Íbamos con mi primo Horacio al
cine Splendid en nuestra primavera hormonal y viril.
Vuelvo a empezar.
Con “El Horacio” -mi primo- íbamos a ver a la Coca Sarli al
Splendid… a su anatomía en general pero concretamente a una parte…o –mejor dicho-
dos partes de ella en particular.
Otro error.
Con mi primo Horacio íbamos a los
“trasnoche sin cortes” del Cine Splendid. Quedaba –como todo el mundo sabe
frente a la estación de servicios de libertador y ….
La fauna que se veía era
variopinta, pero en generalmente eran adolecentes de sexo masculino cocinándose
en el caldo de la propia testosterona. Por ese entonces el cine Splendid era el
único hábitat adecuado para contener estas
huestes de efebos con la imaginación brotada. Estamos hablando de principio los años ochenta,
plena dictadura militar; el pleistoceno de internet. Lo más osado que se podía
ver era a “la Coca Sarli” actuando mal, pronunciando peor, y duchándose desnuda
en algún rollo de celuloide filmado por Armando Bo. Naciendo con espíritu de
clásico ¿Vio?
Entonces caíamos al Splendid que
–como todo el mundo sable- publicitaba su cartelera mediante coches con
megáfonos que circulaban por puntos estratégicos de San Juan. El “locutor”
estiraba las palabras de los títulos de los films con un dejo entre licencioso
y negligente. Tratando de capturar futuros clientes supongo. Funcionaba.
Con mi primo Horacio teníamos la
teoría que en realidad se proyectaba siempre la misma película, que cambiaba de
nombres, formas y accidentes pero – y cual
arquetipo platónico- en realidad era una, única; y se llamaba “Éxtasis
Tropical”. Daba lo mismo quien la dirigiese, quien actuase o cómo la
publicitasen.
Debo decir otra cosa, el cine
Spledid fue el primer cine que yo conozca que sufría de esquizofrenia
aguda o –como el dios romano Jano- tenía
dos caras bien marcadas y opuestas: La de matiné y la de trasnoche sin cortes.
En la primera cara -la de matiné-
viernes, sábados y domingos por la tarde desfilaban todos los personajes de
Disney: Mikey, Donald, Bamby, Dumbo y
todo eso. Filas de infantes de las manos de madres y abuelas yendo a ver
dibujitos animados con sus mejores ropas.
En la de trasnoche sin cortes: “Éxtasis
Tropical” con todas las variaciones posibles e imaginables.
El “Síndrome de Jano” afectaba
también al operador del cine, al que le llamábamos “el hermano Mila”. Me
explico: Mila era evangélico y el único trabajo que había conseguido para
mantener a su familia era el de operador en el Splendid. Su pastor le había
dicho que el trabajo estaba justificado ante los ojos de Dios por la mitad de
la matiné, pero que en la “otra mitad” debía orar y evitar mirar. Cumplir con
su deber de operador, pero no caer en tentación de Satanás. Entonces Mila,
siguiendo los consejos de su mentor espiritual, cometía errores garrafales en los
cambios de rollo, lo que generaba quemazones constantes de película y la
silbatina hiperbólica del público. Un atractivo surreal más del cine.
Si debo ser absolutamente sincero,
asumo que en el Splendid fui iniciado también en los placeres del cine “clase B”:
craso, puro y duro; no vinculado necesariamente
al erotismo. Vi las peores películas de horror de la historia del cine y de mi
vida. Las más bizarras, las más desatinadas, las más splatter pero -parábolas de la vida- esas
que hoy son consideradas “de culto” por los cinéfilos norteamericanos: “La
tumba de Poe”, “Dr. Death”; toda la saga de “Viernes 13”, ¡Ojo! también Anniversary con Bette Davis etc. etc. etc.
Hace poco volví a San Juan, tenía
que dictar el módulo de una maestría. En el camino obligado del remis, de paso a la
facultad, estaba la puerta del Splendid
hoy convertido en un negocio anodino. Sentí en carne propia la sensación que
Piglia describe magistralmente en su novela “La Ciudad Ausente”. Ese paisaje
urbano que alberga parte de nuestro recuerdo, de nuestro pasado, de nuestra
vida. Que es el mismo, pero que ha cambiado…ergo,
ya no es el mismo.