domingo, 18 de enero de 2009

PAZ Y ECONOMIA


Es curioso comprobar que la raíz griega de narciso es narcosis que significa adormecido, embriagado, tal como advirtiera Marshall McLuhan, el setentónico visionario y padre del término “aldea global”. En la mitología griega Narciso, está enamorado de sí mismo, de su cuerpo, de su rostro, de la belleza de su propia imagen. Como la planta adormidera de la cual recibe el nombre, el narcisismo nubla la conciencia, anestesia, adormece, crea –en términos baudelerianos- un “paraíso artificial”. Se puede afirmar que nuestra cultura es indiscutiblemente narcisista y audiovisual. Estamos enamorados de las imágenes que proyectan miles de millones de pantallas en todo el planeta y así se favorece la creación de un sueño embriagador que paraliza el pensamiento y anestesia el alma con su seducción mediática.
Esta idolatría visual tiene nuevos tótems ante los que se inclinan los devotos de una cultura epidérmica –eufemismo de superficial- en la que solo importa lo que se ve, en la que el conocimiento de sí mismo se devalúa como un cáncer al que es conveniente extirpar. Las imágenes de nuestra imaginación vienen sustituidas por aquellas manufacturadas pertenecientes a la industria audiovisual, cuya prosaica intención nunca ha sido otra que la de vender. La de hacernos consumir.
¿Cómo se hace para hacer convivir este ideal publicitario con la evidencia de la pobreza y la miseria, con el sufrimiento de millones?. Obvio, a nadie le interesa hacernos recordar lo mal que vive la mayor parte de la humanidad, si lo que quieren es que compremos el último modelo de auto con air-bag y “gato” incorporado. Y ahí estamos: ensoñando con el susurro de la promesa de un mundo post-producido. A la vuelta de la esquina las peores tragedias suceden transmitidas en directo ante unos espectadores que son incapaces de procesar lo que ven. No importa la cifra de muertos de la que se hable, la cara de los niños bombardeados o muertos de hambre, aquellos mensajes que reclaman nuestra atención se convierten en noticias que ya no escuchamos, imágenes que ya no vemos, porque sus portadores son hombres y mujeres a los que nuestra atención ha hecho invisibles.
Despreciamos el dolor del no-semejante sobrevaluando el propio, sentimiento que por natural, no deja de ser irracional, injusto y cruel. Hay mil millones de personas que en el mundo viven en condiciones de miseria absoluta. Mientras el primer mundo se empeña en realizar un colosal ejercicio de amnesia selectiva y colectiva, de mirar hacia otro lado para poder disfrutar de la frivolidad que nos propone esta cultura de la opulencia. Es este mismo mundo el que le concede el premio Nóbel de la Paz a un economista, a un humilde doctor en economía de Bangla Desh, Mohamed Yunus: “El banquero de los pobres”. Si bien hacía varios años que sonaba para el Nóbel de economía, Yunus no ha enunciado ninguna teoría fastuosa, ninguna modelística economètrica llena de pirotecnia pueblan lo manuscritos del ex profesor de Economía y Problemas de Desarrollo por la Universidad India de Chittagong. Nos ha sorprendido simplemente con la banalidad del bien. El Grameen Bank, la intitución que fundara, durante treinta años ha prestado sumas irrisorias de dinero a gente por la que los grandes bancos y centros de poder no daban un céntimo. Yunus, con literales “libretas de carnicero” prestaba su dinero fundamentalmente a mujeres, en una latitud del mundo donde –dicho sea de paso- el famoso machismo latino (o nipón) sería un juego de niños. Lo hacía a condición que un grupo de cinco personas se comprometiera en forma colectiva a rembolsar el dinero. Algo sorprendente: el 98% de los prestamos del banco de los pobres son devueltos. “No podrá alcanzarse una paz duradera hasta que una gran parte de la población mundial encuentre manera de salir de la pobreza. Los micricrèditos constituyen una de las formas de conseguirlo. El desarrollo desde abajo sirve además para que la democracia y los derechos humanos ganen posiciones”, señala el jurado en la página de Internet de los galardones. Yunus –incorregible- ya ha anunciado que destinará los diez millones de coronas suecas (1,1 millones de euros) a financiar nuevas iniciativas para los pobres, como la de las 28.000 becas al 50%, que piensa repartir su fundación este año a niños y niñas de su país. O la construcción de un hospital de oftalmología....
No caben dudas, la paz no es sustentable si no descansa sobre un colchón de estómagos llenos y un mínima vida digna. Si no se cruza la barrera (utopía para gran parte de la humanidad) de las dos comidas diarias. Shapó para el doctor Mohamed Yunus! Ahora bièn, me queda una maliciosa duda:
¿No es que el primer mundo ha intuido que la cantidad potencial de individuos dispuestos a hacerse saltar en el aire en cualquier parte del mundo (e invocando cualquier ideología) es directamente proporcional a la cantidad de estómagos vacíos en el planeta?.

miércoles, 14 de enero de 2009

ANOREXIA, BULIMIA OTRAS YERBAS POSMODERNAS


En una època de exceso y sobrealimentación primermundista. En una època donde los recursos se malgastan y los productos se desperdician, abochorna contrastar las afecciones alimentarias del primer mundo (o de los sectores màs pudientes del tercero) frente a los 100.000 muertos anuales que se cobra el hambre en estado puro. O los ochocientos millones de humanos que a diario lo padecen. Occidente sobre todo se descuelga en este campo con trastornos alimentarios producto, entre otras cosas, del exceso y rechazo que generan los alimentos que abarrotan sus supermercados. La anorexia es la patología moderna que màs rápidamente se extiende después del sida ( con un índice de crecimiento de un 15 por ciento anual) y una media de fallecimientos en constante aumento.
El problema de la anorexia, la bulimia y los trastornos alimentarios modernos no deja de ser espeluznante , quizà no tanto por el nùmero de víctimas mortales que provoca, sino por el tipo de sufrimiento en apariencia tan gratuito, causado por un asunto tàn epidérmico y banal como la imagen.
Golpea a un sector específico de la población compuesto mayoritariamente por “pibas modelo”. Su perfil psicológico: perfeccionistas, buenas estu­diantes, con un nivel intelectual alto y con tendencia a evitar conflictos, con una excesiva preocupación por la opinión que los demás tienen de ellas y un gran poder de autocontrol.
Cuando nos adentramos en las consecuencias físicas de esta enfermedad, la cuestión adquiere una dimensión aún más te­rrible. Además de los síntomas evidentes de delgadez extrema y debilidad, la anorexia provoca entre sus pacientes corazones pequeños: niñas de diecisiete años con corazones del tamaño de una de siete; niñas menopáusicas; la amenorrea (pérdida de la menstruación) es uno de los síntomas que sirven para el diagnóstico de la anorexia nerviosa; y entre otras consecuencias, pérdida de densidad ósea, no recuperable ni con un año de tratamiento con estrógenos.
A los dramas contemporáneos a los que nos han acostum­brado la anorexia y la bulimia se suman otros desórdenes de última hora. Se habla de un posible nuevo trastorno alimenta­rio, la ortorexia, que fomenta la ilusión de la salud total a tra­vés de la obsesión patológica por la comida sana. Mientras la anorexia nerviosa y la bulimia giran en torno a la cantidad de comida, el nuevo eje de trastorno es la calidad. La obsesión por la comida sana lleva a los que la padecen a rastrear las eti­quetas de los envases en busca de trazas de conservantes, a defender a muerte los productos orgánicos, por encima de la paz mundial, y a preferir retirarse de la vida social antes que renunciar a las estrictas leyes que les impone la religión de la dieta correcta. Se trata de un estado obsesivo caracteri­zado por la transferencia de los principales valores de la vida hacia el acto de comer, lo que hace que los afectados tengan «un menú en vez de una vida».
Una variante extrema de este tipo de afecciones es la vigorexia, la obsesión por la musculación, una patología que tam­bién distorsiona la imagen corporal y que se caracteriza por el aumento exagerado de masa muscular. La vigorexia, más que un hábito alimenticio, es, de nuevo, una especie de filosofía vital que mantiene a sus feligreses encerrados en los gimnasios durante horas, motorizados por un combustible fabricado con batidos de proteínas, anabolizantes y esteroides. La vigo­rexia es un trastorno estudiado por el psiquiatra estadouni­dense Harrison G. Pope, de la Facultad de Medicina de Har­vard. Sus síntomas son evidentes: los que la padecen tienen tal obsesión por verse musculosos que se miran constantemente en el espejo y se ven enclenques. Sentirse de este modo les hace invertir todas las horas posibles en hacer gimnasia para aumen­tar su musculatura. Se pesan varias veces al día y hacen compa­raciones con otros compañeros de gimnasio. La enfermedad va derivando en un cuadro obsesivo compulsivo que hace que se sientan fracasados, abandonen sus actividades y se encierren en gimnasios día y noche. Aunque a la vigorexia se le denomina “la anorexia de los noventa”, es un trastorno mental diferente, no es estrictamen­te alimentario, pero sí comparte la patología de la preocupa­ción obsesiva por la figura y una distorsión del esquema cor­poral.
Para prevenir estos trastornos, parece imprescindible que desde los medios de comunicación se propongan modelos humanos no estereo­tipados y que se nos enseñe desde la infancia a defendemos del culto excesivo al cuerpo y la obsesión por la perfección. Antes de mantener una relación tan estrecha con las pantallas y los medios impresos, la visión de la belleza humana se debía de reducir a escasos encuentros fortuitos con ella. Un cuerpo glorioso o un rostro fascinante salían a nuestro encuentro rara vez en la vida. Su visión se debía de considerar una expe­riencia gozosa y afortunada. La perfección del cuerpo se recogía en las expresiones artísticas de escultores y pintores que vinculaban su belleza con la espiritualidad religiosa de las di­vinidades, con la veneración a los mitos o con el sentimiento elevado de la trascendencia del arte. Ahora no; ahora, el asal­to permanente de superatletas y supermodelos nos recuerda que quien no comparte los cánones inalcanzables del festival de la carne perfecta tiene todo el derecho del mundo a sentir­se frustrado.

SOBRINITOS VERSUS NENAS







Hace años que vengo observando la diferencia de conducta entre los varones y las mujeres de nuestra especie: somos distintos, actuamos y pensamos distinto ante los mismos estímulos. Lo hacemos naturalmente y prácticamente sin pensarlo. Debe haber un gen o algo parecido que acentúa la naturaleza agresiva de los varones, mientras que hace lo contrario con las nenas. De ahí –pienso- que toda la industria de los juguetes y videojuegos lancen al mercado una serie de cosas que traten de sacarle tajada a la situación aprovechando este escenario.
Tengo cinco sobrinos con los que soy “ el-tío piola-cómplice-que-no pone límites ”, cuatro de ellos son varones y veo esta actitud en ellos constantemente. La última vez que estuve en San Juan –por ejemplo- entre risas, muecas y carcajadas me mostraron el último juego de moda entre sus compañeritos de escuela: destrozar apuñalando la birome hexaédrica vieja (o nueva) del contrario, dependiendo si esta caía del lado de la marca de la lapicera, del orificio de ventilación u otro. Una suerte de ruleta rusa “inofensiva”. Deben haber jugado horas a esto hasta que no quedó una sola lapicera sana en la casa de mi madre.
Antes de esto habían jugado como sigue:
a) Dos se habían subido al techo de la abuela, bombardeando con pelotitas de paraíso a los otros dos que contestaban sin descanso desde el piso.
b) Habíamos hecho tiro al blanco con honda a botellas (rigurosamente de plástico a pesar de insinuaciones contrarias a favor del vidrio) colocadas en hilera.
c) Habían jugado entre ellos a “100% lucha”, con arroje de almohadones, almohadas y -por supuesto- patadas,y piñas hiperquinèticas de semi-mentira.
d) Descansaron jugando al ajedrez…esto es, la más exquisita sublimación del arte de la guerra y por ende de la agresividad.
Cierto día les comuniqué a mis hermanas –no sin grandilocuencia- que había decidido llevar a los varones al cine: yo solo sin la ayuda de nadie.
Una de ellas me miró casi con compasión y dio una ojeada a mi otra hermana como diciendo “pobre, no sabe lo que está pidiendo pero dejémoslo…”. El paseo fue tan relajante como ponerse en manos de un aficionado para que te opere el globo ocular sin anestesia. Compramos baldes de pochoclo y gaseosa para comer y tomar en el cine. Y mientras que mis sobrinos parecían tener una especie de conexión en el sistema nervioso (entre las manos y la boca) que les impedía dejar de masticar sin darse piñas. Yo en tanto miraba con envidia a una señora que con cuatro tranquilas, prolijas, peinadas e inofensivas nenas que –con sus muñecas en brazo- me miraban como si yo estuviese loco.
-¡No se peguen!- les decía constantemente
-¡No nos estamos pegando! Me contestaban sin dejar de pegarse
-¡¡Sí que se están pegando no soy ciego!!... ¡¡Y dejen ya de chayarse con gaseosa!! Grité descontrolado en la antesala del cine escupiendo pedazos de pochoclo semimasticado ante la mirada atónita de los presentes.
La película les encantó, por supuesto festejaban las escenas donde el Chico Bueno (indistinguible del villano en cuanto a términos metodológicos de lucha se refiere) pulverizaba violentamente y humillaba al malo. A la salida, y en un desborde de ingenuidad, pensé que la película los había calmado. Le mandé un mensaje de texto a mi hermana que era un SOS camuflado de SMS. “Llego en 15” me contestó lacónica. Fueron los minutos más largos de mi vida. Para ese entonces estaban trepados en un gran carro de compras disputándose a empujones el control del mismo. Al instante llegó el personal de seguridad del Hiper en una moto enduro y con una radio por donde transmitía: “Son niños, repito, son solo niños ¿Me copiás? no hay peligro. Están con un adulto que trata de controlarlos”… pedí disculpas, los reté con mi mejor cara de ogro y los hice formar uno al lado del otro contra una pared. Habrán estado quietos 15 o 16 milésimas de segundo cuando empezaron e golpearse nuevamente de a poquito, entre risitas cómplices, casi imperceptiblemente….cuando el caos amenazaba con reinar nuevamente, apareció mi hermana que desde el auto regurgitó una orden seca y perentoria, como si fuera el jefe del grupo “Halcón” reagrupando la tropa. Los enanos le obedecieron sin rechistar. Subieron al auto con la mejor cara de “yo no fui” que se pueda encontrar en el mercado.
-¿Cómo se han portado? Preguntó inquisitorial.
-“Bien”- contesté inercialmente y sin entenderme a mí mismo. En tanto meditaba en aquella frase de La Rochefoucauld: “El corazón tiene razones que la razón no comprende”.

FARMACOPEA


No es casual que el consumo de psicofármacos comenzara en el siglo XIX, con el advenimiento definitivo de la llamada Revolución Industrial y cuando los cambios en los estilos de vida humanos se encaminaban hacia un ritmo de vida urbano en constante aceleración y con miras a no detenerse nunca: el patrón del ritmo de vida actual.
Es en ese contexto (mientras se sucedían revoluciones, contrarrevoluciones, guerras y restauraciones políticas) es que prosigue implacable la transformación tecnológica del mundo y que las drogas con influencia sobre el ánimo d las personas cobran espectacular importancia.
El campo estaba preparado para la irrupción de los psicofármacos, no tanto como artículos de lujo, sino como implementos necesarios para hacer frente a un cambio radical y definitivo de vida. Un cambio, dicho sea de paso, delante del cual hay que estar muy cuerdo y sentirse muy respaldado en la vida, para no desmoronarse y sentirse arrastrado por la vorágine de cosas que implica.
En su “Historia General de las Drogas [1]” Antonio Escohotado dice -sobre la popularización de los lenitivos psíquicos- que “bien por influencia de condiciones sociales desfavorables o por efectos congénitos, el médico podía mitigar con la farmacopea un cuanto básico de desasosiego o apatía, prefiriendo desde luego tener un paciente dependiente de un fármaco que un sujeto desesperado o inútil. Esta orientación fue puesta en práctica por la medicina occidental desde el siglo XVII y por la pagana durante milenios”.
Es evidente que esta “presunción farmacológica” rige nuestros días, habiendo favorecido y democratizado esa tendencia la poderosísima industria farmacéutica mundial. Prácticamente todo el mundo occidental tiene acceso a una píldora que le calme el estrés, la ingente o consumada tendencia depresiva, o esa angustia vital que tan oportunamente nos aborda en el momento menos oportuno. Parecería siempre mas sensato y más eficaz bucear, profundizar en las causas del problema, buscar el origen, la raíz del mismo, (algo a lo que los Argentinos somos proclives ya que somos una de las sociedades màs psicoanalizadas del mundo) . Pero no, no hay tiempo en virtud del vertiginoso ritmo de vida antes aludido. Entonces lo más frecuente es anestesiar los síntomas a golpe de pastilla. No queremos enfrentar nuestros fantasmas, preferimos doparlos, aunque en el proceso se diluya parte de aquello que comúnmente suele llamarse personalidad... además,¿ Quién sería capaz de negarle una pastilla a un alma sufriente? Además, cuentan con todo el respaldo de la industria farmacéutica y sus panegiristas.
Por eso en este mundo posmoderno, cada vez mas desarrollado y mas vertiginoso, somos cada vez mas concientes de nuestras propias miserias. El dolor psíquico no solo no desciende sino que crece con la misma velocidad que la complejidad social en la que nos movemos. Actualmente, el numero de personas que acude al médico para tratar la ansiedad supera en creces el numero de pacientes que lo hace por una gripe o una gastroenteritis.
Ya en el X congreso mundial de psiquiatría celebrado en Madrid en 1996 se predecía que el siglo XXI sería el siglo de las depresiones. Trescientos cuarenta millones de personas sufren de depresión en el mundo, la tendencia sigue en alza y parece no detenerse.
La OMS vaticina que en el año 2020 esta será la patología que provocará más años perdidos de vida saludable para la población occidental que cualquier otra epidemia conocida. La escritora española Lucía Etxebarria nos propone una explicación que resulta bastante convincente, sino plausible: “ A veces me pregunto si no somos tan vulnerables a los cuadros de depresión porque vivimos en un sistema que nos conmina a tenerlo todo ( belleza física, éxito social, vida sexual intensa, lujos y comodidades), amén de matarnos a trabajar para conseguirlo. No estamos acostumbrados a la resignación, a aceptar la frustración como parte inapelable de la existencia, y damos por hecho que todas nuestras aspiraciones deben ser legitimadas y todos nuestros deseos satisfechos”.[2] Parece fácil sintonizar con este diagnóstico que nos anima a frenar con el sentimiento de omnipotencia y aprender a convivir con nuestras frustraciones y deseos insatisfechos. Pero en un ambiente que nos espolea a cada segundo a seguir el ideal publicitario, no es tan sencill­o. Por otro lado-y hay que decirlo- ¿Quién no prefiere los neurolépticos a la camisa de fuerza, los antidepresivos al electroshock, los ansiolíticos al internamiento? Eso es lo que me dijeron mis amigos europeos al decirles yo que estaba escribiendo el presente artículo, ¿Dónde está el mal si vimos mejor? Afirmaron. El dolor manda. El horror manda. La vida duele y cada uno resiste como puede. ¿Es culpa nuestra –agregaron- si ya no tenemos fe a pesar de tenerlo “todo”?. Final de tango.
[1] Antonio Eschohotado, Historia General de Las Drogas, Esparse, Madrid 2000, pag 420.
[2] Luccía Etxebarria, La Eva futura. Destino, Barcelona, 2000 pag. 132.

AQUELLO DEL CASORIO


La generaciones de antes se casaban para siempre. Mis padres y abuelos dieron un “si” con aspiraciones de eternidad. Ni se les pasaba por la cabeza aquello de separarse, por ese entonces era inconcebible. Es cierto que también debido a ello, buena parte de estas generaciones pasaron literalmente su vida en el amargo “Lecho de Procusto” (bandido mitológico que tras asaltar a los viajeros los recostaba en lechos de distinto tamaño. Para adaptarlos, a los altos les cortaba los pies y a los bajos los estiraba con crueldad y violencia). Pero la generación actual, digna hija de la sociedad de consumo -se me ocurre- al contrario que las anteriores parece tener camas descartables. Se casan y descasan con una facilidad vertiginosa. Conviven primero y luego se separan cuando se casan, o sea, se casan para poder separarse. A estos pibes (27 a 35) yo tiendo a observarlos con los ojos de un entomólogo: saben ser más libres que las generaciones anteriores ,y muchos de ellos son “monógamos seriales” convencidos , esto es, individuos que son absolutamente fieles a una colección indefinida de mujeres fungibles a lo largo de sus vidas. Piden lo que quieren y exigen lo que se merecen y si no lo tienen.... “a otra cosa mariposa”.Quizá en términos de estricta hipocresía las cosas hallan mejorado respecto del pasado. Pero a este escenario de matrimonios y relaciones desechables –para mí- le calza de maravillas una palabra alemana que describe la situación: “Schlimmbesserung”. Una mejoría que empeora las cosas. Porque nada fue cono nos dijeron que iba a ser. El mundo cambió precipitadamente y a veces sentimos que el tejido social compuesto -entre muchas otras cosas fatalmente interconectadas- por familias anacrónicas, jóvenes hijos, drogas y alcohol, comienza a deshilacharse.¿Dónde está el punto de equilibrio?¿En qué fallamos, si es que fallamos en algo? La generación anterior ¿Hizo mal sus deberes?¿Es un mal argentino esto de oscilar entre extremos?.
Abundan los libros con justas críticas al machismo y a la sociedad androcèntica escrito por “Ellas”. Pero da la casualidad que este es un artículo escrito por un varoncito de la especie. Varón que no puede dejar de preguntarse lo que alguna vez se preguntó aquel hombre excéntrico y maravilloso llamado Freud: “¡Mi Dios! ¿Qué quieren las mujeres?”...cuando éramos recolectores nos quisieron cazadores. Cuando fuimos cazadores nos quisieron agricultores. Luego, como esto no alcanzaba, nos quisieron limpios y bien vestidos (abogados, contadores, bancarios) en vez de machos alfa malolientes, hirsutos, semidesnudos y armados. En la década del 60 del siglo pasado quisieron la igualdad total y la tuvieron: la cogestión de todos los estamentos sociales y el sexo libre con pluralidad simultánea de braguetas. Luego quisieron papás maternales que compartieran la carga de criar a los hijos, cambiar pañales, lavar, planchar y hacer las compras. Y ahora que han domesticado a los hombres, afeminado a la sociedad (a un punto tal que se está hablando de “machos suaves”, “machos light” etc.) ¿Qué buscan las mujeres de hoy?...Sí, hombres rudos y fornidos. Camioneros, estibadores de musculatura ondulante y piel sudorosa. Que no sepan distinguir entre Borges y los Borgia o el Rey Lear del Rey Leòn, da lo mismo. Mientras tengan ese “no se qué”, ese impulso vital del macho fuerte de la especie.... el círculo se ha cerrado.
“Cuando los conoces son amables, divertidos y cariñosos” –me dice una amiga, la Pato Gerenstein- “después parecen olvidarse de todo y te llevan a la cama como tipos de las cavernas”.
-“Si” – le respondo lacónico y pensando en todo lo anterior...
¿Por qué será tan difícil admitir que algunas cosas simple y llanamente no tienen solución?
Todavía no muere lo viejo para dar paso a lo definitivamente nuevo y fresco. Esto nos conducirá a otro tipo de visión de la vida, de donde emergerá un nuevo tipo de sociedad con otro tipo de valores, síntesis de lo anterior. Mejor séllese y archívese hasta el próximo siglo.

