miércoles, 17 de abril de 2013

DIME COMO TE ENTIERRAN Y TE DIRE QUIEN ERES

Existe en acto un gran cambio en las costumbres tanatológicas que empezó a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado. Hasta ese momento, los deudos eran obligados a mantener ciertas prácticas, ciertos ritos que acentuaban más el dolor por la muerte del ser querido. La vestimenta, el color negro, el silencio sepulcral. Todo era parte del mismo proceso. No se podía escuchar música. En la casa reinaba el silencio absoluto y solemne. Solamente se podía hablar en voz baja. El velorio se realizaba en la casa del fallecido y no hacerlo significaba una ofensa. Se contrataban lloronas profesionales para que se lamentaran en público (eran parte del servicio aunque no se lo admitiera). Durante un año la familia llevaba luto total y el segundo año era solo de medio luto. En las décadas del ’30 y ’40 se implementó una banda de luto color negro en el brazo izquierdo para los hombres. Se entregaban sobres y tarjetas en agradecimiento al haber concurrido y acompañado a los deudos. También se daba esquelas con la foto del fallecido donde se detallaba el lugar de la ceremonia religiosa, el entierro y oraciones en su memoria. El día de los muertos era una fecha importantísima, los cementerios se llenaban de gente de negro riguroso y de chicos con ropas blancas o claras, según la clase social.

Hoy en día las cosas cambiaron. Se puede afirmar que el país se divide en dos realidades opuestas: las grandes urbes y el interior. En las grandes ciudades algunos ritos se abreviaron y otros desaparecieron. Los velorios son más cortos, hay menos tiempos para la despedida del fallecido. Antes se daba una semana de duelo por fallecimiento de un ser querido; hoy si no vas a trabajar te echan. Quizá porque la expectativa de vida se ha prolongado; antes los duelos eran sucesivos y llegaban a temprana edad. Hoy la gente prolonga su existencia hasta los 80. Eso pospone la muerte y hace que haya menos signos de luto presentes en la cotidianeidad. Antes se intentaba preservar la memoria del fallecido a través de fotografías y objetos que remitieran a su recuerdo. Hoy las personas quieren vivir placenteramente. Hay una negación al sacrificio que hace que el luto sea visto como una gran tristeza inevitable que hay que tratar de gestionar ( y sacarse de encima) lo más rápido posible. Al negar la ética del sacrificio se pierde la idea de “deuda con los muertos”. Uno va al cementerio porque tiene una deuda afectiva y hoy… ¿Qué deuda hay?

El filósofo Darío Sztanszrajber va mucho más allá en su análisis: “Vivimos en un mundo donde la pérdida se piensa en términos mercantiles. Uno no puede tomarse el tiempo para conectarse con algo que pierde, porque es “perder el tiempo” Tiene que ver con la tiranía de la mercantilización de la existencia, que mide todo en términos de ganancia, y cuando hay un muerto, si hay algo que no hay es ganancia”, explica.

Actualmente en Argentina solo el 3 o 4% de las personas fallecidas son veladas. Algunos las llevan directamente al cementerio, sino hacen una “despedida” de 2 o 3 horas en una sala velatoria. Se hace por practicidad de la familia. Todos están corriendo y todos se olvidan que tarde o temprana vamos a estar ahí.

Hace poco tuve que ir al cementerio, noté que al final de la ceremonia, los deudos aplaudieron, como si se tratara del final de una obra de teatro, la caída del telón y el actor que termina con su efímero cometido.