lunes, 10 de septiembre de 2012

SRI RAVI SANKAR: VERLE LA CARA A DIOS POR UN MODICO PRECIO


No quiero empezar este artículo con cavilaciones dignas del “enano gruñón de blancacanieves”, o con destilaciones ácidas que puedan dañar la imagen del “nuevo-producto-meditativo-que-armoniza-todos-los-males”. Pero como premisa numero uno diría: “Un personaje público es su historia personal, mas la historia del pensamiento que lo genera”, y en el caso de Ravi Shancar cabría acotar un par de cosas:

Hacia fines de 1940 aparecieron en la India los primeros movimientos espirituales a partir de la prédica de sabios que anunciaban el amor, como principal característica de la devoción divina. Entre esos sabios estaba Maharishi Mahesh Yogi, quien generó el movimiento de Meditación Trascendental brindando una serie de conferencias para dar a conocer prácticas de meditación, que hasta en ese entonces eran totalmente desconocidas -y negadas- al mundo occidental. Quiso el azar que durante la década del '60, en plena época hippie, llegan estas corrientes de pensamiento a Estados Unidos y generan toda una revolución. Maharishi entonces fue conocido mundialmente porque los mismísimos Beatles no solo fueron a meditar sus centros de la india, sino que allí compusieron el “Álbum Blanco”, para luego ser tapa (junto al santón) de la revista Times. Después de estar un tiempo con él, a poco de reflexionar, descartaron sus enseñanzas porque, la verdad, “su santidad” les pareció un poco chanta (valga el argentinismo). Pero para ese entonces no paraban de visitarlo otras estrellas mediáticas como Mia Farrow, el cantautor Donovan y los músicos de The Doors, seguidos por varias estrellas mayores y menores del cine.

Nuestro gurú, Sri Ravi Shancar nació en 1956 y –cuenta la leyenda- que durante su adolescencia participó del movimiento de Meditación Trascendental guiado por Maharishi. Sin embargo, en 1980 se abrió de su maestro para ponerse en cuenta propia. En realidad, Shankar estuvo poco tiempo con Maharishi, el suficiente para aprender bien la sustancia de MT. Su biografía oficial –una verdadera hagiografía- señala que Shankar ya sabía de memoria el Bhagavad Gita –el largo poema que constituye el principal de los escritos sagrados en la India- a los cuatro años. Pero su hermana no tiene empacho en declarar que detesta la lectura: “Nunca ha leído un libro; lee una página y ya se queda dormido”. ¿De dónde ha aprendió todo? Sólo cabe una respuesta: de Maharishi. Los dos demostraron ser sujetos inteligentes y astutos. Los dos demostraron ser ególatras. Por eso no pudieron estar juntos mucho tiempo. Shankar, cuando estimó que ya había aprendido lo suficiente, se fue. Por los testimonios familiares que conocemos, lo que mostró desde la infancia no era un conocimiento del Bhagavad Gita, sino una ambición desmedida, una buena inteligencia y un temperamento audaz, que le impulsaba a arriesgar para conseguir lo que quería. Dejó los estudios –con esa afición por la lectura no es de extrañar-, dejó su primer trabajo, dejó a Maharishi... y terminó saliéndose con la suya. En 1982 fundó en California “El Arte de Vivir, un centro destinado a difundir el despertar de la conciencia, el bienestar humano y la paz a nivel global", según reza el propio canon. Actualmente, tiene una estructura muy bien pensada, "casi como una estructura empresarial con llegada en todo el mundo". En sus centros, brindan cursos pagos donde, "enseñan técnicas de respiración y meditación para eliminar toxinas y el estrés". En Argentina muchas figuras del espectáculo, la música y la polìtica recurren a las técnicas de esta fundación, como Graciela Borges, Mauricio Macri, Domingo Cavallo, Charly García y hasta Marcelo Tinelli.

La Fundación, como la llaman sus adeptos, tuvo su primer contacto local con el macrismo en 2008, cuando su fundador, fue recibido por la plana mayor del PRO y hasta obtuvo un reconocimiento en el Senado de manos del ex vicepresidente Julio Cobos. En 2008 una foto oficial muestra a Mauricio Macri, el gurú, Gabriela Michetti y el rabino Sergio Bergman. La Ciudad firmó en ese momento un convenio de cooperación con lo que algunos llaman sin eufemismos "secta". La Fundación, en principio, imparte lecciones acerca de cómo mejorar la relación cuerpo, mente y alma, para lo cual se vale de técnicas del yoga clásico, meditación y abreva en las enseñanzas fundamentales del budismo.

Todo bien, hasta que empezaron los rumores que el gobierno de la provincia de Buenos Aires le había pagado dos millones de pesos al gurú para dirigir el megaevento de meditación realizado en los bosques de Palermo (bajo el lema "Si sucede, conviene" ) el pasado domingo. Mauricio Macri tuvo que salir a desmentir. Consultado por Radio 10 respecto de si la presentación pública de Ravi Shankar "costará plata" a la Ciudad, contestó que no, y cuando se le preguntó si se le pagarán "dos millones de pesos", indicó: "Esas son cosas que no sé quién ha tirado al aire".

Como segunda premisa de este artículo, podemos afirmar que la India no se ponen objeciones a que montajes religiosos ganen millones de dólares (léase Osho Rajneesh, Sai Baba, Babaji o Amma Amritanandamayi, una santona de Kerala que se permitió el lujo de donar un millón de dólares para los damnificados del huracán Katrina en Estados Unidos) y menos aún cuando, como suele ocurrir –y AV no es una excepción-, financian algunas obras asistenciales y educativas.

