El viernes 22 de junio y el sábado 23 asistí al primer matrimonio igualitario de mi vida. No se estaba cayendo el World Trade Center; ningún general estaba conquistando por asalto algún pedazo de tierra. Ningún prócer estaba pronunciando frases con reverberaciones libertarias para algún futuro imperfecto. Sin embargo, estaba seguro que vivía un punto de inflexión en la historia de nuestro país: el de la posibilidad que dos personas de un mismo género se unan en matrimonio. Es que (debemos admitir) hemos sido- y somos- una sociedad bastante homofóbica; producto de una cultura homofóbica con profunda raigambre en la matriz judeo-cristiana de pensamiento (o símil monoteísta). Las primeras referencias de condena a la homosexualidad se remontan a la biblia, el libro de Levítico describe a las relaciones entre “hombres del mismo sexo” (para el machista de Jehová las lesbianas no existían) como una "abominación" que ameritaría la pena capital como castigo. Además, la atracción sexual hacia la gente de un mismo género es considerada de inspiración diabólica en todas las comunidades cristianas de orientación fundamentalista-evangélica que se precie de tal. Mientras que la Iglesia católica (hoy en día mucho más “polite” que antaño) admite que no es pecado ser gay, sino practicar la homosexualidad (sic)… Musulmán - por ejemplo- y Gay son términos excluyentes. La homosexualidad es considerada un delito y está prohibida en la mayoría de países mahometanos, que pueden terminar en la lapidación del implicado, ante una caída de pluma o el menor quiebre de muñeca.
Unos datos reveladores sobre las consecuencias profundas, que la aceptación de la homosexualidad tiene en nuestra cultura, son las cifras del informe sobre la incidencia de la orientación sexual en los intentos de suicidio entre adolescentes. Según un informe publicado en el “American Journal of Public Health” (en Argentina no hacemos investigaciones equivalentes) el 28,1 % de los adolescentes varones homosexuales en EEUU habían intentado suicidarse, frente a un 4,2 %, entre los adolescentes varones heterosexuales. Siempre según este artículo, treinta de cada cien suicidios entre jóvenes son cometidos por gays y lesbianas, a pesar que este sector de la población no supere el 10% de la misma, lo cual supone un índice de suicidio tres veces mayor. Tal y como señala el sociólogo español Juan Perez Jiménez, “si estos números no nos conmueven hasta el estremecimiento, es que debemos estar muy seguros de que personalmente hacemos todo lo posible para que eso no sea así”. Pero si este no es el caso, deberíamos reflexionar sobre qué es lo que lleva a un tercio de ese sector joven de la población a desear su propia muerte. Qué mensajes implícitos les hace llegar una sociedad que se vende como abierta, libre, tolerante y justa. En este sentido, y con la ley de matrimonio igualitario (mas la de identidad de género) la argentina empieza a dar claras señales de tolerancia, de virar en timón hacia otro rumbo. Empezamos a admitir que el aumento de la visibilidad de gays y lesbianas es un ingrediente más en el nuevo rompecabezas de relaciones y roles emocionales de la posmodernidad. La mera aceptación de su existencia y el reconocimiento de todos sus derechos enriquecen un escenario social donde los roles clásicos y excluyentes empiezan a desmoronarse. Como decía arriba, se casaban Leonardo Di Cecco y Claudio Jensen. Una pareja que hacía diez años habían decidido compartir todos y cada uno de los días de sus vidas en virtud del amor que se profesan. Para los homofóbicos (y políticamente incorrectos) que estén leyendo este artículo -y que piensen que aquello era una “maricoteca”- temo desilusionarlos: si bien lo excepcional era que hubieran dos maridos en la boda, si bien se celebró en un exclusivo country de Pilar, si bien había “finger food” y otras delicatesen, todo fue de lo más normal. Quiero decir, suegros/as, hermanas/os, cuñados/as, primas/os, tíos/as, sobrinas/os, niños de todas las edades y una cohorte de amigas cómplices (de las cuales Lorena mi mujer era la primera) comimos, bailamos y brindamos hasta más no poder. Celebrábamos la unión de nuestros amigos. Todo fue tan argentino y tan cotidiano… que hasta parecía peronista.
Fuentes: “Síndromes Modernos” Juan Carlos Pèrez Jimenez. Madrid Esparsa Calpe 2002
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Hace 11 años
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