miércoles, 1 de julio de 2009

GUERRILLA: LA PASIÓN DEL “CHE” SEGÚN SODEMBERG


Cuando un ideal es defendido con la vida este toma la forma de aquello que lo defendió. Adquiere sus rasgos, perdura en el tiempo con su semblante. Reverbera en los años con su nombre. Las leyendas se nutren de eso. Los antiguos griegos lo sabían perfectamente: belleza, heroísmo y desaparición temprana; eran los condimentos con los que se conjuraba un héroe. Para la historia, para el mito o para ambos.
El Che es esa polisémica figura con la que la rebeldía tomó un cuerpo de hombre y lo hizo icono de un siglo sangriento, complejo y contradictorio. Es más, no se puede comprender ni concebir el oscuro siglo XX sin el paso de este argentino por sus años. Porque el Che es uno de los varios misterios que cohabitaron en el cuerpo de Ernesto Guevara: El frágil hijo de una familia tradicional, el joven bohemio, el universitario mediocre, el médico, el militante, el guerrillero, el escritor, el comandante, el ministro, el intelectual, el padre, el marido, el “homicida” (para sus detractores), el mito.
Cual agnóstica deidad de varios rostros, en una sola lectura para la vida del Che, Guevara resulta siempre insuficiente y viceversa. El concepto de misterio es connatural a su existencia ya que de él no se entienden varias cosas. En general lo que hizo y por qué lo hizo.
En particular:
-No se entiende como el niño bien de una familia acomodada abrace la causa de los desprotegidos y explotados muriendo por ellos.
-No se entiende como el mediocre estudiante de medicina se transforma en un intelectual brillante.
-No se entiende la metamorfosis del bohemio inofensivo en guerrillero letal.
- El paso del asmático crónico al tipo que (fumando pipas y habanos) trasciende sus límites físicos.
-No se entiende (o sí) como es que habiendo llegado al la cúspide del poder deje todo (incluidos mujer y cinco hijos) para ir a morir en la ignota localidad de La Higuera.
Pero por sobre todo –y ya en Bolivia- no se entiende porqué comete errores fatales. Por qué se contradice a sí mismo al no actuar (o actuar puntualmente al contrario) de como el mismo aconsejara en su “Manual de guerra de Guerrillas”. ¿Tozudez? ¿Auto boicot? ¿Sabía que nadie le hace sombra a los Castro y que si volvía a Cuba su suerte iba a ser –quizá- la de Camilo Cienfuegos? Bueno, estos misterios no son develados por Sodemberg en su film, que opta por una precisión estética indiscutible (como solo un hijo de Hollywood sabe lograr) perfecta en las formas pero sin la pretensión de llegar a una verdad sobre el complejo Guevara. Está bien, no es obligación del cine hacerlo, ni la de ningún arte, pero uno espera que se juegue por una alternativa…aunque sea contraria. Sodemberg en vez fotocopia con precisión “El Diario de Bolivia” y lo lleva a la pantalla, sostenido por la actuación impecable de Benicio Del Toro que sí se sumerge en el personaje. Y si bien –tal y como dijera Perón- “esto de la guerrilla es más viejo que mear en los portones”, la incógnita del guerrillero más reconocido queda. A pesar de Sodemberg.