Navegando entre los 22 y los 23 años empecé a trabajar en un banco. Fué algo traumático. Hasta ese entonces mis padres habían creado, con mucho sacrificio y cariño, un entorno que conspiraba a favor de que yo solo me dedicara a estudiar (escuchar rock ) y leer.
Enmedio de unos de mis ataques de “bancofovia”, en una gélida mañana sanjuanina, mientras nos íbamos al trabajo, mi padre con una tranquilidad provervial me dijo que los tiempos de la adolescencia se habían alargado, que los jóvenes de hoy teníamos mucho más tiempo para “adolescer” que los de su época. Èl a sus 19 y - por un sinúmero de circunstancias - se había convertido en un “adulto” a todos los efectos. De pronto, se encontró entre manos con la inesperada muerte de mi abuela y responsabilidades que lo habían arrebatado de sus escasos 17 años. Por supuesto yo no lo entendí . Solo varios lustros más tarde,después de su propia muerte, sorprendiéndome “adulto” y sin poder identificar -en primera instancia - un momento que diviera aguas en mi vida, pensé: Ya no hay “ritos de paso”, como sulen decir los antropólogos.
En otros tiempos existían ceremonias iniciáticas que colocaban al miembro de una comunidad en una nueva categoría. Como el Bar-Mitzvah de mi amigos judíos, o la fiesta sensual que abre paso a la asolescencia feliz de los polinesios, amazónicos, y otros pueblos a lo largo de la historia.
Cuando mi viejo era joven - y en un grado menos drástico - una suerte de rito lo constituía “la puesta de los largos” de los chicos, la fiesta de los quince para las chicas, la “entrega de las llaves de la casa” para ambos.....el ( en un sentido más drástico ) “hacerse hombre” en un lupanar para ellos. Mi viejo, exepto por segundo item, pasó por todos, rápidamente, casi sin quererlo. Las cosas han cambiado mucho desde entonces.
Ya nadie comenta la “puesta de los largos” de ninguno por la simple razón que los largos ya no existen, es decir, se usan desde la más tierna infancia. Los lupanares son cada vez menos necesarios para la iniciación sexual de los hombres, y la fiesta de los quince ha perdido su significado primigénio: el de presentar a la niña en cuestión en sociedad.
La independéncia económica de la mujer, su libertad sexual, el divorcio, el blanqueo legal de los hijos de uniones irregulares, la apertura de empleos jerárquicos para el sexo femenino y otros cambios, han creado una realidad totalmete distinta a la que vieron nuestros padres y abuelos.
Mi padre murió después de haber estado cuarenta años a lado de mi madre, demostrando con sus actos que para él, el matrimonio ( con sus infinitos problemas) era - como para toda su generción - un valor. Esto ya no sucede, o sucede con menos frecuencia por la sencilla razón que ya no hay hombres no-divorciados ( en Italia tres de cada cuatro parejas constituidas legalmente se divorcia ) el matrimonio ha entrado en crisis.
Es aquí donde encuentro un verdadero “rito de paso” para los hombres de hoy, donde muchos de mis amigos ( que distan mucho de ser santos o anacoretas ) se han descubierto -por primera vez- verdaderamente adultos: La primera noche de separados, durmiendo bajo un techo desconocido y sin sus hijos.
El proyecto de la vida juntos se ha quebrado. Ya no está en la cama el cuerpo familiar de la que ha sido su esposa, a veces amada, a veces odiada, a veces temida. Se encuentra en otro barrio, en otro ámbito, rodeado de muebles extraños, mirando el cielorraso. Siente una profunda congoja y extraña desesperadamente sus niños. En realidad cuando los tenía bajo su techo no les prestaba mucha atención y ahora su ausencia es como un puñal clavado en el pecho. En pocas horas, siente, que lo ha perdido todo. La casa, de la que era dueño, la mujer, de la que también era dueño. Los hijos, para quienes era una especie de dios. Su dinero que - admitiendo que lo tenga - pasa a ser perfectamente divisible por dos. ¿ Habrá otro hombre ?, ¿ Podré ?, ¿ Seré capaz de enamorarme otra vez, de fundar otro hogar, de disfrutar de esta inesperada libretad que tanto quería en otro tiempo ? Ya es tarde para volver atrás, en todo caso, habrá que pagar nuevos precios._
Lo llamaré “Juan el non-sancto”, un amigazo de toda la vida. “Por el bién de los chicos” él y su mujer habían decidido separarse. Juán ofreció marcharse inmediatamente, ya que si no lo hacía - creo- Cecilia se lo hubiera sugerido muy pronto. .Después de todo él ganaba mejor sueldo y los niños eran todavía chicos.... “mejor si estaban con la madre”. Lo ví la tarde en que Cecilia, en un último acto de servico, le había ayudado a hacer las valijas. Era domingo. “¡ Tano ! - me dijo con ingrávida y simulada normalidad- te invito a tomar unos amargos en mi nueva “casa”. Sabiendo perfectamente la noche que le esperaba acepté. Llegamos a una mala mezcla de “bulín” con “aguantadero” que no hacía para nada juego con la 4x4 de mi amigo. Un colchón en el suelo por cama, un televisor apoyado en la caja del propio embalaje. Un despertador.
A las diez de la noche no aguantó más y llamó temblando a su propia casa, la de su ahora ex-mujer, donde estaban sus críos. Cecilia le contestó: “¡ No estés tan angustidado, tratá de comportarte como un adulto, los chicos duermen!”. Comimos un pedazo de asado frío de las doce. Juan corrió al baño.... vomitó.
