domingo, 16 de agosto de 2009

EL SANTO DE LA ESPADA




Cualquier prócer de la historia argentina puede ser cuestionado, debatido, sometido a polémica, excepto San Martín. Con San Martín no se jode. Increpar la figura del General es como “traición a la patria”, no está permitido. En la escuela, sobre todo las maestras, nos hicieron crecer con la idea que el Libertador era un semidiós. La historia que nos transmiten es linda como una fábula. Bella y hasta cierto punto naif, pero nadie se la cree: Entonces: ¿Quién fue de verdad el General San Martín? Y sobre todo ¿Cuáles fueron sus motivaciones más íntimas?
Su hermano masón, Bartolomé Mitre, nos cuenta que nació en Yapeyu, en 1778; y que fue hijo de un capitán español Juan de San Martín y su esposa Gregoria Matorras, ambos de Palencia. Cuando el pequeño José tenía cinco años la familia vuelve a España. Ahí cursa sus estudios primarios en el Seminario de Nobles de Madrid. Cuando el prócer tenía solo once años, su padre lo interna como cadete en el regimiento de Murcia, donde crece y se forma en la atroz disciplina del ejército profesional español. En 1791 sabemos que combate en África. Que guerrea sin tregua y con valor inusitado durante treinta y tres días al frente de su compañía. Tenía solo trece años. Durante los próximos cuatro lustros no conocerá otra vida familiar que la de los cuarteles. Ni una palabra de más, ni una imprudencia, ni una indisciplina, ni la sombra de una insubordinación, ni un desliz, ni un amor, ni una pasión que se sepa o haya quedado registrada en la historia. Todo es impecable, austero, marcial y disciplinado en la vida de este joven hombre.
Cuando lo condecoran en 1808 y 1811 por las batallas de Bailén y Albuera está convertido en un teniente coronel de solo treinta y tres años: curtido, callado, profesional, conocedor como pocos del arte de la guerra en el viejo mundo. Ha combatido contra moros, ingleses, franceses y portugueses. Las ha pasado todas: batallas navales, sitios, disturbios, motines, ajusticiamientos, ofensivas a campo abierto y demás. De todo. Siempre al servicio de España.
Criado en el ejército, educado en Madrid, hijo de españoles, valiente y adusto pareciera que está en ventaja respecto de sus pares para ascender como ninguno dentro del ejército, pero esto no sucede…
Sabemos que 1812 se embarca hacia la Argentina para ponerse a disposición del gobierno democrático aún en formación. Permanece en el país solo diez años. Dirigirá brillantemente toda la guerra revolucionaria de liberación contra España, esto es, contra todo el universo al que había pertenecido durante su vida. Esta guerra no solo lo consagraría como exitoso revolucionario, como brillante estratega, como incansable organizador. Sino que el conflicto lo llevará hasta Perú, donde el 26 de julio de 1822, en la ciudad de Guayaquil se entrevista con otro hermano masón suyo: Simón Bolívar. Nadie sabe que se dijeron en esa reunión, y por esto la misma está envuelta de misterio. Lo cierto es que después de ella renuncia a su cargo de Protector del Perú (poco menos que un Virrey) y ese mismo año -a la muerte de su mujer- elige volver a Europa, para educar a Merceditas, su única hija donde permanecerá los siguientes 28 años. Mi profesora de historia de tercer año nos decía, que San Martín se retira de la escena porque “detestaba las luchas entre hermanos”. Pero vemos que el libertador no había hecho otra cosa que luchar – y de manera sangrienta – contra sus hermanos españoles desde hacía diez años (contra papá, contra mamá, contra el Seminario de Nobles de Madrid y contra todo el universo militar que lo había visto crecer). Por lo tanto esa no podría ser la motivación. ¿O se refería quizá la profe al episodio de 1820 en que gobierno de Buenos Aires le pide volver desde Perú para aplastar la anarquía que empezaba a reinar en la Argentina y el contesta: “Jamás derramaré sangre de mis compatriotas, solo desenvainaré la espada contra los enemigos de la independencia de América”? Pensemos un instante ¿Qué otra cosa se disponía hacer en el Perú sino desenvainar la espada contra compatriotas donde lo esperaba “otra guerra civil”?.. el curtido soldado –al que jamás le temblaba el pulso- solo combatía contra rivales “ideológicos”. Ese es otro cantar. Cuando en 1829 rompe el exilio voluntario y vuelve a Buenos Aires, los mensajeros de Lavalle le dan desconfianza, huele conspiraciones en el aire y decide no desembarcar. Rechaza el pedido de hacerse cargo del gobierno y vuelve a Francia para siempre. Desconcertante actitud. Dotado para el mando y la organización; preparado y honesto, parece ser que hay cosas que lo asquean o lo espantan: la pleitesía y las intrigas palaciegas de poca monta. Huye de ambas.
No me puedo olvidar una vez que Maradona -con su peculiar estilo- dijo que para él “El Ché” había sido más grande que San Martín ¡Y me banco lo que digo! Agregó haciéndose con pulgar e índice una seña en la barbilla… ¡Error Diegote! Hay paralelismos asombrosos ente ambas biografías.
Los dos fueron educados en la clase alta con principios que luego rechazaron
Los dos se enamoraron de grandes utopías: Guevara de la socialista, San Martín de la Revolución Francesa y la democracia.
Ambos eligieron un país para aplicar sus ideales: uno Cuba, el otro Sudamérica
¿Cuál fue la patria de Ernesto Guevara? ¿Argentina, Cuba o Bolivia por la que dio la vida?
¿Cuál fue la patria de San Martín? ¿La Argentina que le vio nacer y a la que liberó? ¿España que lo educó y lo vio crecer? ¿Francia, la que eligió para morir?...
Ama a su patria pero decide irse lejos. A la hora de elegir un lugar donde estar en paz, un lugar donde ser feliz y educar a su pequeña no elige la Argentina. Pelea por el poder, pero una y otra vez siente el impulso de “renunciar a todo” y alejarse. En esos momentos -de carne y hueso- da la sensación de no saber cuál es su nación, ni siquiera quién es el mismo. Es en esos momentos de titubeo es donde el general me gusta más, porque entreveo su duda, su humanidad. Es en esos momentos de enormes contradicciones donde lo siento – total e inevitablemente- el padre cabal de todos los argentinos.