En una època de exceso y sobrealimentación primermundista. En una època donde los recursos se malgastan y los productos se desperdician, abochorna contrastar las afecciones alimentarias del primer mundo (o de los sectores màs pudientes del tercero) frente a los 100.000 muertos anuales que se cobra el hambre en estado puro. O los ochocientos millones de humanos que a diario lo padecen. Occidente sobre todo se descuelga en este campo con trastornos alimentarios producto, entre otras cosas, del exceso y rechazo que generan los alimentos que abarrotan sus supermercados. La anorexia es la patología moderna que màs rápidamente se extiende después del sida ( con un índice de crecimiento de un 15 por ciento anual) y una media de fallecimientos en constante aumento.
El problema de la anorexia, la bulimia y los trastornos alimentarios modernos no deja de ser espeluznante , quizà no tanto por el nùmero de víctimas mortales que provoca, sino por el tipo de sufrimiento en apariencia tan gratuito, causado por un asunto tàn epidérmico y banal como la imagen.
Golpea a un sector específico de la población compuesto mayoritariamente por “pibas modelo”. Su perfil psicológico: perfeccionistas, buenas estudiantes, con un nivel intelectual alto y con tendencia a evitar conflictos, con una excesiva preocupación por la opinión que los demás tienen de ellas y un gran poder de autocontrol.
Cuando nos adentramos en las consecuencias físicas de esta enfermedad, la cuestión adquiere una dimensión aún más terrible. Además de los síntomas evidentes de delgadez extrema y debilidad, la anorexia provoca entre sus pacientes corazones pequeños: niñas de diecisiete años con corazones del tamaño de una de siete; niñas menopáusicas; la amenorrea (pérdida de la menstruación) es uno de los síntomas que sirven para el diagnóstico de la anorexia nerviosa; y entre otras consecuencias, pérdida de densidad ósea, no recuperable ni con un año de tratamiento con estrógenos.
A los dramas contemporáneos a los que nos han acostumbrado la anorexia y la bulimia se suman otros desórdenes de última hora. Se habla de un posible nuevo trastorno alimentario, la ortorexia, que fomenta la ilusión de la salud total a través de la obsesión patológica por la comida sana. Mientras la anorexia nerviosa y la bulimia giran en torno a la cantidad de comida, el nuevo eje de trastorno es la calidad. La obsesión por la comida sana lleva a los que la padecen a rastrear las etiquetas de los envases en busca de trazas de conservantes, a defender a muerte los productos orgánicos, por encima de la paz mundial, y a preferir retirarse de la vida social antes que renunciar a las estrictas leyes que les impone la religión de la dieta correcta. Se trata de un estado obsesivo caracterizado por la transferencia de los principales valores de la vida hacia el acto de comer, lo que hace que los afectados tengan «un menú en vez de una vida».
Una variante extrema de este tipo de afecciones es la vigorexia, la obsesión por la musculación, una patología que también distorsiona la imagen corporal y que se caracteriza por el aumento exagerado de masa muscular. La vigorexia, más que un hábito alimenticio, es, de nuevo, una especie de filosofía vital que mantiene a sus feligreses encerrados en los gimnasios durante horas, motorizados por un combustible fabricado con batidos de proteínas, anabolizantes y esteroides. La vigorexia es un trastorno estudiado por el psiquiatra estadounidense Harrison G. Pope, de la Facultad de Medicina de Harvard. Sus síntomas son evidentes: los que la padecen tienen tal obsesión por verse musculosos que se miran constantemente en el espejo y se ven enclenques. Sentirse de este modo les hace invertir todas las horas posibles en hacer gimnasia para aumentar su musculatura. Se pesan varias veces al día y hacen comparaciones con otros compañeros de gimnasio. La enfermedad va derivando en un cuadro obsesivo compulsivo que hace que se sientan fracasados, abandonen sus actividades y se encierren en gimnasios día y noche. Aunque a la vigorexia se le denomina “la anorexia de los noventa”, es un trastorno mental diferente, no es estrictamente alimentario, pero sí comparte la patología de la preocupación obsesiva por la figura y una distorsión del esquema corporal.
Para prevenir estos trastornos, parece imprescindible que desde los medios de comunicación se propongan modelos humanos no estereotipados y que se nos enseñe desde la infancia a defendemos del culto excesivo al cuerpo y la obsesión por la perfección. Antes de mantener una relación tan estrecha con las pantallas y los medios impresos, la visión de la belleza humana se debía de reducir a escasos encuentros fortuitos con ella. Un cuerpo glorioso o un rostro fascinante salían a nuestro encuentro rara vez en la vida. Su visión se debía de considerar una experiencia gozosa y afortunada. La perfección del cuerpo se recogía en las expresiones artísticas de escultores y pintores que vinculaban su belleza con la espiritualidad religiosa de las divinidades, con la veneración a los mitos o con el sentimiento elevado de la trascendencia del arte. Ahora no; ahora, el asalto permanente de superatletas y supermodelos nos recuerda que quien no comparte los cánones inalcanzables del festival de la carne perfecta tiene todo el derecho del mundo a sentirse frustrado.
