sábado, 11 de septiembre de 2010

MEJICO EN MI VIDA


Los cinco momentos de Méjico en mi vida son cuatro momentos. Mejor dicho cuatro autores y tres revolucionarios (la palabra México me suena a revolución) .
El primer momento fue de Juan Rulfo. Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Silvia Gil una amiga (estudiante entonces de literatura) se me acercó en una sofocante tarde sanjuanina ¡Tome -me dijo- lea! P’a que aprenda. Y me soltó lacónicamente a “Pedro Páramo”. No sé muy bien por qué, pero recuerdo perfectamente el peso y la textura del libro en mis manos. Recuerdo que su lectura ejerciera en mí una cualidad hipnótica. De hecho Silvia me lo prestó en una parada de ómnibus, la del seis y tengo la evocación haberme perdido leyéndolo. Inusualmente para el desértico San Juan, empezó a llover copiosamente y debí refugiarme en el hall de entrada de la Escuela Paula Albarracín de Sarmiento. Tuve la justa excusa para dejar que Rulfo me hechizara. La descripción que el personaje Juan Preciado hace de Cómala, se me antojó una perfecta descripción del San Juan de mi infancia y en ciertos puntos hasta de mi vida. Cuando levanté la mirada no solo la tormenta había pasado, sino la tarde entera y el resto de claridad que me había permitido leer. Tenía veintiún años.
El segundo autor es Octavio Paz. Cual Hamelin- me cautivó con su poesía mucho antes que lo del Nobel: la sensualidad de Paz. El profundo erotismo de paz. La extrañeza de Paz, la minucia de Paz, el exotismo, la erudición. Coinciden sus lecturas con mis veinticinco años, mis primeras tempestades hormonales y las petulantes ganas que tenía de escribir poesía. Una poesía que justificara mi paso por esta vida…ni más ni menos. Cada tanto experimento crisis de abstinencia de su poesía y necesito volver a leerlo. Volver a catarlo. Volar con el maestro. No estoy muy seguro si mi hijo se llama Octavio en honor a su nombre.
El tercer autor no sé si es Carlos Fuentes o Roberto Bolaño. De este último, precisamente en julio del 2003 supe rápidamente dos cosas: a) que acababa de morir en un hospital Valle e Hebrón de Barcelona ya que lo que leí en Internet era una necrológica escrita por un argentino Rodrigo Fresan b) Si bien Bolaño había nacido en chile; supe que Méjico lo había determinado: como persona y como escritor. Pero no habría de saber cuánto sino seis años mas tarde.
En tanto leí “La muerte de Artemio Cruz” de Fuentes en Madrid, en medio de una crisis existencial, en un altillo de un minúsculo departamento en el que yo me refugiaba a leer. En este libro, Carlos Fuentes presenta una visión panorámica de la historia del México contemporáneo tal como la rememora Artemio: un industrial y político agonizante. La novela se inicia cuando Cruz, desde su lecho de muerte, recuerda las etapas más importantes de su vida, y en particular su participación en la revolución Mejicana. Igualmente recuerda cómo después de la Revolución fue poco a poco va perdiendo sus ideales a la par que el amor de la única mujer que de verdad lo había amado.
A medida que iba leyendo a Fuentes en ese altillo de la calle Berruguete yo también iba rememorando mi vida, mis fracasos, la perdida de mis ideales políticos, el recuerdo de los amores perdidos. La identificación desde mis cuarenta un años fue total. La famosa crisis me había golpeado directo en el pecho y me había encontrado leyendo. Para ese entonces Bolaño se había “mitificado” en España. El año anterior a mi llegada 2004 -a un año de su muerte- Bolaño desde su ataúd había obtenido el premio Salambò a la mejor novela escrita en español, por 2666. Por ese entonces yo ya no quería leer más y pensaba que el chileno-mejicano-barcelonés era un típico fenómeno de marketing editorial. Pero el bicho de la curiosidad me había picado. Leí “Los detectives Salvajes” el verano pasado. Sí, me tomé un verano para paladear esa obra maestra, sorbo a sorbo como los buenos whiskies. Hay una relación biunívoca entre Bolaño y Méjico (la misma que existe entre Chatwin y la Patagonia) : es imposible concebir uno sin el otro. Hay entre uno y otro un maridaje único que dan por resultado la visión de un Méjico impar, vedada para sus nativos.
La otra fascinación por Méjico me viene de sus revoluciones y sus revolucionarios (Léase Emiliano Zapata, Francisco Villa y el Subcomandante Marcos). Méjico es revolución, con o sin teóricos que la elucubren. Méjico sorprende cíclicamente al mundo con sus revoluciones. La última vez, aquel 1 de enero de 1994 cuando un grupo de insurgentes se levantó en armas para elevar sus reclamos de justicia social. Todos esperábamos una sangrienta carnicería, una desgastante conflagración, un enorme baño de sangre maoísta o guevarista… entonces surge Marcos, encapuchado, misterioso, lucidísimo ; que armando con su fusil y su pipa declara: “El militar es una persona absurda que tiene que recurrir a las armas para poder convencer al otro de que su razón es la razón que debe proceder, y en ese sentido el movimiento no tiene futuro si su futuro es el militar. Si el EZLN se perpetúa como una estructura armada militar, va al fracaso. Al fracaso como una opción de ideas, de posición frente al mundo. Y lo peor que le podría pasar, aparte de eso, sería que llegara al poder y se instalara como un ejército revolucionario”
¿En qué otro lado de la posmodernidad sino en Méjico iba a suceder una cosa de este tipo?
¡¡¡ VIVA MEJICO CARAJO!!!!!


1 comentario:

Rodolfo Ruiz dijo...

El resto de los "revolucionarios" del "socialismo del siglo XXI" de latinoamérica diría que Marcos se transformó en un "lacayo al servicio del imperio" o que es un "mercenario a sueldo de los EEUU". Eso sí, algún revolucionario local no le podrá decir que es un "blanquito de Barrio Norte" porque ni Aníbal encontraría argumentos para defenderlo.
Cada vez me convenzo más que la frase "inteligencia militar" es un contrasentido...