Enmedio de unos de mis ataques de “bancofovia”, en una gélida mañana sanjuanina, mientras nos íbamos al trabajo, mi padre con una tranquilidad provervial me dijo que los tiempos de la adolescencia se habían alargado, que los jóvenes de hoy teníamos mucho más tiempo para “adolescer” que los de su época. Èl a sus 19 y - por un sinúmero de circunstancias - se había convertido en un “adulto” a todos los efectos. De pronto, se encontró entre manos con la inesperada muerte de mi abuela y responsabilidades que lo habían arrebatado de sus escasos 17 años. Por supuesto yo no lo entendí . Solo varios lustros más tarde,después de su propia muerte, sorprendiéndome “adulto” y sin poder identificar -en primera instancia - un momento que diviera aguas en mi vida, pensé: Ya no hay “ritos de paso”, como sulen decir los antropólogos.
En otros tiempos existían ceremonias iniciáticas que colocaban al miembro de una comunidad en una nueva categoría. Como el Bar-Mitzvah de mi amigos judíos, o la fiesta sensual que abre paso a la asolescencia feliz de los polinesios, amazónicos, y otros pueblos a lo largo de la historia.
Cuando mi viejo era joven - y en un grado menos drástico - una suerte de rito lo constituía “la puesta de los largos” de los chicos, la fiesta de los quince para las chicas, la “entrega de las llaves de la casa” para ambos.....el ( en un sentido más drástico ) “hacerse hombre” en un lupanar para ellos. Mi viejo, exepto por segundo item, pasó por todos, rápidamente, casi sin quererlo. Las cosas han cambiado mucho desde entonces.
Ya nadie comenta la “puesta de los largos” de ninguno por la simple razón que los largos ya no existen, es decir, se usan desde la más tierna infancia. Los lupanares son cada vez menos necesarios para la iniciación sexual de los hombres, y la fiesta de los quince ha perdido su significado primigénio: el de presentar a la niña en cuestión en sociedad.
La independéncia económica de la mujer, su libertad sexual, el divorcio, el blanqueo legal de los hijos de uniones irregulares, la apertura de empleos jerárquicos para el sexo femenino y otros cambios, han creado una realidad totalmete distinta a la que vieron nuestros padres y abuelos.
Mi padre murió después de haber estado cuarenta años a lado de mi madre, demostrando con sus actos que para él, el matrimonio ( con sus infinitos problemas) era - como para toda su generción - un valor. Esto ya no sucede, o sucede con menos frecuencia por la sencilla razón que ya no hay hombres no-divorciados ( en Italia tres de cada cuatro parejas constituidas legalmente se divorcia ) el matrimonio ha entrado en crisis.
Es aquí donde encuentro un verdadero “rito de paso” para los hombres de hoy, donde muchos de mis amigos ( que distan mucho de ser santos o anacoretas ) se han descubierto -por primera vez- verdaderamente adultos: La primera noche de separados, durmiendo bajo un techo desconocido y sin sus hijos.
El proyecto de la vida juntos se ha quebrado. Ya no está en la cama el cuerpo familiar de la que ha sido su esposa, a veces amada, a veces odiada, a veces temida. Se encuentra en otro barrio, en otro ámbito, rodeado de muebles extraños, mirando el cielorraso. Siente una profunda congoja y extraña desesperadamente sus niños. En realidad cuando los tenía bajo su techo no les prestaba mucha atención y ahora su ausencia es como un puñal clavado en el pecho. En pocas horas, siente, que lo ha perdido todo. La casa, de la que era dueño, la mujer, de la que también era dueño. Los hijos, para quienes era una especie de dios. Su dinero que - admitiendo que lo tenga - pasa a ser perfectamente divisible por dos. ¿ Habrá otro hombre ?, ¿ Podré ?, ¿ Seré capaz de enamorarme otra vez, de fundar otro hogar, de disfrutar de esta inesperada libretad que tanto quería en otro tiempo ? Ya es tarde para volver atrás, en todo caso, habrá que pagar nuevos precios._
Lo llamaré “Juan el non-sancto”, un amigazo de toda la vida. “Por el bién de los chicos” él y su mujer habían decidido separarse. Juán ofreció marcharse inmediatamente, ya que si no lo hacía - creo- Cecilia se lo hubiera sugerido muy pronto. .Después de todo él ganaba mejor sueldo y los niños eran todavía chicos.... “mejor si estaban con la madre”. Lo ví la tarde en que Cecilia, en un último acto de servico, le había ayudado a hacer las valijas. Era domingo. “¡ Tano ! - me dijo con ingrávida y simulada normalidad- te invito a tomar unos amargos en mi nueva “casa”. Sabiendo perfectamente la noche que le esperaba acepté. Llegamos a una mala mezcla de “bulín” con “aguantadero” que no hacía para nada juego con la 4x4 de mi amigo. Un colchón en el suelo por cama, un televisor apoyado en la caja del propio embalaje. Un despertador.
A las diez de la noche no aguantó más y llamó temblando a su propia casa, la de su ahora ex-mujer, donde estaban sus críos. Cecilia le contestó: “¡ No estés tan angustidado, tratá de comportarte como un adulto, los chicos duermen!”. Comimos un pedazo de asado frío de las doce. Juan corrió al baño.... vomitó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario