¿Vale la pena seguir en el ruedo? ¿Vale la pena vivir?. Según la OMS ( Organización Mundial de la Salud) cerca de 10,2 millones de almas en el mundo han respondido “no” en el último año suicidándose; y también calcula que treinta millones responderán de la misma forma en un futuro no muy lejano. Lo sorprendente es que la tasa de suicidio en el primer mundo supera ampliamente los índices que se registran en tercero. Lo anterior, me pregunto: ¿Será el indicio empírico que algo está fallando en el núcleo de la llamada sociedad del bienestar material?
En Europa el caso paradigmático de esta tendencia lo constituyen los países escandinavos. A pesar que estos se enorgullecen de haber creado un sistema caracterizado por tener un alto nivel de vida, la tasa de suicidio supera –siempre según la OMS- las 25 personas cada 100.000 habitantes. Alemania, Austria y Suiza no se escapan, a pesar que germanos suizos y austríacos lleven una vida “más fácil”, tienden más al suicidio que el resto de los europeos. Ya lo dije, los tercermundistas nos suicidamos menos a pesar de vivir peor.
La ciencia habla de factores genéticos, ambientales y culturales. De características físicas, psicológicas, y de las diferentes propensiones entre las diferentes etnias de los distintos países. En cuanto a los factores ambientales, está comprobado que la menor disponibilidad de luz solar durante el año influye en la síntesis de serotonina y otros neurotransmisores entre los habitantes de los países de más alta latitud haciéndolos más propensos al suicidio. Por otro lado en culturas como la japonesa por ejemplo, existe una valoración positiva del suicidio bajo ciertas circunstancias. Al respecto -y en lo personal- no puedo olvidar el espectacular suicidio del escritor Yukio Mishima, luego del copamiento del ministerio de defensa japonés (noviembre de 1970) y el rodamiento de su cabeza a manos de un amigo (que sostenía una katana) al que le había pedido el “favor de la decapitación”; todo esto a posteriori de haberse abierto “correctamente” el vientre con una espada, tal y como lo indica la tradición nipona.
Pero todos los factores antes anunciados no tienen nada que ver con el bienestar material del que gozan las personas: su correlación no está demostrada.
Emile Durkheim (padre de la sociología) llegó a asegurar que el suicido se vinculaba mas a las crisis sociales que personales, haciendo referencia a “crisis” no en el sentido al que estamos acostumbrados lo argentinos, el económico, sino a la ausencia o presencia de normas y valores en la sociedad. Aquella falta total de reglas que lleva al descontrol: la anomia. Los límites se pierden, o tienden a esfumarse, se instala la angustia, aquella tristeza que crece cuando todo da lo mismo. “El individuo llega a pensar que la sociedad no es para él”afirma Durkheim, y sale del escenario. Se auto elimina.
Entre lo suicidas famosos y recientes de la Argentina (a propósito de anomia) figura el eminente cardiólogo René Favaloro. Fue altamente paradójico que alguien que dedicara su vida para ayudar a los demás, a cuidar en los demás el bien más preciado, se quitara la vida terminando así....con un disparo autoinflinjido en el corazón. Todo un mensaje ¿No?.
En los suicidas de nuestra literatura figuran: Horacio Quiroga, el autor de “Cuentos de la selva” y “ Anaconda” que tomó cianuro luego que le diagnosticaran cáncer en 1937. O Leopoldo Lugones, el poeta que había declamado “la hora de la espada”(y al que Borges le dedicara el prólogo de “El hacedor”) no pudo elegir un arma más noble -y menos viril- para su propio fin que la de un frasquito de cianuro tragado en1938.
La épica caminata de Alfonsina Storni hacia la propia muerte adentrándose en el Atlántico (1938) no es necesario que la mencione.
La eximia poetisa Alejandra Pizarnik, nena mimada del jet set argentino, a pesar de su talento reconocido y de su acobijada situación, decide no vivir más ingiriendo barbitúricos. Corría el 1972.
La autora de “La señora Ordóñez”, y “Los dedos de La mano”, Martha Lynch probablemente por el miedo a envejecer murió frente al espejo que le devolvía la propia imagen con un arma amartillada y apoyada en la sien: 1985.
