domingo, 21 de marzo de 2010

LUCIANA SALAZAR Y LAS PULSIONES DEL MERCADO


El producto de marketing vulgarmente conocido como Luciana Salazar, sorprendió a los medios hace poco -no por hacer declaraciones en las que intervienen más de tres neuronas en conjunción- sino por el cariz de las mismas. Me explico: si todos la despachábamos por católica, apostólica y romana (o como mínimo cristiana) Luciana se encargó de hacernos saber que hasta hoy hemos vivido a la sombra de un craso error: Luly es judía.
Resulta que junto a su abuela - repasando inusuales fotos donde se la ve vestida y plana de pecho- la rubia nos cuenta descubrió una bisabuela de apellido Kaufmann, y un bisabuelo no menos semita llamado Germain Waisman.Y entonces Luly parece haber entrado en una planeada crisis –sino espiritual- al menos de identidad, de mercadeo o ambas (donde hasta parece querer festejar el próximo año nuevo judío). Si yo en este preciso instante fuera el rabino Mario Rojzman me ofrecería a darle un curso gratis de “Introducción al pensamiento Judío” -por ejemplo- o “Introducción a las religiones comparadas” o “introducción” a lo que fuere. Como un acto de servicio desinteresado a la comunidad y previendo futuras declaraciones de la blonda a los medios.
Pero ese no es el punto, cada uno es dueño de hacer, profesar y convertirse en la religión que desee. El caso es que el comportamiento de la inflada rubia me induce dos reflexiones, la primera: Luciana es tautológica. El cuerpo de Luciana lo es. Toda ella. La tautología según el diccionario es “la repetición de una misma idea o pensamiento en formas diferentes, que no añade nada al conocimiento y lo único que expresa es una identidad vacía. Es decir, una tautología no aporta ninguna información. No dice nada. Es una explicación o definición aparente que emplea términos diferentes para decir lo mismo”. Lejos de ser “ideas” y muy cerca de ser “cuerpos”, si uno observa las primeras, segundas y terceras líneas de las mal llamadas vedettes -y demás fauna felina del medio televisivo- todas, cirugía mediante, parecen salidas del mismo molde: mismos senos, mismos glúteos, mismos tipos de labios, mismos pelos (mismo color), misma cintura, mismos ojos, mismos pómulos, mismos tamaños, tipos y medidas. Todas –silicona y botox mediante- se parecen entre sí. Todas se asemejan a Barbie: el ideal norteamericano de mujer hecho muñeca. Son hijas de una cultura clónica que se repite a sí misma en variaciones que nada añaden. Luly es más de lo mismo. Una rubia más. En ese sentido (y aquí viene la segunda reflexión) ya se mostró como se muestran todas; en todas las variaciones nudistas posibles: entera y despostada. Ya su ego taló a todo famoso y famosísimo que deambuló cerca de sus sobrevaluadas prótesis. Ya jugó con la ambigüedad sexual para captar nuevos nichos de mercado. Ya actuó (¡que osadía la mía escribir eso!) en cine, en TV y en comedias musicales de la calle Corrientes ¿Y ahora que? Bueno, la respuesta nos viene del marketing, del estudio del ciclo de vida de los productos, del cual (lo dije arriba) Luly es uno más de la panoplia. Dicho ciclo se asemeja mucho al ciclo ecológico de los seres: nacer, crecer, reproducirse y morir. Introducción, crecimiento, madurez, estancamiento, declive y retiro del mercado. Antes de que un producto exitoso entre en declive, se lo relanza: con una nueva política de mercadeo, con una nueva imagen, apuntando a nuevos segmentos. La movida es tan obvia que raya en lo burdo. Luciana ahora decide reinventarse como cantante, cambia de nombre (Luly pop) laza un disco y descubre sus raíces semitas. Pobre Luly ni siquiera en eso es original, lo que la mayoría de la gente no sabe que Hollywood es quien marca la tendencia “Idish”. Como dice Walter Duer en su libro “Manual del buen judío”: si Madonna (cuyo nombre remite a la forma en que los italianos nombran a la Virgen Marìa) se transforma en Ester y comienza a dedicarse a estudiar la kabbalah, no hay ninguna vuelta: significa que el judaísmo se ha puesto de moda. Es que la diva de la música ha probado cuanta creencia monoteísta, politeísta, pagana o atea existe sobre la faz del planeta y es una suerte de termómetro que nos indica a cual hay que convertirse en cada momento. Y la conversión en masa hacia el judaísmo de cientos fe figuras hollywoodenses confirma esta situación. Pero a no asombrarse: hace años también probaron con el budismo y en la actualidad lo judío compite con la ciensiología. Es una cuestión “trendy” no de fe ni de creencias de peso.
Pero si solo es una cuestión de moda o de tendencias, estaría bueno leer que Luciana Salazar hizo un par de adopciones multirraciales cambiándoles el futuro a unos chicos. O que hiciera campañas en defensa de los derechos de los animales, sobre el cambio climático o sobre la ecología. Aunque nada original, eso al menos empezaría a ser una noticia.



