lunes, 1 de octubre de 2012

EL BLUES: LA MUSICA DEL DIABLO



El blues nació en el sur de los Estados Unidos, entre las comunidades rurales, a finales del siglo XIX, en el Delta del Missisipi. En una geografía llena de no-lugares y una profunda soledad: la de  estaciones de tren nocturnas, la de las cabañas de madera perdidas en las plantaciones o la de los caminos recónditos por donde apenas pasaba gente. Los “bluesman” fueron los grandes solipsistas de la columna sonora del norte-agrìcola. No necesitaban a nadie. Su espíritu libre y vagabundo solo les pertenecía a ellos. Como mucho a su guitarra (en el caso de que no fuera robada, claro está). Siempre conseguían esfumarse como fantasmas de todos los sitios. Unas copas, una discusión o una pelea y se alejaban de las poblaciones para adentrarse en la noche con decisión y misterio.

Contrariamente a lo que se ha creído casi siempre, el blues  no fue originado por la esclavitud, sino por la durísima segregación existente  en Estados Unidos desde 1880. El pueblo afroamericano, humillado y rechazado, se encerró en sí mismo y creó su propia cultura musical y espiritual: el blues. La música negra que precedió al blues estaba llena de influencias blancas; en ese momento existían pocas diferencias entre la música popular blanca y la negra, y ni la segregación pudo impedir los contactos. Los músicos negros se habían inspirado en las baladas de origen celta, y el movimiento a la inversa también se produjo: desde sus orígenes, el country estuvo muy influido por la huella del blues, y creció a su lado como un hermano. También su primo-hermano hizo lo mismo: el rock and roll.

En la mitología de Mississippi existen muchas leyendas relacionadas al blues, pero tal vez la del ritual de vender el alma al diablo sea una de las más instaladas en la cultura popular. Receta de la abuela Tomasa:

a)      Tómese un hombre que quiera sexo, dinero, fama, fortuna (o cualquiera de sus posibles combinaciones) de la mano del blues.

b)      Colóqueselo a tocar los acordes de una guitarra – posiblemente desvencijada- en un cruce de caminos cerca de la media noche.

c)      El candidato en cuestión deberá (mientras toca) esperar que se apersone“El innombrable (candidatos cardíacos abstenerse).

d)     El personaje del apartado c) aparecerá preferentemente bajo la forma de una sombra nocturna. Arrancará la guitarra de las manos del candidato, la afinará y empezará a tocar.

e)      Finalizada la ejecución del tema del punto d) “la sombra”le devolverá  la guitarra al candidato. El pacto se habrá consumado. A partir de ese momento ningún guitarrista podría superarle. El bluesman había vendido su alma a cambio de la genialidad musical.

La lista de músicos  que -dice la leyenda- siguieron la receta es larga: Robert Jhonson, Jimy Hendrix, Peetie Wheatstraw (que se jactaba de ser el yerno del diablo), Keth Richards, Steve Vai, Steve Ray Vaugham y un largo (larguísimo) etcétera.

Pero no todo es cosa de Mandinga. Uno de los grandes atractivos turísticos que produce lo anterior  son los devotos peregrinajes hacia los supuestos lugares donde estos bluesmen negociaron con Satán. Uno de ellos, tal vez uno de los mayores reclamos turísticos de Mississippi, se encuentra en Clarksdale en la intersección entre la Autopista 61 y la Autopista 49. Allí, se dice, vendió Robert Johnson (el gran abuelo del rock) vendió su alma. Sin embargo, el pacto con el diablo no es -ni mucho menos- algo solo propio del sur de Estados Unidos...

Ya en el paganismo que prosiguió a la caída del Imperio Romano, en plena expansión del cristianismo, a partir del siglo IV de nuestra era, venían recogidas una serie de rituales considerados maléficos, entre los que se encontraba el pacto con el diablo. En la imaginería cristiana encontramos el mito de Teófilo, un clérigo insatisfecho y desdichado que decide vender su alma al diablo para prosperar. En la Alemania del siglo XVI aparece el mito de Fausto,  personaje legendario - inspirador de multitud de novelas, óperas y películas- que ante la insatisfacción en su vida decide tratar con el diablo. Derivado del mito de Fausto encontramos al diablo Mefistófeles, que según cuenta la leyenda popular alemana era el subordinado de Satanás que se encargaba de capturar almas. En el siglo XIX el famoso violinista italiano Nicoló Paganini (cuenta la leyenda)  pactó con el diablo para convertirse en el mejor músico de todos los tiempos.
La etapa más brillante del blues eléctrico tuvo lugar en la ciudad de Chicago durante los 40 y los 50 gracias a la influencia del sello Chess, la escena de locales nocturnos y  por Muddy Waters. Los 60 trajeron nueva sangre de la mano de guitarristas como BB King o T-Bone Walker, creando un subgénero en el que se añadía a la banda una sección de viento. La forma siempre fue la misma: ritmo de rock y formas de blues. Los Ochenta (para mis orejas) estuvieron marcados por un solo nombre: Steve Ray Vauham.

La impronta del blues eléctrico se forjó finalmente en los sesenta con la adaptación de bandas inglesas como Cream (de la mano de Clapton), Yardbirds, los Bluesbreakers de John Mayall o Rolling Stones de lo que hacían intérpretes afroamericanos. Pero esa ya es otra historia…

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