Cierto día aparecen las dos rayitas en el test y estás embarazado. Ella -la madre de tu futuro bebé - en pocos meses irá transformándose en un ser prácticamente desconocido… y vos como si nada. No solo hablo de su ensanchamiento ecuatorial. Ni del séptimo mes (al que muchos profesionales no dudan de calificar como el más “oscuro e incomprensible para la psiquis del hombre”). Hablo de todos los meses previos y posteriores en los que ella irá transmutándose -milimétricamente- en un ser inestable, hipersensible, paradojal y –muchas veces- gastador compulsivo. Con su esquema corporal-hormonal-psíquico cambiado: caminará, dormirá, comerá, olfateará, se moverá, mirará, hablará, sentirá, orinará, se relacionará distinto con todo el mundo que la precedió. Incluido vos. Ejemplo: las milanesas de soja al roquefort que ayer eran ambrosía, hoy son caca rancia de dinosaurio. Distingue olores que solo un mastìn entrenado podría. De ser omnívoro que era, pasará meses alimentándose solo a naranjas y chocolate porque es “lo único que tolera”. Esto hará que al final del tercer mes esté más flaca, para después aumentar entre siete y veinte quilos en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando la conociste -y en los momentos más “cool” de la relación - jamás se te ocurrió que por tu culpa: por tu culpa (por tu gran culpa) algún día se pasaría al menos tres meses abrazada a un inodoro en perenne estado de náusea-vómito (por obvias razones ni se te ocurra festejar en este período invitándola a cenar en un restaurante)
Antes de eso podías vivir tranquilamente sin saber que la gonadotrofina existía. Ahora no podès imaginar que una hormona con nombre a remedio (asociada a los ciclos de la nausea) te/les pueda joder tanto la vida.
Como toda hembra de cualquier especie empieza a preparar un nido, a mover muebles, a acomodar cunas, a juntar ropitas, a disponer accesorios, a pintar las paredes de la pieza del niño, a ordenar, a desordenar y volver a ordenar. Está poseída por una información genético- instintual que le llega desde su profundo ADN, desde los albores del hombre como especie, pero no lo sabe. Sonámbula, obediente a sus vísceras actúa, sigue sus instintos más remotos. Reposa, prevé, abarca, protege, envuelve, vuelve a actuar. Siempre lleva sus manos al vientre, habla de si misma en plural…y eso que todavía no me he metido con los antojos: moras frescas en pleno invierno, pochocho dulce un lunes a las doce de la noche, Doner-kebab miércoles a las seis de la tarde. Uva chinche sanjuanina en pleno cemento de Buenos Aires.
Todo girará en torno a la gran panza que, antes tímida, ahora toma todo el protagonismo.
Ella ya no alcanza a verse las piernas, a ponerse un zapato cerrado o medias y convierte estas simples actividades en un juego de estrategias y contorsiones previo. El cuerpo ya dejo de ser ágil, el centro de gravedad del mismo ha cambiado drásticamente, entonces su forma de caminar recuerda graciosamente la del pingüino (dicho esto sin ninguna ironía política). Y también aquí empieza la más enigmática de todas las cosas: la comunicación con el bebé -via intrauterina- a través de un metalenguaje, de un código Morse (vedado para hombres claro està y hecho de pataditas, cambios de posiciones en la panza) mediante el cual la madre empieza ya a conocer a su hijo: “Tiene hambre”, “está durmiendo”, “hoy está insoportable tu hijo” “cuando me acuesto de este lado a el no le gusta” ¡???....
Luego, el centro de su ombligo pasa ser literalmente el centro de tu universo, todo nace y muere allí, se vive para y en pos de ese ombligo al que acariciàs con ternura. Después de todo (conciente o inconcientemente) elegiste a esa madre (la mejor hembra) para asegurarte la permanencia de tu carga genética en el mundo, al menos eso dicen…
Cuando la conociste -y en los momentos más “cool” de la relación - jamás se te ocurrió que por tu culpa: por tu culpa (por tu gran culpa) algún día se pasaría al menos tres meses abrazada a un inodoro en perenne estado de náusea-vómito (por obvias razones ni se te ocurra festejar en este período invitándola a cenar en un restaurante)
Antes de eso podías vivir tranquilamente sin saber que la gonadotrofina existía. Ahora no podès imaginar que una hormona con nombre a remedio (asociada a los ciclos de la nausea) te/les pueda joder tanto la vida.
Como toda hembra de cualquier especie empieza a preparar un nido, a mover muebles, a acomodar cunas, a juntar ropitas, a disponer accesorios, a pintar las paredes de la pieza del niño, a ordenar, a desordenar y volver a ordenar. Está poseída por una información genético- instintual que le llega desde su profundo ADN, desde los albores del hombre como especie, pero no lo sabe. Sonámbula, obediente a sus vísceras actúa, sigue sus instintos más remotos. Reposa, prevé, abarca, protege, envuelve, vuelve a actuar. Siempre lleva sus manos al vientre, habla de si misma en plural…y eso que todavía no me he metido con los antojos: moras frescas en pleno invierno, pochocho dulce un lunes a las doce de la noche, Doner-kebab miércoles a las seis de la tarde. Uva chinche sanjuanina en pleno cemento de Buenos Aires.
Todo girará en torno a la gran panza que, antes tímida, ahora toma todo el protagonismo.
Ella ya no alcanza a verse las piernas, a ponerse un zapato cerrado o medias y convierte estas simples actividades en un juego de estrategias y contorsiones previo. El cuerpo ya dejo de ser ágil, el centro de gravedad del mismo ha cambiado drásticamente, entonces su forma de caminar recuerda graciosamente la del pingüino (dicho esto sin ninguna ironía política). Y también aquí empieza la más enigmática de todas las cosas: la comunicación con el bebé -via intrauterina- a través de un metalenguaje, de un código Morse (vedado para hombres claro està y hecho de pataditas, cambios de posiciones en la panza) mediante el cual la madre empieza ya a conocer a su hijo: “Tiene hambre”, “está durmiendo”, “hoy está insoportable tu hijo” “cuando me acuesto de este lado a el no le gusta” ¡???....
Luego, el centro de su ombligo pasa ser literalmente el centro de tu universo, todo nace y muere allí, se vive para y en pos de ese ombligo al que acariciàs con ternura. Después de todo (conciente o inconcientemente) elegiste a esa madre (la mejor hembra) para asegurarte la permanencia de tu carga genética en el mundo, al menos eso dicen…
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