Es sabido que Miguel Ángel le vendió al papa Julio II algunas “esculturas griegas” que él mismo había esculpido… una “estafa pontificia” a todas luces, pero a) Miguel-no-tan Ángel necesitaba comer para vivir b) no dejaban de ser esculturas auténticas de Miguel Ángel que -con el tiempo- aumentaron el prestigio y el patrimonio del Vaticano. La leyenda cuenta también que cuando le llevaban cuadros a Picasso para que los autenticara, hubo casos en que el español se negó a reconocer su propia obra si el cuadro en cuestión ya no le gustaba. "¿Pero, maestro, no recuerda que le he comprado esta pintura a usted en este mismo taller?", exclamó un coleccionista angustiado. "Es que yo también pinto a veces Picasso falsos", contestó el pintor. Hay un mundo perfecto en las formas y artificial en la sustancia. Un mundo donde la apariencia perfecta es tomada por realidad, y la realidad por apariencia perfecta. Un mundo donde es muy fácil perderse: el mundo de las falsificaciones y los falsificadores. De las innumerables historias que circulan en este universo hay una en particular que me fascina.
Cuando al final de la Segunda Guerra Mundial en la Bélgica liberada comenzó la caza de colaboradores con los nazis la investigación llegó hasta las oficinas de un banquero en cuyos papeles constaba la venta al mariscal Goering de un cuadro de Vermeer, titulado Mujeres sorprendidas en adulterio. El banquero se quito toda responsabilidad delatando al verdadero vendedor, un tal Van Meegeren; que para los críticos de la época era un pintorzuelo de tercera categoría. El hombre en cuestión fue detenido el 29 de mayo de 1945. Después de un juicio exprés se le condenó rápidamente a muerte por traición a la patria y colaboración con el enemigo. En el juicio Van Meegeren manifestó en su defensa que había falsificado ese cuadro. No sólo ese –agregó- perteneciente a la colección privada del nazi Goering, sino también otros del mismo pintor. ¿Por dinero? No tan simple (si hay un psicólogo en la sala le ruego leer atentamente), desde que era niño su padre (que lo pretendía arquitecto) se burlaba de las inclinaciones artísticas del pequeño Han forzándolo a escribir cientos de veces: “No sé nada, no soy nada, no soy capaz de hacer nada, no llegaré a nada”. Posteriormente sus sucesivas muestras de pintura fueron rechazadas por la crítica de su época sin piedad. “Crítica” fascinada por ese entonces con Picasso, el cubismo y el surrealimo [1]. Van Meegeren sintió que su genio había sido erróneamente subestimado, y se puso a trabajar para probar a los críticos (¿Figuras paternas?) que él no sólo podía copiar el estilo de los maestros neerlandeses, sino que podía realizar obras de arte tan magníficas que rivalizaría con las obras de ellos, falsificando al más grande artista holandés del siglo XVII, Vermeer de Delft (del que sólo se conocían treinta y siente obras). De hecho uno de sus cuadros falsos, Los discípulos de Emaús, había sido certificado por Brodius, el especialista de más prestigio de la época, como una obra maestra de Vermeer y la Sociedad Rembrandt la había adquirido por la (no despreciable cifra para la época) de 170.000 dólares. Los jueces en el proceso no le creyeron, dada la perfección del trabajo. Para demostrar su inocencia pidió que le llevaran a la celda un lienzo y todos los colores, aceites y pinceles necesarios. Comenzó a falsificar el cuadro de Vermeer titulado Jesús entre los doctores… a mitad del trabajo, los jueces cambiaron de opinión, tal era la maestría de Van Meegeren. La pena de muerte por traición a la patria fue conmutada por una condena de dos años de cárcel por falsificación (después de todo había estafado a los mismísimos nazis) y de “traidor a la patria” pasó a “héroe popular” casi en un chasquido de dedos. Las autoridades trataron que Han revelara sus secretos, pero este viendo que había salvado el pellejo, se negó a descubrir un secreto que le había llevado siete años perfeccionar; esto es: cómo envejecía el lienzo, cómo obtenía los mismos pigmentos que usaba Vermeer, cómo disolvía las tintas viejas, cómo sometía al horno la tela para conseguir el craquelado peculiar del siglo XVII, cómo pegaba al lienzo pelos de comadreja sacados de los pinceles de la época y otras manipulaciones todavía más elaboradas y sutiles que se llevó a la tumba. Con lo cual, Han Van Meegeren (que murió de un infarto en prisión) fue el único pintor del que se tenga registro que literalmente “pintó para salvar su vida”.
Cuando estuve en Holanda –fascinado por la historia- fui primero a ver a los Van Meegeren originales (Vermeer truchos) que a los auténticos Vermeer (los no-Van-Meegeren ). En el museo había más gente interesada en los “falsos de autor” que en los originales de Vermeer. Tenía la sensación que Han estaba esbozando una sonrisa detrás de los lienzos… si no desde el más allá. Había burlado a todos, empezando por “papá”, siguiendo por los nazis y terminando con los especialistas y críticos de arte de su època. En ese momento pensé en el dicho de “Violencia Rivas”, la entrañable creación de Diego Capusotto: “la cantidad de pelotudos por metro cuadrado en ámbito académico, muchas veces supera –lejos- a la cantidad del hombre de la calle”.
