lunes, 4 de octubre de 2010

SOBRINITOS VERSUS NENAS


Hace años que vengo observando la diferencia de conducta entre los varones y las mujeres de nuestra especie: somos distintos, actuamos y pensamos distinto ante los mismos estímulos. Lo hacemos naturalmente y prácticamente sin pensarlo. Debe haber un gen o algo parecido que acentúa la naturaleza agresiva de los varones, mientras que hace lo contrario con las nenas. De ahí –pienso- que toda la industria de los juguetes y videojuegos lancen al mercado una serie de cosas que traten de sacarle tajada a la situación aprovechando este escenario.
Tengo cinco sobrinos con los que soy “ el-tío piola-cómplice-que-no pone límites ”, cuatro de ellos son varones y veo esta actitud en ellos constantemente. La última vez que estuve en San Juan –por ejemplo- entre risas, muecas y carcajadas me mostraron el último juego de moda entre sus compañeritos de escuela: destrozar apuñalando la birome hexaédrica vieja (o nueva) del contrario, dependiendo si esta caía del lado de la marca de la lapicera, del orificio de ventilación u otro. Una suerte de ruleta rusa “inofensiva”. Deben haber jugado horas a esto hasta que no quedó una sola lapicera sana en la casa de mi madre.
Antes de esto habían jugado como sigue:
a) Dos se habían subido al techo de la abuela, bombardeando con pelotitas de paraíso a los otros dos que contestaban sin descanso desde el piso.
b) Habíamos hecho tiro al blanco con honda a botellas (rigurosamente de plástico a pesar de insinuaciones contrarias a favor del vidrio) colocadas en hilera.
c) Habían jugado entre ellos a “100% lucha”, con arroje de almohadones, almohadas y -por supuesto- patadas,y piñas hiperquinèticas de semi-mentira.
d) Descansaron jugando al ajedrez…esto es, la más exquisita sublimación del arte de la guerra y por ende de la agresividad.
Cierto día les comuniqué a mis hermanas –no sin grandilocuencia- que había decidido llevar a los varones al cine: yo solo sin la ayuda de nadie.
Una de ellas me miró casi con compasión y dio una ojeada a mi otra hermana como diciendo “pobre, no sabe lo que está pidiendo pero dejémoslo…”. El paseo fue tan relajante como ponerse en manos de un aficionado para que te opere el globo ocular sin anestesia. Compramos baldes de pochoclo y gaseosa para comer y tomar en el cine. Y mientras que mis sobrinos parecían tener una especie de conexión en el sistema nervioso (entre las manos y la boca) que les impedía dejar de masticar sin darse piñas. Yo en tanto miraba con envidia a una señora que con cuatro tranquilas, prolijas, peinadas e inofensivas nenas que –con sus muñecas en brazo- me miraban como si yo estuviese loco.
-¡No se peguen!- les decía constantemente
-¡No nos estamos pegando! Me contestaban sin dejar de pegarse
-¡¡Sí que se están pegando no soy ciego!!... ¡¡Y dejen ya de chayarse con gaseosa!! Grité descontrolado en la antesala del cine escupiendo pedazos de pochoclo semimasticado ante la mirada atónita de los presentes.
La película les encantó, por supuesto festejaban las escenas donde el Chico Bueno (indistinguible del villano en cuanto a términos metodológicos de lucha se refiere) pulverizaba violentamente y humillaba al malo. A la salida, y en un desborde de ingenuidad, pensé que la película los había calmado. Le mandé un mensaje de texto a mi hermana que era un SOS camuflado de SMS. “Llego en 15” me contestó lacónica. Fueron los minutos más largos de mi vida. Para ese entonces estaban trepados en un gran carro de compras disputándose a empujones el control del mismo. Al instante llegó el personal de seguridad del Hiper en una moto enduro y con una radio por donde transmitía: “Son niños, repito, son solo niños ¿Me copiás? no hay peligro. Están con un adulto que trata de controlarlos”… pedí disculpas, los reté con mi mejor cara de ogro y los hice formar uno al lado del otro contra una pared. Habrán estado quietos 15 o 16 milésimas de segundo cuando empezaron e golpearse nuevamente de a poquito, entre risitas cómplices, casi imperceptiblemente….cuando el caos amenazaba con reinar nuevamente, apareció mi hermana que desde el auto regurgitó una orden seca y perentoria, como si fuera el jefe del grupo “Halcón” reagrupando la tropa. Los enanos le obedecieron sin rechistar. Subieron al auto con la mejor cara de “yo no fui” que se pueda encontrar en el mercado.
-¿Cómo se han portado? Preguntó inquisitorial.
-“Bien”- contesté inercialmente y sin entenderme a mí mismo. En tanto meditaba en aquella frase de La Rochefoucauld: “El corazón tiene razones que la razón no comprende”.