A veces –y ante la cotidiana constatación de lo contrario- se me antoja que de la herencia de tantos, tan grandes y tan buenos pensadores, los humanos nos hemos quedado con la ingenuidad de Rosseau (gran ganador de la batalla de la Ilustración) sin prestar atención al prudente relativismo de Voltaire, o a las oscuras advertencias de Sade, quien -a inicios de la era republicana- fue sin dudas el mas perturbador de los profetas del individualismo exacerbado. Sade ( en su dimensión menos conocida) imaginó una sociedad futura de seres absolutamente anónimos y reducidos a una dimensión de “objetos intercambiables”, funcionando solo en virtud sus pulsiones sexuales: evidentes o sublimadas. Profetizó la futura subordinación de todas las relaciones sociales al moderno concepto de “mercado” y a la venta de placer como única empresa vital. Como vemos se acercó demasiado a como están las cosas hoy en la “aldea global”.... pero tratarlo en profundidad exigiría mucho más que un simple artículo.
El pensamiento generalizado, dijimos, que rige hoy las democracias occidentales -y todas nuestras instituciones- parte del viejo axioma “russeauiano” que el hombre es bueno por naturaleza y que, por lo tanto, todos lo males en que ha incurrido a lo largo de la historia son producto de condiciones externas. La violencia, la agresividad, las adicciones, la discriminación racial y sexual, las guerras...no están en la naturaleza humana, sino que le han sido impuestas por formas de vida equivocadas o por sistemas fallidos. Pero perfeccionables “ad infinitum”. El hombre llega a la vida puro y blanco, es solo el condicionamiento externo lo que le convierte en un futuro asesino o un futuro benefactor de la humanidad. Las decisiones de varias generaciones de políticos, el pensamiento de varios intelectuales, el accionar de miles de instituciones hasta el día de la fecha se han basado en esta axioma. Es entonces -y como emergiendo de los sustratos mas profundos del inconsciente colectivo- cuando surge la figura del “asesino serial”, el psychokiller, el asesino psicópata: el antihéroe por excelencia de la posmodernidad. Surge encarnando el Mal (así con mayúsculas), el lado oscuro del ser humano, todo aquello que -formando parte íntima de nuestro atávico acervo genético- nos hemos de alguna forma esforzado por negar y enterrar como si jamás hubiera existido. El serial killer es tanto un ser humano real como una neo-criatura mitológica, creada y recreada sea por la cultura de masas, como los medios de comunicación y la cultura pop. Es algo así como la suma imaginaria de todos los miedos del hombre moderno, pero con una presencia cíclica, escalofriante y con mucho asidero en nuestra realidad. El concepto nace – como no podría ser de otra forma- en la patria de la posmodernidad práctica (la teórica dejémosela a los franceses) en el país que inventó el cine, el cómic, el rock and roll, la comida rápida, Disneylandia, Hollywood y Las Vegas. Este tipo de persona mata porque sí, reiterativa, compulsivamente, sin un motivo aparente, con estudiada frialdad, con cultivada pericia y delectación. La experiencia ha demostrado que la mayor parte de ellos son hombres jóvenes, de una edad comprendida entre los 27 y los 30. Suelen ser de raza blanca, muy inteligentes y de aspecto anodino e incluso agradable. Solo que en lugar de tomar el desayuno por la mañana, hacerse el nudo de la corbata, arrancar el auto y sentarse en una computadora a trabajar, es altamente probable que bajen a un oscuro sótano insonorizado y se dediquen a torturar a su tercera o cuarta víctima. O se dedique a jugar un rato con ciertos “souvenirs” que le han sobrado de alguna carnicería pretérita: restos humanos que devorará, conservará o utilizará como un fetichista adminículo decorativo.
La mayoría de ellos proviene de familias de clase media, con una infancia normal, aunque alguno ha sufrido malos tratos de parte de los padres. Su vida familiar es generalmente insatisfactoria. Pero en cualquier caso ni la pobreza, ni la falta de medios parecen tener algo que ver con su determinación criminal. Cualquiera puede ser un serial killer, es más, la mayoría de las veces aparenta ser muy poca cosa. Puede ser ese vecino tímido que nunca saluda, el callado gordito de la esquina del que apenas sabemos algo o, por el contrario, ese joven espléndido y extravertido que les da siempre el asiento a las ancianitas en el colectivo. Puede ser un gris burócrata de escritorio (valga la redundancia), o el técnico que vino los otros días a conectarnos la línea del teléfono. Todos y ninguno, el auténtico hombre de la multitud de Edgar Allan Poe. De ahí la dificultad que tiene la policía para atraparlo.
