermercados...perdón... a saquear los bienes de su propia gente.
Hoy no estamos en la
época del viejo León, ni del imperio ( Ruso ). Teóricamente estamos en
la época del “hormiguero global” y
llevamos sobre los hombros el peso de la responsabilidad de nuestra
historia, de nuestro futuro, de nuestro mundo. Un mundo que crea políticos
mesiánicos y líderes-símbolo, que no son otra cosa que la profecía autocumplida
de nuestras propias proyecciones interiores. Si hay corrupción fuera es porque
la hay dentro. Si nos dejamos arrastrar hacia el caos por un loco, es porque el
caos anida primero en nuestras cabezas y
corazones.
El siglo veinte ha sido
uno de los más contradictorios de la historia humana. Fueron pocos los
escritores y artistas no contradictorios en este siglo. Jamás en otra época se
ha negado con tanta intensidad lo que dos minutos antes se había afirmado ( Ej:
declaración universal de los derechos humanos y los genocidios más atroces y
veloces de la historia )
Los corajudos que
después de esta nota intenten leer o releer el libro, quizá entrevean - y salvando las distancias - que
no vivimos en el rutilante comienzo de
un nuevo milenio, sino en el turbulento
epílogo un milenio que todavía agoniza.
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