El problema de la anorexia, la bulimia y los trastornos alimentarios modernos no deja de ser espeluznante , quizà no tanto por el nùmero de víctimas mortales que provoca, sino por el tipo de sufrimiento en apariencia tan gratuito, causado por un asunto tàn epidérmico y banal como la imagen.
Golpea a un sector específico de la población compuesto mayoritariamente por “pibas modelo”. Su perfil psicológico: perfeccionistas, buenas estudiantes, con un nivel intelectual alto y con tendencia a evitar conflictos, con una excesiva preocupación por la opinión que los demás tienen de ellas y un gran poder de autocontrol.
Cuando nos adentramos en las consecuencias físicas de esta enfermedad, la cuestión adquiere una dimensión aún más terrible. Además de los síntomas evidentes de delgadez extrema y debilidad, la anorexia provoca entre sus pacientes corazones pequeños: niñas de diecisiete años con corazones del tamaño de una de siete; niñas menopáusicas; la amenorrea (pérdida de la menstruación) es uno de los síntomas que sirven para el diagnóstico de la anorexia nerviosa; y entre otras consecuencias, pérdida de densidad ósea, no recuperable ni con un año de tratamiento con estrógenos.
A los dramas contemporáneos a los que nos han acostumbrado la anorexia y la bulimia se suman otros desórdenes de última hora. Se habla de un posible nuevo trastorno alimentario, la ortorexia, que fomenta la ilusión de la salud total a través de la obsesión patológica por la comida sana. Mientras la anorexia nerviosa y la bulimia giran en torno a la cantidad de comida, el nuevo eje de trastorno es la calidad. La obsesión por la comida sana lleva a los que la padecen a rastrear las etiquetas de los envases en busca de trazas de conservantes, a defender a muerte los productos orgánicos, por encima de la paz mundial, y a preferir retirarse de la vida social antes que renunciar a las estrictas leyes que les impone la religión de la dieta correcta. Se trata de un estado obsesivo caracterizado por la transferencia de los principales valores de la vida hacia el acto de comer, lo que hace que los afectados tengan «un menú en vez de una vida».
Una variante extrema de este tipo de afecciones es la vigorexia, la obsesión por la musculación, una patología que también distorsiona la imagen corporal y que se caracteriza por el aumento exagerado de masa muscular. La vigorexia, más que un hábito alimenticio, es, de nuevo, una especie de filosofía vital que mantiene a sus feligreses encerrados en los gimnasios durante horas, motorizados por un combustible fabricado con batidos de proteínas, anabolizantes y esteroides. La vigorexia es un trastorno estudiado por el psiquiatra estadounidense Harrison G. Pope, de la Facultad de Medicina de Harvard. Sus síntomas son evidentes: los que la padecen tienen tal obsesión por verse musculosos que se miran constantemente en el espejo y se ven enclenques. Sentirse de este modo les hace invertir todas las horas posibles en hacer gimnasia para aumentar su musculatura. Se pesan varias veces al día y hacen comparaciones con otros compañeros de gimnasio. La enfermedad va derivando en un cuadro obsesivo compulsivo que hace que se sientan fracasados, abandonen sus actividades y se encierren en gimnasios día y noche. Aunque a la vigorexia se le denomina “la anorexia de los noventa”, es un trastorno mental diferente, no es estrictamente alimentario, pero sí comparte la patología de la preocupación obsesiva por la figura y una distorsión del esquema corporal.
Para prevenir estos trastornos, parece imprescindible que desde los medios de comunicación se propongan modelos humanos no estereotipados y que se nos enseñe desde la infancia a defendemos del culto excesivo al cuerpo y la obsesión por la perfección. Antes de mantener una relación tan estrecha con las pantallas y los medios impresos, la visión de la belleza humana se debía de reducir a escasos encuentros fortuitos con ella. Un cuerpo glorioso o un rostro fascinante salían a nuestro encuentro rara vez en la vida. Su visión se debía de considerar una experiencia gozosa y afortunada. La perfección del cuerpo se recogía en las expresiones artísticas de escultores y pintores que vinculaban su belleza con la espiritualidad religiosa de las divinidades, con la veneración a los mitos o con el sentimiento elevado de la trascendencia del arte. Ahora no; ahora, el asalto permanente de superatletas y supermodelos nos recuerda que quien no comparte los cánones inalcanzables del festival de la carne perfecta tiene todo el derecho del mundo a sentirse frustrado.
1 comentario:
Si bien es un mal que se expande por los paises de occidentes consumistas, en Argentina particularmente estamos a la orden del día, y lamentablemente la generacion que deberia hacerse cargo de esto como adultos , estan muy ocupados mirandose al espejo. Lamentable Argentina!
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