El pensamiento generalizado, dijimos, que rige hoy las democracias occidentales -y todas nuestras instituciones- parte del viejo axioma “russeauiano” que el hombre es bueno por naturaleza y que, por lo tanto, todos lo males en que ha incurrido a lo largo de la historia son producto de condiciones externas. La violencia, la agresividad, las adicciones, la discriminación racial y sexual, las guerras...no están en la naturaleza humana, sino que le han sido impuestas por formas de vida equivocadas o por sistemas fallidos. Pero perfeccionables “ad infinitum”. El hombre llega a la vida puro y blanco, es solo el condicionamiento externo lo que le convierte en un futuro asesino o un futuro benefactor de la humanidad. Las decisiones de varias generaciones de políticos, el pensamiento de varios intelectuales, el accionar de miles de instituciones hasta el día de la fecha se han basado en esta axioma. Es entonces -y como emergiendo de los sustratos mas profundos del inconsciente colectivo- cuando surge la figura del “asesino serial”, el psychokiller, el asesino psicópata: el antihéroe por excelencia de la posmodernidad. Surge encarnando el Mal (así con mayúsculas), el lado oscuro del ser humano, todo aquello que -formando parte íntima de nuestro atávico acervo genético- nos hemos de alguna forma esforzado por negar y enterrar como si jamás hubiera existido. El serial killer es tanto un ser humano real como una neo-criatura mitológica, creada y recreada sea por la cultura de masas, como los medios de comunicación y la cultura pop. Es algo así como la suma imaginaria de todos los miedos del hombre moderno, pero con una presencia cíclica, escalofriante y con mucho asidero en nuestra realidad. El concepto nace – como no podría ser de otra forma- en la patria de la posmodernidad práctica (la teórica dejémosela a los franceses) en el país que inventó el cine, el cómic, el rock and roll, la comida rápida, Disneylandia, Hollywood y Las Vegas. Este tipo de persona mata porque sí, reiterativa, compulsivamente, sin un motivo aparente, con estudiada frialdad, con cultivada pericia y delectación. La experiencia ha demostrado que la mayor parte de ellos son hombres jóvenes, de una edad comprendida entre los 27 y los 30. Suelen ser de raza blanca, muy inteligentes y de aspecto anodino e incluso agradable. Solo que en lugar de tomar el desayuno por la mañana, hacerse el nudo de la corbata, arrancar el auto y sentarse en una computadora a trabajar, es altamente probable que bajen a un oscuro sótano insonorizado y se dediquen a torturar a su tercera o cuarta víctima. O se dedique a jugar un rato con ciertos “souvenirs” que le han sobrado de alguna carnicería pretérita: restos humanos que devorará, conservará o utilizará como un fetichista adminículo decorativo.
La mayoría de ellos proviene de familias de clase media, con una infancia normal, aunque alguno ha sufrido malos tratos de parte de los padres. Su vida familiar es generalmente insatisfactoria. Pero en cualquier caso ni la pobreza, ni la falta de medios parecen tener algo que ver con su determinación criminal. Cualquiera puede ser un serial killer, es más, la mayoría de las veces aparenta ser muy poca cosa. Puede ser ese vecino tímido que nunca saluda, el callado gordito de la esquina del que apenas sabemos algo o, por el contrario, ese joven espléndido y extravertido que les da siempre el asiento a las ancianitas en el colectivo. Puede ser un gris burócrata de escritorio (valga la redundancia), o el técnico que vino los otros días a conectarnos la línea del teléfono. Todos y ninguno, el auténtico hombre de la multitud de Edgar Allan Poe. De ahí la dificultad que tiene la policía para atraparlo.
2 comentarios:
Claramente Jean Jacques Rousseau estaba equivocado y Calvino no: el hombre es un total depravado. Por eso el comunismo se equivoca ya que parte del supuesto erróneo de que el hombre es bueno por naturaleza, y como bien mencionas intenta perfeccionar su sistema inútilmente. El capitalismo en cambio se basa en el egoísmo, la ambición sin límites, y ha logrado exitosamente crear la comida chatarra, Disneylandia, Hollywood, Las vegas y los serial killers, que matan compulsivamente como quienes consumen.
Rousseau debiera haberse dedicado mejor a la música, y Voltaire lamentablemente no logró salvarnos del capitalismo.
Excelente artículo Armando, impecable prosa. Me inclino ante mi maestro.
Abrazo,
Si me vieras la panza, Tucán...estoy hecho un "Cereal Killer"
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