En ámbito político Lisandro de La Torre, al igual que su maestro Leandro N. Alem, había creído en la política y la política lo había descreído. Hombre puro, íntegro, solterón. En un país donde la pureza y la integridad ( y la soltería en esos años) nunca habían y han significado gran cosa, decide pegarse un balazo el 6 de enero de 1939. O Juan Larrea, eminente miembro de la Junta de la Revolución de Mayo de 1810, y ante las presiones del gobierno de Rosas se quita la vida el 20 de junio de 1847. La lista es larga: Elisa Brown (hija del Almirante Brown), Jorge Mitre (hijo de Bartolomé Mitre), Cristina Ascasubi (hija del poeta Hilario Ascasubi), Florencio Parravicini, Gianni Lunadei, Belisario Roldán, Polo Lugones (hijo de Leopoldo), Juan Duarte hermano de Evita (y del que la historia duda que se haya auto eliminado), Alfredo Nallib Yabràn (la gente también lo duda)....etc. etc.
Y aunque OMS este año tomó el suicidio como tema central para celebrar el Día Mundial de La salud Mental, el porqué una persona decide auto eliminarse sigue siendo un misterio que pertenece al corazón del bosque. Para el ácido Albert Camus ese fue el único problema serio de la filosofía: juzgar si la vida valía o no la pena de ser vivida. Sentenciando que nadie tenía derecho a juzgar en el otro una decisión tan extrema como la del suicidio.
A excepción de unos pocos, nótese que el común denominador de lista de nuestros famosos suicidas (y es mucha más larga) era su extrema sensibilidad. En un mundo ciegamente insensible esta es ya una gran desventaja.
Debatiendo sobre la muerte de Favaloro con un amigo profunda y sinceramente católico; disparó una frase que me quedó dando vueltas en el alma: “El suicida es el màs valiente de los cobardes”, y puede que tenga razón. Pero en mi fuero íntimo me quedó rondando otra:
“Ahora es invulnerable como los dioses, nada en la tierra puede herirlo”. - escribió Borges sobre el suicida que ya tomó la decisión .
En Europa el caso paradigmático de esta tendencia lo constituyen los países escandinavos. A pesar que estos se enorgullecen de haber creado un sistema caracterizado por tener un alto nivel de vida, la tasa de suicidio supera –siempre según la OMS- las 25 personas cada 100.000 habitantes. Alemania, Austria y Suiza no se escapan, a pesar que germanos suizos y austríacos lleven una vida “más fácil”, tienden más al suicidio que el resto de los europeos. Ya lo dije, los tercermundistas nos suicidamos menos a pesar de vivir peor.
La ciencia habla de factores genéticos, ambientales y culturales. De características físicas, psicológicas, y de las diferentes propensiones entre las diferentes etnias de los distintos países. En cuanto a los factores ambientales, está comprobado que la menor disponibilidad de luz solar durante el año influye en la síntesis de serotonina y otros neurotransmisores entre los habitantes de los países de más alta latitud haciéndolos más propensos al suicidio. Por otro lado en culturas como la japonesa por ejemplo, existe una valoración positiva del suicidio bajo ciertas circunstancias. Al respecto -y en lo personal- no puedo olvidar el espectacular suicidio del escritor Yukio Mishima, luego del copamiento del ministerio de defensa japonés (noviembre de 1970) y el rodamiento de su cabeza a manos de un amigo (que sostenía una katana) al que le había pedido el “favor de la decapitación”; todo esto a posteriori de haberse abierto “correctamente” el vientre con una espada, tal y como lo indica la tradición nipona.
Pero todos los factores antes anunciados no tienen nada que ver con el bienestar material del que gozan las personas: su correlación no está demostrada.
Emile Durkheim (padre de la sociología) llegó a asegurar que el suicido se vinculaba mas a las crisis sociales que personales, haciendo referencia a “crisis” no en el sentido al que estamos acostumbrados lo argentinos, el económico, sino a la ausencia o presencia de normas y valores en la sociedad. Aquella falta total de reglas que lleva al descontrol: la anomia. Los límites se pierden, o tienden a esfumarse, se instala la angustia, aquella tristeza que crece cuando todo da lo mismo. “El individuo llega a pensar que la sociedad no es para él”afirma Durkheim, y sale del escenario. Se auto elimina.