OBAMA




Debo confesar que el discurso de Martín Luther King “Tengo un sueño”, siempre me conmocionó hasta las lágrimas. Con esa disertación el reverendo King mostró al mundo, no solo el poder que tienen las palabras para cambiar la realidad, sino una veta idealista que lo llevaría –poco tiempo después- directamente a la tumba. Exactamente como a Malcom X y su “black power”.King estaba condenado a muerte por la elite reaccionaria blanca WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant) y lo sabía. Por eso-creo- pedía lo imposible: como los jóvenes del mayo francés. Pedía que no hubieran linchamientos públicos de negros, que no hubieran quema de iglesias afro-americanas, que no hubieran ciudadanos de segunda en la tierra de las oportunidades, que negros y blancos pudieran compartir baños y colectivos entre otras cosas. Ideas revolucionarias para una América hiper-racista solo cuarenta y cinco años atrás en el tiempo. Hoy es el futuro por el que King dio su vida.. Creo que eso fue lo primero que me gustó de Obama, que sus discursos tuvieran esa desinencia , ese “rumor de fondo” a Marting Luther King (yes we can, yes we can repetido como jaculatoria). Y que también como con Evo (eje-del-mal) Morales fuera de piel oscura, digo negra. Perdón, no totalmente negro, ni blanco, ni absolutamente americano, ni total y pluscuamperfectamente cristiano. Barack Obama, el nuevo presidente del país más potente del mundo, es una metáfora de la posmodernidad. Me gusta que sea cosmopolita, que haya nacido en Hawai, que se haya criado en las calles Indonesia, que venga de una familia disfuncional, que sea un hijo negro en una familia de blancos. Que haya sido extranjero en todos los mundos posibles. Me gusta que le haya ganado a Hillary.first-lady Clinton. Me gusta que pensara (antes que Bush saliera a intervenir) que el estado debe regular la economía y que EEUU deba retirarse de Irak. Me gusta que no descienda de esclavos, ni de notorios activistas de los derechos civiles y que esto haya molestado al principio a las elites negras. Me gusta que públicamente haya admitido haber fumado marihuana. Me gusta que en el centro de su nombre esté la palabra Hussein (Barack Hussein Obama) y que esto suene a gobernante iraquí depuesto y ahorcado.
Lo que no me gusta es la situación en la que debe asumir, comparable solo a la que tuvo que enfrentar Lincon en 1861, con el país al borde de la guerra civil. O Roosvelt en 1933 cuando guardó silencio ante las políticas que Hoover seguía aplicando a rajatabla y que habían desembocado en el “Crack del 29”. Obama tiene ante sí; a) Una guerra en la que se llevan gastados tres billones de dólares ( 3millones de millones) b) La más profunda y compleja crisis económica financiera de los últimos setenta años c) La incógnita del cambio climático. Situaciones de las cuales no se sale con recetas keynesianas anotadas en una libreta de carnicero. Debe acertar desde al arranque porque no tiene mucho margen de error. No en el país cuna del Ku Klux Klan. No en el país que clasifica a las personas según las razas y que no sabe de gradaciones (el neopresidente es mulato y no negro). No en el país que terminó (en circunstancias poco claras) cargándose a Lincon por abolicionista, a Kennedy por “zurdito y católico”(leer el informe de Jim Garrison sobre el asesinato de JFK), y a Luther King y Malcom X lisa y llanamente por ser negros.
Pero Obama fue criado con ternura por una abuela blanca, piensa como blanco, habla como blanco y ha frecuentado universidades de elite tradicionalmente para blancos. Entonces esto en principio -y en sí mismo- no sería un problema, ya otra gente de color ha demostrado ser indiscutible cuando hacen bien los deberes y protegen los intereses de los jefes “cara pálida”.Cuando son centinelas de los valores de la “Moral Majority”: Piénsese a Collin Powell, a Condoleezza Rice, o a Terence Todman. Pero más allá de estos cinismos (y a pesar que Obama signifique para nosotros solo “el mal menor”) suscribo absolutamente las declaraciones de Elisa Carriò "Que un negro sea Presidente de los Estados Unidos es extraordinario para la humanidad, habla de esperanza cierta en el futuro del mundo”. Por eso ¡Merde Mr President!