Fuente: Walter Duer, “Manual del Buen Judìo” Editorial Sudamenricana 2007 pag 7

martes, 2 de marzo de 2010

TODOS SOMOS FORT


Escribir sobre Fort me molesta. Primero porque sé que es como escribir sobre la nada a sabiendas de ello (¿Quién hablará de Ricardo dentro de cien años?). Segundo, porque soy conciente que al escribir sobre él he caído en la trampa, en la estrategia del millonario. Por exceso o por defecto el hipertrofiado ego de Fort quiere que hablen de él, quiere estar presente, en primera línea. No importa como.
Tercero: me siento en cierta medida tributario de la fortuna de los Fort: cuando era niño gasté lo que no tenía en comprar las sucesivas –y geniales- colecciones de muñequitos que venían en los chocolatines Jack, ergo, me considero harina que los Fort utilizaron para amasar su gran fortuna. Yo -indirecta y lejanamente- he contribuido a solventar su extravagante estilo de vida.
¿Es de verdad o de mentira la cara de Fort; su improbable quijada; el físico de Fort; la/s novia/s de Fort; la sexualidad de Fort; los hijos de Fort; el ejército de efebos musculosos que le “guardan las espaldas”?
¿Es de verdad o de mentira lo que se ve en sus “realitys shows?
¿Es verdad o es mentira lo que nos cuenta Ricardo de si mismo? La verdad es que no importa. Por un lado esa máquina de procesar carne llamada “programas de chimentos” ha capitalizado y agradecido el “fenómeno Fort”, ya que ha llenado y dado letra a un (ya empobrecido) espacio digno del Nóbel a la descerebración colectiva.
Por otro, de un tiempo a esta parte la psicología insiste en que apenas podemos vivir sin mentir, en que el hombre es un animal que miente, es más, la vida en sociedad suele exigir esa dosis de mentira que llamamos educación y Ricardito no es la excepción ala regla. En ese sentido se parece a don Quijote o a Madame Bovary, otros dos grandes mentirosos, o egos desequilibrados que como Fort, no se conformaron con la grisura de una vida real y se inventaron una heroica vida ficticia (¿Hace falta aclarar que en medio del lujo ostensivo, se puede perfectamente vivir en la grisura?). Solo que en vez combatir molinos de viento, o de entregarse a pasiones que llevan directo a la muerte, el “heroísmo” de Fort consiste en la propia infatuación del poder de consumo: Mansiones, viajes, aviones privados, Rolls, Rolex de oro, jugar a ser cantante etc, etc etc
Està claro que Fort no es Don Quijote o Madame Bovary. Dicho en esos términos, el hecho que gran parte de la audiencia lo admire, lo legitime y desee emularlo. Que gran parte de la gente vea al consumo como un hecho que “realiza”, como un valor en sí mismo, habla de un abrumador cambio en nuestros “usos y costumbres”… en el mejor de los casos.
De admirar valores éticos como el auto sacrificio, la renuncia etc. Etc.; hemos pasado hacia la admiración de lo estético con una gran dosis de hedonismo (fórmula magistral para la caída de tantos imperios a lo largo de la historia), así –creo- hemos construido un mundo incapaz de dejar de pensar en la pelusa de su ombligo (¿O incapaz de pensar?), aburrido de su propio entretenimiento, consumido por las compras y acelerado hasta la náusea. Reina una suerte de idolatría visual que alimenta una cultura epidérmica y narcisista. En la que sólo cuenta lo que se ve, en la que el mundo del espíritu se devalúa día a día a una velocidad despreocupada. Es curioso comprobar como la raíz griega de “narciso” es “narkosis”, que significa adormecido, embriagado. En el mito griego, Narciso es un enamorado de sí mismo, de la belleza de su cuerpo, de la propia imagen refleja en el agua. Como la planta soporífera que le da nombre, el narcisismo nubla la conciencia, y esta cultura (de la que Fort es solo un patético emergente) es decididamente autocomplaciente. Vivimos una cultura ególatra y “voyeur”, que se embriaga voluntariamente con la contemplación de imágenes como un fin en si mismo. Sin mayor porvenir.
Pero eso es harina de otro costal.
Más allá que Ricardo nos haga constantemente recordar que siempre hay alguien que hace más cosas, que es más deportista, que disfruta más o que triunfa mas joven. Creo que hay algo en la vida de Fort, como en la del Quijote, o de Emma Bovary, que nos atañe profundamente a todos: todos representamos un papel; todos ocultamos algo; todos -en alguna parte- somos quienes no somos, en ese sentido todos -de algún modo- somos Ricardo Fort... Por eso nos interesa tanto.


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