[1] Salvador Dalì estaba obsesionado con la obra Vermeer en general y con un cuadro en particular “La encajera”, al que reprodujo “ad nauseam” en la propia obra.
Cuando al final de la Segunda Guerra Mundial en la Bélgica liberada comenzó la caza de colaboradores con los nazis la investigación llegó hasta las oficinas de un banquero en cuyos papeles constaba la venta al mariscal Goering de un cuadro de Vermeer, titulado Mujeres sorprendidas en adulterio. El banquero se quito toda responsabilidad delatando al verdadero vendedor, un tal Van Meegeren; que para los críticos de la época era un pintorzuelo de tercera categoría. El hombre en cuestión fue detenido el 29 de mayo de 1945. Después de un juicio exprés se le condenó rápidamente a muerte por traición a la patria y colaboración con el enemigo. En el juicio Van Meegeren manifestó en su defensa que había falsificado ese cuadro. No sólo ese –agregó- perteneciente a la colección privada del nazi Goering, sino también otros del mismo pintor. ¿Por dinero? No tan simple (si hay un psicólogo en la sala le ruego leer atentamente), desde que era niño su padre (que lo pretendía arquitecto) se burlaba de las inclinaciones artísticas del pequeño Han forzándolo a escribir cientos de veces: “No sé nada, no soy nada, no soy capaz de hacer nada, no llegaré a nada”. Posteriormente sus sucesivas muestras de pintura fueron rechazadas por la crítica de su época sin piedad. “Crítica” fascinada por ese entonces con Picasso, el cubismo y el surrealimo [1]. Van Meegeren sintió que su genio había sido erróneamente subestimado, y se puso a trabajar para probar a los críticos (¿Figuras paternas?) que él no sólo podía copiar el estilo de los maestros neerlandeses, sino que podía realizar obras de arte tan magníficas que rivalizaría con las obras de ellos, falsificando al más grande artista holandés del siglo XVII, Vermeer de Delft (del que sólo se conocían treinta y siente obras). De hecho uno de sus cuadros falsos, Los discípulos de Emaús, había sido certificado por Brodius, el especialista de más prestigio de la época, como una obra maestra de Vermeer y la Sociedad Rembrandt la había adquirido por la (no despreciable cifra para la época) de 170.000 dólares. Los jueces en el proceso no le creyeron, dada la perfección del trabajo. Para demostrar su inocencia pidió que le llevaran a la celda un lienzo y todos los colores, aceites y pinceles necesarios. Comenzó a falsificar el cuadro de Vermeer titulado Jesús entre los doctores… a mitad del trabajo, los jueces cambiaron de opinión, tal era la maestría de Van Meegeren. La pena de muerte por traición a la patria fue conmutada por una condena de dos años de cárcel por falsificación (después de todo había estafado a los mismísimos nazis) y de “traidor a la patria” pasó a “héroe popular” casi en un chasquido de dedos. Las autoridades trataron que Han revelara sus secretos, pero este viendo que había salvado el pellejo, se negó a descubrir un secreto que le había llevado siete años perfeccionar; esto es: cómo envejecía el lienzo, cómo obtenía los mismos pigmentos que usaba Vermeer, cómo disolvía las tintas viejas, cómo sometía al horno la tela para conseguir el craquelado peculiar del siglo XVII, cómo pegaba al lienzo pelos de comadreja sacados de los pinceles de la época y otras manipulaciones todavía más elaboradas y sutiles que se llevó a la tumba. Con lo cual, Han Van Meegeren (que murió de un infarto en prisión) fue el único pintor del que se tenga registro que literalmente “pintó para salvar su vida”.
Cuando estuve en Holanda –fascinado por la historia- fui primero a ver a los Van Meegeren originales (Vermeer truchos) que a los auténticos Vermeer (los no-Van-Meegeren ). En el museo había más gente interesada en los “falsos de autor” que en los originales de Vermeer. Tenía la sensación que Han estaba esbozando una sonrisa detrás de los lienzos… si no desde el más allá. Había burlado a todos, empezando por “papá”, siguiendo por los nazis y terminando con los especialistas y críticos de arte de su època. En ese momento pensé en el dicho de “Violencia Rivas”, la entrañable creación de Diego Capusotto: “la cantidad de pelotudos por metro cuadrado en ámbito académico, muchas veces supera –lejos- a la cantidad del hombre de la calle”.
[1] Salvador Dalì estaba obsesionado con la obra Vermeer en general y con un cuadro en particular “La encajera”, al que reprodujo “ad nauseam” en la propia obra.
2 comentarios:
IM-PRE-SIO-NAN-TE!!!
Genial Armando. Genial.
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