Entre lo suicidas famosos y recientes de la Argentina (a propósito de anomia) figura el eminente cardiólogo René Favaloro. Fue altamente paradójico que alguien que dedicara su vida para ayudar a los demás, a cuidar en los demás el bien más preciado, se quitara la vida terminando así....con un disparo autoinflinjido en el corazón. Todo un mensaje ¿No?.
En los suicidas de nuestra literatura figuran: Horacio Quiroga, el autor de “Cuentos de la selva” y “ Anaconda” que tomó cianuro luego que le diagnosticaran cáncer en 1937. O Leopoldo Lugones, el poeta que había declamado “la hora de la espada”(y al que Borges le dedicara el prólogo de “El hacedor”) no pudo elegir un arma más noble -y menos viril- para su propio fin que la de un frasquito de cianuro tragado en1938.
La épica caminata de Alfonsina Storni hacia la propia muerte adentrándose en el Atlántico (1938) no es necesario que la mencione.
La eximia poetisa Alejandra Pizarnik, nena mimada del jet set argentino, a pesar de su talento reconocido y de su acobijada situación, decide no vivir más ingiriendo barbitúricos. Corría el 1972.
La autora de “La señora Ordóñez”, y “Los dedos de La mano”, Martha Lynch probablemente por el miedo a envejecer murió frente al espejo que le devolvía la propia imagen con un arma amartillada y apoyada en la sien: 1985.
En ámbito político Lisandro de La Torre, al igual que su maestro Leandro N. Alem, había creído en la política y la política lo había descreído. Hombre puro, íntegro, solterón. En un país donde la pureza y la integridad ( y la soltería en esos años) nunca habían y han significado gran cosa, decide pegarse un balazo el 6 de enero de 1939. O Juan Larrea, eminente miembro de la Junta de la Revolución de Mayo de 1810, y ante las presiones del gobierno de Rosas se quita la vida el 20 de junio de 1847. La lista es larga: Elisa Brown (hija del Almirante Brown), Jorge Mitre (hijo de Bartolomé Mitre), Cristina Ascasubi (hija del poeta Hilario Ascasubi), Florencio Parravicini, Gianni Lunadei, Belisario Roldán, Polo Lugones (hijo de Leopoldo), Juan Duarte hermano de Evita (y del que la historia duda que se haya auto eliminado), Alfredo Nallib Yabràn (la gente también lo duda)....etc. etc.
Y aunque OMS este año tomó el suicidio como tema central para celebrar el Día Mundial de La salud Mental, el porqué una persona decide auto eliminarse sigue siendo un misterio que pertenece al corazón del bosque. Para el ácido Albert Camus ese fue el único problema serio de la filosofía: juzgar si la vida valía o no la pena de ser vivida. Sentenciando que nadie tenía derecho a juzgar en el otro una decisión tan extrema como la del suicidio.
A excepción de unos pocos, nótese que el común denominador de lista de nuestros famosos suicidas (y es mucha más larga) era su extrema sensibilidad. En un mundo ciegamente insensible esta es ya una gran desventaja.
Debatiendo sobre la muerte de Favaloro con un amigo profunda y sinceramente católico; disparó una frase que me quedó dando vueltas en el alma: “El suicida es el màs valiente de los cobardes”, y puede que tenga razón. Pero en mi fuero íntimo me quedó rondando otra:
“Ahora es invulnerable como los dioses, nada en la tierra puede herirlo”. - escribió Borges sobre el suicida que ya tomó la decisión .
1 comentario:
Favaloro me shockeó. Si hay una persona pública de quien no lo esperaba era precisamente de él. Me hizo recapacitar profundamente sobre lo vulnerables que somos y a lo que puede llevarnos un dolor extremo en el alma. Definitivamente nadie se salva.
Yo lo diría sutilmente distinto: "Hay que ser extremadamente valiente para ser tan cobarde"
Abrazo,
Publicar un comentario