A su vez podemos afirmar que el hinduismo, con su sincretismo, su flexibilidad para adoptar elementos extraños y su facilidad de hacer malabarismos con los términos, se aprovecha de ello para presentarse como un “producto arreligioso” coincidente con la tendencia espiritual o la moda intelectual del momento y disfrazar su oferta de acuerdo con ello. Maharishi y Shankar son buenos ejemplos, pero desde luego no los únicos ni los primeros, ni probablemente sean los últimos. El mercado de lo espiritual es tan suculento (genera tantas ganancias invirtiendo tan poco) que todo lo que suena a técnica fácil de autoayuda es muy tentador, tanto en Occidente como en Oriente, y no debe extrañar por tanto que proliferen charlatanes, farsantes y vendedores de “elixires” milagrosos. En la India más de uno señala a Ravi Shankar como vendedor de “jarabe de yoga”, lo que puede ser un etiquetado bastante bueno. Desde luego, lo que se ve hurgando su biografìa muestra más a un actor que a un profundo meditante o un asceta que recorre la senda señalada por la literatura sagrada indostánica.

¿El arte de vivir? Sin duda Sri Ravi Shankar ha dado sobrada prueba de este arte, a su fortuna personal solo se la cuenta con seis dígitos. Manual básico del “Gurú para un occidente desquiciado”. Primero inicial. En fin.

martes, 4 de septiembre de 2012

MI MAESTRA

Tengo una tía (“La Vanna”) a la que le debo haberme inculcado desde niño el placer de la lectura, el mundo, el universo de los libros. Con sus ochenta y cinco años no deja de leer: En la mañana, en las largas siestas sanjuaninas, en la noche antes de dormir. Desde que tengo uso de razón Juana lee todos los días. Es una Penélope que lee y deslee textos. Es más, no podría concebirla sin uno entre sus manos. Juana Azeglio es una lectora sibarita, en mi vida es sinónimo de literatura, de autores clásicos, de “altas cumbres” en materia de letras. Amén del amor que me prodigó desde niño-adolescente-adulto, en nuestro vínculo siempre estuvieron presentes los libros. A ella le debo haber leído “El Canon”: Kafka, García Márquez (del que profetizó- en el 71- que algún día sería Nobel), Juan Rulfo, Guy des Cars, Pirandello, Mario Vargas Llosa (idéntica profecía que para Márquez con solo haber leído un libro: “Los cachorros”) Stefan Zweig, Verne, Salgari, Joyce, Borges, Somerset Maugham; Tolstoi, Dostoievski, Gogol, Chejov…. “La Vanna” tenía una debilidad por los autores rusos, era capaz de describirte San Petersburgo (que para ella jamás fue Leningrado) como si hubiera estado realmente allí.
Sé que a esta altura alguno habrá pensado que era profesora de literatura: No. Toda su vida fue maestra. Empezó siendo muy joven. En el “Quinto Cuartel” de Pocitos. En los cuarenta. Viajando todos y cada uno de sus días convencidísima de la máxima sarmientina: “hay que educar al soberano”. Tenía anécdotas e historias de esa época, que harían quedar a “Cien Años de soledad” como un experimento literario típico del “realismo socialista”…
A pesar de su magro estipendio nunca dejó de comprar libros, siempre hubo una nutrida biblioteca en su casa: de oferta, tapas blandas, duras, viejos, nuevos, seminuevos, prestados y….”los incunables”: Esto es, ediciones en papel biblia de los clásicos rusos a los que solo unos pocos elegidos teníamos acceso. “La Vanna” había tardado literalmente años en pagarlos. Eran su tesoro más preciado. No, miento, su tesoro éramos nosotros: sus sobrinos, a los que no solo nos conocía como a la palma de su mano, sino que nos dio hasta lo que no tenía. Siempre incondicional, generosísima, honesta, pudorosa, juiciosa, didáctica, tozuda.
A pesar de los libros leídos habría llegado a un tipo de sabiduría toda suya y particular. Una sabiduría que se encuentra –quizá- en las antípodas de la erudición. He aquí el gran contrasentido: mi tía Juana conocía la naturaleza humana por experiencia directa. Quiero decir, nunca escribió un ensayo de psicología. No frecuentó las aulas de ninguna facultad de antropología o de sociología, pero conocía perfectamente el lenguaje de las miradas, de los gestos, de los ropajes, de los códigos y modos de la fauna humana. En la mirada de las personas, en las muecas, en la humanidad de sus numerosísimos alumnos había aprendido a leer “el gran libro de la vida”. Hacía pocas o ninguna citación de libros o de autores, al contrario, daba la impresión de despreciar —paradójicamente— las palabras. Porque quizá sabría que entre las palabras y el mundo real hay un divorcio, una disgregación abismal. “¡Ya has estado leyendo al viejo-gorila!” me gritaba (por Borges); o “Que retorcido para escribir el rusito-tísico ¿No?” (por Kafka). “Ese pendejo es un pesado, se cree que se las sabe todas y no sabe nada: muy de tu generación” (la primera vez que le di a leer Rodrigo Fresan). “Este leguleyo escribe para los esnobs, no se le entiende ni jota” (por Cesar Aira) Mi tía, mi Vanna jamás dejó de enseñar, también con sus silencios transmitía cosas cuando fumaba sentada en un escalón del patio de su casa porque –como es sabido- las palabras deforman el sentido secreto de las cosas. Siempre que expresamos algo, nos parece deformado, inconcluso, imperfecto.
Hoy nos miramos casi sin hablarnos, porque ya nos hemos dicho todo. Aun así me sigue enseñando como se trasmite el amor: en silencio. Al fin y al cabo es maestra.